El Peligro Amarillo
Por : R M P
En el Libro Negro de Giovanni Papini, aparece una narración donde su personaje que llama “GOG” hace una entrevista al famoso escritor Chino Lin-Yutang, acerca del “Peligro Amarillo”. Gog quería saber cuáles eran las opiniones de Lin-Yutang referentes a su patria. Cuando se las dijo, dejó a Gog con la boca abierta, pues el Chino lo despidió con una sonora carcajada, como burlándose del Europeo. Y no fué para menos, pues dijo la verdad, la cual debe estremecer al mundo; más ahora que posiblemente se esté cometiendo un gran error que puede pagarlo muy caro tanto la América del Norte, como la Unión Europea.
A unas preguntas de Gog, Ling contesta: “El pueblo Chino es el pueblo más peligroso que hay en el mundo, y por eso está destinado a dominar la tierra. Por espacio de siglos y siglos permaneció encerrado en los confines del inmenso Imperio porque creía que el resto del planeta carecía de toda importancia. Pero los Europeos y después los Japoneses, le han abierto los ojos, los oídos y la mente. Han querido desanidarnos a la fuerza y ahora ha de pagar caro su ambición y su curiosidad. Desde hace un siglo los chinos aguardan la hora de vengarse, y se vengarán.
En otro pasaje dice: Cuando el Emperador Guillermo II (Alemán) denunció al mundo hace ya 50 años “El Peligro Amarillo” demostró el mayor grado de genio de toda su vida. Se burlaron entonces de la imperial Ave de mal agüero, pero la historia se prepara a darle la razón. Más adelante, agrega: “Cuando tengan cantidad suficiente de las armas más modernas, nadie será capaz de atajar esos 500 millones de ladrones hambrientos y crueles, ni siquiera los 200 millones de esclavos. Ya en la edad media, los Mongoles invadieron a Rusia y llegaron hasta los confines de Italia”.
-Entonces Gog le dice: -Señor Ling, ¿Habla seriamente? –Ling responde: -Nada hay más serio Mister Gog, -contestó el genial chino y estalló en una sonora carcajada, tan alegre y prolongada que me espantó. No lograba yo decir una palabra más, y cuando lo dejé aún estaba riendo. Pues bien, no solamente el Kaiser Guillermo II de Alemania denunció al mundo “El Peligro Amarillo” –También lo denunció otro gran caudillo y estadista (Alemán), don Adolfo Hitler cuando dijo: -Yo los libro del “Peligro Amarillo”. -Pero el resto del mundo no le hizo caso, el peligro amarillo siguió adelante con Mao Tse Tung y Chou En Lay, quienes al triunfar su lucha política y armada, barrieron con la opresión y explotación extranjera.
Lo que nos dice Papini a través de Gog es bastante elocuente para los hombres que están al frente de su naciones en calidad de mandatarios, y naturalmente para todos aquellos hombres que saben lo que significa el Nacionalismo de cada país. Pues como dijo Ling Yutang, la ambición de los occidentales de dominación y explotación de otras naciones, los ha llevado, como en el caso de la China, a despertar al gigantesco dragón chino que ahora van muy adelante y están en guardia para afrontar cualquier tentativa o amenaza proveniente del exterior; como cuando fueron doblegados por Inglaterra con su injusta e improcedente Guerra del Opio. Asimismo, cuando fueron intervenidos por Francia, que se pagó con el territorio de la Indochina; que después Francia se la pasaría a los Estados Unidos, luego de la Segunda Guerra Mundial. Rusia y Japón, por otro lado, ocuparon territorio chino.
Actualmente puede decirse que los Estados Unidos son los que mandan en la China Nacionalista de Chang Kay Chek, desde este baluarte, han tratado de extender su dominio o poder a otras naciones cercanas, como para acorralar a la China Continental, promoviendo las guerras civiles en Vietnam, Corea, Thailandia y otras. Pero no han podido lograr su objetivo completo, seguramente por la ayuda que han recibido de la China de Mao.
Y como le dijo Ling Yutang a Mister Gog: “los mismos occidentales, les han abierto los cinco sentidos y ahora según se sabe, la China de Mao Tse Tung va muy adelante en tecnología. Pues como no tiene limitaciones en materia de armamentismo, ya viene fabricando armamento atómico. Estados Unidos en su política de disuadir a la China de Mao y ganarle ventaja a Rusia, ha convertido a la China Nacionalista y al Japón en las naciones punteras en riqueza y en tecnología, aún en perjuicio de la misma nación norteamericana y sus países alineados (o satélites) inundándolos de toda clase de mercancías Made in China y Made in Japan.
Todos estos millones de toneladas de productos asiáticos se pagan en dólares ocasionando como aquí en México, el cierre de miles de empresas grandes, medianas y pequeñas, con la consiguiente desocupación de miles y miles de mexicanos sin trabajo. La agricultura mexicana también ha sido muy afectada. El resultado de este desequilibrio socio-económico ha sido el crecimiento sin igual de la delincuencia y de la emigración masiva de mexicanos, unos con papeles y otros sin ellos; pues todo México necesitamos cruzar la frontera. Todo esto lo ha ocasionado el Tratado de Libre Comercio firmado por el señor Salinas.
Como se dice, todo esto está sucediendo en México para engrandecer a los países asiáticos ya mencionados. Por lo que hace a los demás países de América Latina de Guatemala a la Argentina, se han negado a aceptar ese tratado por nefasto a la economía de esos países hermanos.
Bueno, hasta aquí, parece ser que los dominadores de la situación en Asia son los Estados Unidos. ¿Pero qué pasaría si surge un nuevo Mao Tse Tung, un nuevo Chou En Lay y otro Ho Chi Ming? ¿Podrían los Estados Unidos sostener una gran guerra contra la China Continental y la otra guerra que sostiene con los árabes? Pues ya no contaría con los millones de soldados del Ejército Rojo de Rusia. Recordemos el distanciamiento de Rusia con los EE.UU. conocido como “La Guerra Fría”. Cuando Rusia pretendió agrandar su influencia con el mundo Árabe, suscitándose el conflicto bélico en Afganistán donde los Rusos fueron rechazados por los Estados Unidos, con la ayuda de Bin Laden y el Rey Hussein de Irak, que después el primero fué perseguido y el segundo ahorcado por el gobierno adicto al invasor Norteamericano.
En esta acción. los EE.UU. quedaron muy mal parados con la Rusia y con el Irán de los Ayatolas. Por eso, en una supuesta guerra de los EE.UU. contra la China de Mao, no es de esperarse una alianza con la Rusia. Esta gran nación quedaría neutral y más bien podría ponerse de parte de los Árabes. La cosa es que los EE.UU. se están jugando UNA CARTA MUY PELIGROSA EN LAS CHINAS ASIÁTICAS y con todo el mundo Árabe encima. Al respecto, es reveladora la risa ENIGMÁTICA de Ling Yutang; pues serían apocalípticos los estragos que harían los 500 millones de soldados de la China de Mao provistos de armamento atómico, que se lanzarían como tigres hambrientos sobre los campamentos militares y fábricas de los occidentales establecidos en el Lejano Oriente.
De inmediato caería la Nación Norteamericana en un caos INDESCRIPTIBLE, siguiéndole el grupo de naciones alineadas a los EE.UU. entre ellas México. El pueblo mexicano lo presiente, pues algunas veces he oído decir a varias gentes que tienen sus familiares allá en el “Norte” SEÑOR JESÚS, QUE NO LE VAYA A PASAR NADA A LOS ESTADOS UNIDOS EN ESAS GUERRAS QUE SOSTIENE CONTRA SUS ENEMIGOS. Protege a esa Nación que nos está dando de comer, etc. Y es cierto, pues se sabe que más de 15 millones de mexicanos han emigrado, como hemos dicho: unos con documentos y otros sin ellos.
Sí, es una triste realidad, México padece muy crueles sufrimientos debido a su desequilibrio económico. Todo está sumamente caro, no hay dinero que alcance. Estamos a merced de los inversionistas extranjeros. Estamos con el Jesús en la boca
que no agrave la crisis en los Estados Unidos porque de inmediato nosotros lo resentimos. En cambio, las naciones asiáticas están viviendo en la abundancia. Todo esto fortalece al Peligro Amarillo que nos está conquistando por la vía del comercio de su tecnología. Mas de un modo u de otro, parece ser que las predicciones de Ling-Yutang se están cumpliendo.
Mi Aventura como Deudor
Igual que a una buena parte de los mexicanos, y como típico miembro de la clase media emergente, a mí también me agarró el famoso “error de diciembre” de 1994 con las manos en la mas: es decir, endeudado.
Antes de la crisis, mi deuda era razonable en relación con mi ingreso. Consistía en una hipoteca por un tercio del valor de la casa, y de cuatro o cinco tarjetas de crédito que en general pagaba totalmente en la fecha límite del vencimiento. Pero el elemento perverso de las crisis económicas estriba en que lo que antes era una condición de crédito razonable se convierte, como por arte de magia –magia negra en este caso-, en una situación en la que se trabaja casi exclusivamente para pagar la deuda, si bien le va a uno, y se está siempre al borde del embargo. Todo esto, sin haber hecho nada para provocarlo y sin poder hacer algo para remediarlo.
Algunas familias o individuos no se recuperan nunca de una crisis así. En el caso específico de mi familia, fueron primero cinco años de una situación de quiebra, un periodo en el que el adeudo aumentaba consistentemente; luego seis años en los que la deuda se mantuvo alta, pero constante; y tres en los que, finalmente, pudimos ahorrar para pagar el saldo total. Es decir, nos tardamos catorce años para llegar a una situación que hubiéramos logrado, sin penas ni sufrimientos, en tres o cuatro años. ¡Claro! Si no hubiera ocurrido el famoso “error de diciembre”, ni se hubiera presentado la malévola crisis.
¿A qué se debió, en el caso de México, este cambio tan radical en la posición económica? Básicamente al disparo de la tasa de interés. Todo empezó con una devaluación del peso a finales de 1994 –”ampliación de la banda del tipo de cambio”, se le llamó en el lenguaje oficial- que se trasladó en cuestión de días a la inflación y de ahí a la tasa de interés. Este último incremento se dió de forma automática porque los bancos mantuvieron una tasa de interés real (interés nominal menos la inflación) constante; es decir, al subir la inflación, ellos aumentaron la tasa de interés nominal al menos en la misma proporción.
Como consecuencia de esos movimientos, el pago mensual sobre las deudas –intereses más capital- se multiplicó y al no poderse pagar éste, en virtud de que los ingresos o salarios siguieron iguales, la deuda original fué creciendo y por ende los pagos mensuales aumentaron dramáticamente en una espiral, injusta y maligna, que provocó una trasferencia de riqueza. En ocasiones, los bancos ni siquiera se molestaban en aumentar los cobros mensuales, porque sabían que no podían pagarse, sino que sencillamente subieron mes a mes el adeudo total.
En cualquier caso, al cabo de algunos meses las deudas hipotecarias superaron el valor de mercado de las casas y los bancos se convirtieron en los principales agentes inmobiliarios. Los deudores, o sea una buena parte de los ciudadanos, cada vez en mayor proporción, dejaron de pagar hasta que se aplicaron medidas radicales que en México tomaron la forma del Fobaproa (Fondo Bancario de Protección al Ahorro) y de las UDIS (Unidades de Inversión Social).
El Fobaproa consistió, en términos sencillos, en que una parte de la cartera vencida de los bancos –los créditos que éstos seleccionaron, que evidentemente correspondieron a los más grandes, los más difíciles de cobrar y los de sus socios y amigos- la compró el gobierno y ¡con la aprobación del Congreso de la Unión!, se convirtió en deuda pública. Por increíble que parezca, así fué: ¡Las deudas privadas se hicieron públicas! Pero no las de todos los mexicanos, sino sólo las de los ricos y poderosos. Creo que este tipo de cosas ya las había anticipado Marx hace un par de siglos: el Estado es la superestructura del capital.
Las UDIS, por su parte, sustituyeron a los pesos en los créditos hipotecarios y variaban su valor según la inflación. En otras palabras, la deuda era constante en UDIS y variable en pesos. Junto con esta conversión, se llevó a cabo un descuento para el deudor que se transfirió al Fobaproa.
Seis meses después del fatídico “error de diciembre”, para colmo, perdí mi trabajo, con lo que entré en franca bancarrota. No recuerdo con exactitud cómo salimos, mi esposa y yo, de tan espantosa situación. Hubo mucha congoja, muchos pagos y una reestructuración que nos dejó con un adeudo total a treinta años equivalente al valor de mercado de la casa, sobre el que se tenía qué pagar un monto mensual superior a los 10,000 pesos, que aumentaba mes a mes conforme se incrementaban las UDIS, ochenta por ciento del cual correspondía a intereses y sólo veinte por ciento al capital.
Después de otros tres años de ahorrar pudimos ¡por fin!, liquidar la hipoteca. Haciendo cuentas: el préstamo original era por menos de la mitad del valor de la casa, pero al final lo terminamos pagando más de tres veces. Por lo que toca a las tarjetas de crédito, traté de negociar algunas rebajas y su pago en plazos. No obstante, con una de ellas a mi esposa le dieron miedo las amenazas de embargo de los cobradores y la pagó sin avisarme. Y otra, que el banco dió para su cobro a un despacho que lo hacía con métodos especialmente impertinentes e incluso groseros, nos provocó grandes pleitos y enojos, pues aunque ya ¡había sido pagada!, el banco no lo registró sino hasta después de múltiples reclamos y aclaraciones.
Varios años después, cuando creía que ya había saldado mis deudas de tarjetas de crédito y cuando de hecho mi situación económica era aceptablemente buena, llamó a mi casa un licenciado con voz joven diciéndome que trabajaba en un despacho con el subgerente nombre de Monetización de Activos –en otras palabras: convertían las deudas en dinero- para informarme que tenía yo un adeudo de alrededor de 36,000 pesos de una tarjeta del desaparecido Banco Nacional del Pequeño Comercio (Banpeco y posteriormente BNCI), que con intereses y recargos ascendía a una cifra del orden de los 150,000 pesos, pero que como me querían ayudar a terminar con ese problema, sólo me iban a cobrar los 36,000 pesos originales.
-¿Podría pagar dicho adeudo a plazos? –Pregunté al joven licenciado.
-Bueno, le podemos dar un plazo máximo de 24 pagos mensuales.
-¡Está bien!, démelos.
-Serían, entonces, 1,500 pesos al mes, por dos años. Le voy a enviar un acuerdo (convenio) para que lo firme –me informó.
-¡Está bien!, Envíemelo.
-¿Tiene usted fax?
-¡No! No tengo fax.
-Algún fax de alguien, algún pariente, una tienda o papelería cercana, o algo así.
-¡No!, no se me ocurre ningún fax. Mándemelo con un mensajero.
-No tenemos ese servicio, pero déjeme ver cómo lo resolvemos.
-Bueno, espero sus noticias.
Así pasé un año sin saber nada al respecto. Y un día, otro joven licenciado del mismo despacho me llamó para informarme exactamente lo mismo, y ocurrió más o menos el mismo diálogo y me quedé esperando el dichoso acuerdo.
Y pasé otro año sin saber nada al respecto. Pero un día al llegar a mi casa a las once de la mañana, después de desayunar, sonó el teléfono y era una joven licenciada del mismo despacho, quien con voz imperiosa me dijo en forma amenazadora:
-¿Ya le dijeron que tiene una deuda?
Deduje que ya había hablado antes y me habían dejado recado.
-¡No! No me dijeron nada, ¿de qué deuda me habla? –fingí demencia.
-Una deuda que tiene usted con el Banco Interior de Crédito…
La interrumpí en ese momento y le dije:
-Mire usted, en primer lugar el banco no se llama así, y en segundo lugar ustedes no tienen remedio.
Traté entonces de explicarle que llevaba dos años esperando el dichoso acuerdo y que en todo ese tiempo no lo había enviado. Pero no me dejó continuar, me atajó y con voz enojadísima comenzó a insultarme por ser mal pagador, rematando con:
-¡Es usted un muerto de hambre, bastardo!
-¡No vuelvo a hablar contigo, desgraciada! –le dije y colgué el teléfono.
Pasaron cinco minutos y llamó otro licenciado, joven también, quien después de preguntar mi opinión por la licenciada que había llamado antes –opinión que obviamente fue de lo peor- me informó que él era la última persona con la que podría yo hablar antes de iniciar el proceso de embargo; que yo no había dado muestras de querer pagar durante dos años y que iba a tener qué pagar el adeudo completo, con intereses y recargos, o me caería todo el peso de la ley. Y de forma inexplicable, en algún punto de la conversación, comentó que si mi adeudo fuera menor a 100,000 pesos ya no podría haber embargos. Esta información me fue muy útil después.
Tardé alrededor de quince minutos en lograr que este licenciado comprendiera que ellos eran los que no habían cumplido, que ya habían llamado dos o tres veces antes y que nunca me habían mandado el dichoso acuerdo. Y de pronto dijo:
-¡Ah, sí! Aquí está. Es por 1,500 pesos mensuales durante dos años. Pero se lo voy a cambiar. Le voy a enviar tres propuestas, para que escoja.
-Bueno, mándelas.
-¿Tiene fax?
-¡No! No tengo. Mándelo con un mensajero.
-No tenemos ese servicio. Déme entonces su correo electrónico.
Y para no seguir con el problema, le di mi correo electrónico. A los dos o tres días, efectivamente, recibí las propuestas. Ahora, las 24 mensualidades eran sobre los 150,000 pesos, y la tercera opción consistía en un solo pago por los 36,000 originales. Después de revisarlas comencé a reflexionar y me dio mucho coraje que como resultado del famoso “error de diciembre” había tenido qué pagar casi el cuádruple de otras deudas originales, y luego de acordarme de la forma tan molesta en que este despacho cobraba, me entraron unas ganas inmensas de vengarme y decidí no pagar ese último adeudo. Pensé que era una lástima que sólo fueran 36,000 pesos, pues me hubiera gustado que hubiese sido mucho más.
Además del coraje, tenía al menos cuatro buenas razones para no pagar: primera, la deuda era de un banco que ya había desaparecido, cuyo saneamiento se hizo con fondos públicos, es decir, con recursos que todos los mexicanos pagaríamos durante muchos, muchos años; segunda, al despacho la deuda le había costado no más de 10 centavos por cada peso, ¿por qué debía entonces yo pagarle a estos extraños mi deuda total con todo e intereses moratorios?; tercera, el adeudo tenía una antigüedad de dieciséis años, por lo que ya había prescrito; y cuarta, la deuda original era menor a 100,000 pesos, por lo que resultaba, según el propio licenciado cobrador, inembargable.
Así que cuando el licenciado –éste que era la última persona con la que podría arreglarme- volvió a llamar para saber qué alternativa era de mi agrado, le contesté categóricamente que ninguna, y le dí mis cuatro razones. Ante el cúmulo de argumentos, él trató de alegar falsedad, pero lo interrumpí y le dije:
-¡Mire. Es muy sencillo. Si no le convencen mis razones empiece usted los trámites del embargo y se acabó!
Se quedó sin habla por un momento y luego, a gritos, empezó a insultarme:
-Es usted uno de esos tipos que prefieren que los estén molestando a pagar. ¡Provecho! ¡Cómase sus croquetas, miserable!
Ante tal perorata de insolencia, colgué lo más pronto que pude.
De forma previsible, al día siguiente llamó un licenciado diferente ofreciéndome, en un tono más amable el acuerdo inicial de 1,500 mensuales. Pero yo contaba para entonces con un argumento adicional para no pagar. Así que además de las cuatro razones anteriores, le dije claramente:
-¡Mira, gente de tu despacho me ha insultado ya varias veces! De manera que no pueden esperar que alguien a quien insultan de esa forma todavía les pague, ¿verdad? ¡Tienen que escoger entre insultar o cobrar. Y en mi caso, escogieron insultar, así que no les voy a pagar! Adiós, y colgué.
Parece que este argumento los convenció finalmente, porque no me han vuelto a llamar. Todo indica que mi venganza se consumó.
Tomada del Libro: “Relatos de Salvatierra y otros lugares”
de: Víctor M. Navarrete Ruiz