Aztlán: Origen y Destino
La Conquista de México, la Aniquilación y el Milagro Mexicano (conclusión)
Este tráfico se realizó en complicidad con los caciques de las tribus africanas, quienes cambiaban a sus hermanos por mercancías y armas para acrecentar su poder, ante una Iglesia Católica que aprueba la esclavitud, o se hace de oídos sordos, porque la Iglesia era tan fuerte, o más que los mismos Estados y lejos de tratar de evitar este exterminio, se confabuló para eliminar las razas que no les convenía que existieran, ya sea por la amenaza que representaba para sus intereses, o simplemente porque no tenían importancia para ellos.
Con los nuevos descubrimientos, las nuevas exploraciones y las nuevas conquistas, se hizo imperante la necesidad de mucha gente, tanto para trabajar, como para colonizar los nuevos territorios que se iban descubriendo. España como país, no podía mandar mucha gente, porque se despoblaba y no era conveniente por protección propia, además eran pocos los que querían venir a las nuevas tierras, los que venían eran soldados obligados por el Estado, los delincuentes que tenían como única opción, para ser liberados, viajar al nuevo continente, por lo que los únicos que venían por decisión propia eran los aventureros y los clérigos.
Esta necesidad de gente, cuando ya habían eliminado a casi toda la población indígena de América, la cubrieron con esclavos negros de África, pero ni la flota portuguesa, ni la española, fueron suficientes para traer toda la mano de obra que se requería en las nuevas tierras descubiertas; fué entonces que los ingleses, franceses y holandeses, entraron al fructífero negocio de los esclavos, comprándolos, vendiéndolos y cambiándolos por mercancías o armas, distribuyeron esclavos negros por todo el mundo, tanto en las colonias propias, como en las tierras que ocupaban mano de obra barata, fuerte, resistente y sin derecho a tener derechos.
Así fué como, Portugal, España, Inglaterra, Francia y Holanda, en menos de 400 años, casi terminan con los hombres que fueron la simiente de la especie humana; los africanos. Por escandaloso que parezca, cien millones de seres humanos, fueron sacados de África en contra de su voluntad y llevados lejos de sus tierras y sus familias, sino es que fueron llevados con todo y familia y vendidos al mejor postor en cualquier parte del mundo. Usted diga si la existencia del pueblo mexicano no puede ser entendida como un milagro: en México, es decir, en un solo país, los europeos eliminaron la tercera parte de lo que eliminaron en todo un continente. Y aquí ocuparon tan sólo 90 años, contra 400 años que les llevó despoblar a África.
Pero menos no se podría esperar de España, de un país en ruinas, vacía de valores, cargada de ambición y de codicia; máxime que no enviaron a la gente que ya tenía bien seleccionada y catalogada, especial para lo que sería la principal empresa de los españoles; antes que mandar a sus abogados, humanistas, filósofos, médicos, ingenieros, químicos, arquitectos y artistas a conquistar el nuevo mundo, mandaron a todos los presos recluidos en sus cárceles. Los que debieron haber venido a conquistar, nunca llegaron y los que sí vinieron, se dedicaron a exterminar. Esto confirma “El Milagro”, de cómo nos les escapamos a toda esa sarta de criminales, tanto a los ex presidiarios como a los dirigentes europeos, que llegaron creyéndose una raza superior y confundieron conquista, con eliminación y colonización, con destrucción.
Así, tuvieron que pasar 434 años para que en 1955, el país de México volviera a contar con sus 30 millones de habitantes, que tenía al inicio de la conquista española, mejor dicho de la exterminación española en 1521. Pasaron 279 años para que la Gran Tenochtitlán, hoy la ciudad de México, llegara a tener nuevamente cien mil habitantes, como tenía a la llegada de los españoles y que volvió a alcanzar en el año 1800, sólo diez años antes de que se iniciara el movimiento de Independencia en México. En ese mismo año de 1800, toda la República Mexicana, apenas había alcanzado seis millones de habitantes.
Sólo queda agregar que gran parte de los 29 millones de habitantes que desaparecieron (de un total de 30 millones que eran en las tribus mexicanas antes de 1521), murieron a consecuencia de las enfermedades infectocontagiosas que traían los españoles como: viruela, sífilis, tifo, vómito negro (fiebre amarilla) y otras. El mismo Cuitláhuac murió de viruela, por lo que su gobierno sólo duró nueve meses, teniendo que sustituirlo el onceavo y último emperador Azteca: Cuauhtémoc. Aunque el gobierno español siempre negó haber traficado con esclavos indígenas, existen varios testimonios, entre ellos del mismo rey Fernando II, en el que se informaba a la corte que el tráfico de esclavos indígenas estaba resultando todo un éxito.
Estos son sólo algunos de los españoles que se ha comprobado que participaron en el tráfico de indígenas:
- Cristóbal Colón, el descubridor de América.
- Bartolomé Colón, hermano de Cristóbal Colón.
- Diego Colón, Hijo de Cristóbal Colón.
- Diego Velásquez, Gobernador de Cuba y jefe que mandó a Cortés a explorar tierras mexicanas.
- Nuño Beltrán de Guzmán, presidente de la primer Audiencia que gobernó la Nueva España.
- Juan de Oñate, hijo de Cristóbal de Oñate fundador de Guadalajara y Zacatecas.
- El Saqueo de México por España
La búsqueda de nuevas rutas para el comercio, llevó a los europeos a explorar el mundo y conquistar los nuevos descubrimientos, pero pronto los objetivos cambiaron; los lugares por donde pasaban se convirtieron en zonas de exterminio y saqueo. Hablar sobre el saqueo que sufrió México por parte de los españoles durante trescientos años, desde la conquista de 1521 hasta la consumación de la Independencia en 1821, es muy difícil, porque gran parte de la verdadera historia por la que cruzó el país durante la colonia, trató de ocultarse, de acomodarse o definitivamente se prohibió que se conociese. De las riquezas que España saqueó de América, 80% provenían de México y el resto de las demás colonias, principalmente de Perú.
Para darnos una idea de las riquezas que se llevó España de América durante la Colonia, baste recordar que esto la convirtió en la primera potencia del mundo, con un ejército como ninguno, que le permitió tanto defender sus tierras ganadas, como realizar nuevas conquistas. Su ejército estaba formado por 240 mil efectivos, lo que actualmente equivaldría a tener un ejército de cuatro millones de soldados, es decir, tres veces más que los soldados que tiene hoy Estados Unidos, el país más poderoso del planeta y que cuenta con un millón 414 mil militares activos. También equivaldría a que México tuviera 20 ejércitos como el que tiene hoy.
Tomada del Libro: “Aztlán: origen y destino”
de: Melquiades González Gaytán
Historia y Evolución de Salvatierra
La Vida Colonial Salvaterrense, 1644-1810 (continuación)
La Educación, literatura y filosofía (conclusión)
Existió también una escuela para hijos de españoles o criollos en el convento Franciscano fundada el 30 de abril de 1707, fundada por disposición testamentaria de D. Antonio Esquivel y Vargas, en la que legó la hacienda de Santo Tomás a estos religiosos para tal fin. Tuvo una calidad muy superior a las anteriores, impartía enseñanza elemental de leer, escribir y contar, además de la doctrina cristiana, ahí se impartía también, la enseñanza secundaria, donde se estudiaba gramática castellana y latina. De esta escuela secundaria los alumnos pasaban al Real y Pontificio Colegio de la Purísima, que la orden Franciscana fundó en la vecina ciudad de Celaya por bula de Clemente VII. La educación femenina en la ciudad, la impartieron las hermanas del beaterio del Carmen durante la segunda mitad del siglo XVIII.
En la literatura y la filosofía son cuatro los salvaterrenses que destacan en el campo en el que se adquirieron proyección en todo el virreinato, ellos son: el Pbro. Manuel Antonio Luyando y Bermeo, el religioso Carmelita fray Juan de la Anunciación, el canónico y Pbro. don Agustín Francisco Esquivel y Vargas, y el Pbro. don José Ignacio Basurto.
El Pbro. don Manuel Antonio Luyando y Bermeo. Escritor y teólogo mexicano nacido en Salvatierra a finales del siglo XVII, estudió nueve años en el Colegio de San Ildefonso en la ciudad de México, hasta obtener el doctorado en teología; obtuvo por concurso la cátedra de retórica que leyó por espacio de cuatro años en el mismo colegio, hasta 1738; al año siguiente, pasó a ocupar la cátedra de teología en el Seminario de la Iglesia Metropolitana de México, donde fué maestro de otro destacado salvaterrense, el canónigo Agustín Francisco Esquivel y Vargas. Autor del tratado de teología: El hijo Propio de Cristo por Pontífice Supremo de su Universal Iglesia N. P. Señor San Pedro. Murió en el año de 1752 en la ciudad de México.
Fray Juan de la Anunciación, O.C.D.; hijo adoptivo de Salvatierra, español de origen, nació en Madrid en el año de 1691, no se sabe con exactitud la fecha de su arribo a la Nueva España, pero en 1708, ingresó como novicio en Puebla a la orden de los Carmelitas Descalzos, dos años después, fué trasladado al convento del Carmen de la ciudad de México, y a partir de 1717, radicó en varias ciudades de la entonces Nueva España: Valladolid, Toluca, Querétaro, Celaya y Salvatierra. Su nombre fuera de la orden fue Juan González Barrios, después de su ingreso como novicio en Puebla: en 1709, hizo su profesión de los primeros votos y adoptó el nombre religioso de Fray Juan de la Anunciación, pasó al Carmen de México; en 1711 al convento de San Joaquín en Tacaba, donde cursó lógica, física y metafísica; en 1714, fué trasladado al Colegio Carmelita de San Ángel, donde estudió teología escolástica; al término de estos estudios recibió el presbiteriano, y entre 1718 y 1722, residió en Valladolid; pasó después al convento de Toluca; en 1723, se estableció en el Carmen de Querétaro; en 1724, en el convento del Carmen de Celaya; y en el año de 1725, llegó al convento del Carmen de Salvatierra.
Es salvaterrense por adopción en virtud de que aquí fué donde desarrolló en todo su esplendor su obra poética, y también donde encontró el medio ambiente adecuado para escribir sus coloquios. Su obra ha sido recopilada en una edición titulada: Coloquios, editada por la UNAM, en 1992, comprende tres coloquios y 219 rimas, los coloquios son: Coloquio del mejor Apolo de Delos, o de la Ciudad de Dios, para D. Mateo Méndez Vazconcelos, vicario que fué foráneo de Salvatierra; Coloquio de las Tres Gracias, que representa al padre prior de Querétaro, Fray Gerónimo de la Madre de Dios; y el Coloquio de las Flores, al Colegio de Moral en Toluca.
El Dr. Agustín Francisco Esquivel y Vargas. Colegial de Erección en la Real y Pontificia Universidad de la Purísima Concepción de Zelaya; Comisario del Santo Oficio de la Inquisición; Vicario, Juez Eclesiástico y Cura beneficiado por su Majestad del Partido de la Piedad; Canónigo Lectoral y Clavero de la Catedral de Valladolid; Examinador Sinodal y Tesorero del Seminario Tridentino del Obispado de Michoacán. Nació en Salvatierra en 1714, fué bautizado el 5 de septiembre de ese mismo año, en la parroquia Franciscana por el P. fray José Méndez. Sus padres fueron D. Nicolás Esquivel y Vargas y Dña. María García.
La enseñanza elemental de leer, escribir y contar, además de la doctrina cristiana, la cursó en la escuela conventual franciscana de esta ciudad; recibió en la misma escuela los cursos de enseñanza secundaria sobre gramática castellana y latina; pasó como becario al Real y Pontifico Colegio de la Purísima, que la orden Franciscana fundó en Celaya, donde practicó la docencia y la predicación; después de obtener el grado de Bachiller, estudió en el Seminario Tridentino de la Iglesia Metropolitana de México. Recibió el subdiaconado en 1737, y las órdenes mayores del diaconado y el presbiterio al año siguiente. Para obtener el doctorado, hizo la primera defensa de su tesis, el 11 de febrero de 1751, con el tema: Sobre la Inmaculada con argumentos del Cantar de los Cantares, concluidos los exámenes doctorales, el 16 de ese mismo mes, recibió la borda y demás insignias, en la capilla mayor de la de la Catedral Metropolitana. Lo sorprendió la muerte estando de visita en esta ciudad, el 16 de octubre de 1771, cuando sólo tenía 57 años de edad.
El Pbro. don José Ignacio Basurto, nació en Salvatierra el 9 de abril de 1755, hijo de don José Ignacio Basurto y Dña. María Luz Aguilar. Hizo sus primero estudios en esta ciudad, y los continuó en el seminario Conciliar de Morelia, donde adquirió una gran fama literaria que alcanzó como humanista. Se encargó del curato de nuestra ciudad, el 10 de noviembre de 1805, cargo que desempeñó hasta su muerte sucedida el 8 de enero de 1810, durante su presbiterio terminó nuestro actual Santuario Diocesano, el 8 de septiembre de 1808. Su obra literaria está comprendida en un libro de lectura para niños titulado: Fábulas morales para la provechosa creación de los niños que cursan escuelas de primeras letras. (1802).
El Beaterio del Carmen
Antaño, la palabra beata no tenía el sentido despectivo de ahora. Se llamaban así ciertas mujeres piadosas que vivían en la comunidad, pero no en clausura, con un régimen de vida inspirado en la regla de una orden religiosa, aunque sin cumplir todas las prescripciones de ellas, el cuasi monasterio donde vivían llevaba el nombre de beaterio. El origen de esta institución en Salvatierra se da desde el momento en que el virrey, Conde de Fuenclara, otorgó la licencia para la construcción de la capilla a Nuestra Señora de la Luz, el 26 de marzo de 1743, entonces se tuvo por conveniente, fundar una casa de mujeres virtuosas para que atendieran el culto y la devoción a la Soberana Imagen.
Desde los tiempos de la fundación, don Agustín de Carranza y Salcedo mencionaba que desde Valladolid hasta Querétaro no había convento de monjas y tenían los vecinos necesidad de llevar a sus hijas que se inclinaban por la vida religiosa hasta esos lugares, por lo que era conveniente fundar un convento con el título de Nuestra Señora del Valle, quedando a discreción del Cabildo, escoger la orden religiosa que tuviera más devoción en la ciudad.
Tomado del Libro: “Historia y Evolución de Salvatierra”
de Miguel Alejo López
La Epopeya y la Leyenda
El Otro Rostro de la Historia
por: Jorge Ojeda Guevara
Libertar a una Patria
Sed de Justicia... (continuación)
Querétaro brinca a escena. La suerte estaba echada, la decisión tomada, y la acción siguió a las palabras. Miguel Hidalgo se adhirió a las juntas de Conspiración de Querétaro, donde intercambió pareceres además de con los igual guanajuatenses Ignacio Allende, Juan Aldama, con los queretanos el corregidor Domínguez y Doña Josefa, su esposa. Las cautelosas juntas de conspiración no solo transcurrían la clandestinidad queretana, también en las villas de Dolores, San Miguel el Grande, Atotonilco y otras. Los asuntos a tratar eran los postreros sucedidos en política de Nueva España, de España, las batallas Napoléonicas y la Revolución Francesa. Don Miguel como ser letrado, hacía énfasis en personajes liberales como Montesquieu, Rousseau y Diderot. De manera particular se rememoraban pormenores de la guerra e independencia de las colonias inglesas en el reciente 1776, la Revolución francesa, la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, y por supuesto la no sostenible tiranía monárquica en la todavía nombrada Nueva España.
Las furtivas reuniones, a pesar de procurarlas ocultas, fueron descubiertas por un tal José Mariano Galván, alto burócrata de la oficina de correos de Querétaro, aunque al principio no le revistió importancia. Otra de las denuncias anónimas se la hicieron llegar a él mismo el 9 de septiembre, sin que le prestara aprecio. Sería hasta que el capitán Juan Arias se autodenunció ante el alcalde queretano, que puso al descubierto a gran puñado de conspiradores, cuando se marcaba el 10 de septiembre de aquel 1810.
“Además de esta, hizo presencia otra denuncia el 13 del mismo mes ante un tal Rafael Gil de León, juez eclesiástico, signada por el delator español Francisco Bueras, desencadenando con esto que se hallara en la finca de don Epigmenio González un acopio de armamento elemental, y que también flotaba a la luz la participación activa y directa del corregidor Domínguez y su esposa”
Ante la pulsante gravedad de la situación, aquel 14 de septiembre y antes de ser detenido por las autoridades, el corregidor Domínguez puso bajo llave y aldaba a su dinámica mujer, pero ella a través de Ignacio Pérez Álvarez, hombre de confianza y activo conspirador, lo despachó a “mata caballo” para advertir a Ignacio Allende, que por delación los habían descubierto, aunque el caballerango no encontró al militar Allende en San Miguel, y...
Preambula la lucha. Apenas amanecía el 15 de septiembre, cuando el emisario queretano arribado al montañés San Miguel, comunicaba con desencajado rostro la grave novedad al capitán Juan Aldama, que de inmediato buscó a su superior Ignacio Allende para anoticiarlo, aunque éste había partido a media tarde a la villa de nuestra Señora de los Dolores que enfiestada estaba en celebraciones regionales. Allende se encontraba como convidado del cura Hidalgo a presenciar el jolgorio popular y para discutir sobre los planes del alzamiento.
Sonaban las nueve campanadas nocturnas del día 14, hora que encontró a cura y militar intercambiando impresiones sobre armas y estrategias, asunto que se alargó todo la siguiente jornada... Arribada la media noche, decidieron retirarse a dormir, restaurar fuerzas y serenar ánimos. Se escuchaban las dos campanas parroquiales, señalando la pesada madrugada, cuando la puerta cural fué estremecida por furiosos y urgentes toquidos, a los que acudió Allende. Al escuchar a Aldama, se dirigieron a la habitación de Hidalgo, decidiendo llamar a todos los involucrados en la conspiración de esos rumbos. Llegaron presurosos don Mariano Hidalgo, el padre Baeza, don José Santos Villa, Abasolo y otros más; todos consideraron era vital despachar propios de confianza a poblados donde moraban conspiradores, para avisarles que el alzamiento que estaba señalado para el primero de octubre, debía adelantarse. Fué en ese momento decisivo el Cura Hidalgo declaró:
“Señores, somos perdidos, no nos queda más recurso que ir a coger gachupines”
En Dolores, liberaron a presos, delincuentes y borrachines, y aprisionaron a los peninsulares de esa villa. Apenas con la aurora, el repicar de campanas de la iglesia urgía a la población, que enterada ya de la situación, se agolpó en el atrio a que el cura les hablara de que el momento de liberarse del grillete y yugo peninsular tocaba ya a la puerta, y de que:
“...no hay por qué pagarles ya más tributo; los españoles del poblado están ya a buen recaudo carcelario y ustedes, pobladores de la villa, como buenos patriotas, deben formar parte del Ejército Libertador de América”
Sonaba apenas la mañana media de ese día, y ya 600 dolorenses estaban en el sitio, blandiendo machetes, lanzas, espadas, hondas y utensilios de labranza. Ya medio organizados y con el reloj marcando las 11, tomaron rumbo a San Miguel el Grande. Arribó el singular contingente primero a la Hacienda de la Erre donde se les agregó don Luis Malo; guiaron luego pasos y cabalgaduras al Santuario de Atotonilco, donde el Cura Hidalgo, mostrando la fe del singular grupo y él mismo, abrazó de su rincón el estandarte de la virgen de Guadalupe para enarbolarlo como gallardete del movimiento, convirtiéndola así en la primigenia bandera de la pretendida patria mexicana independiente...
Sabidos del problema que se cernía sobre la villa, los españoles sanmiguelenses, corrieron buscando refugio y cobijo en las casas consistoriales, dejando que los independentistas entraran tranquilamente al pueblo. De notar es que una vez en la plaza, no solo el pueblo se les unió, sino la misma tropa de los Dragones de la Reina que aceptaba la voz y mando de Allende. Los españoles, en callejón sin salida, fueron aprehendidos y encarcelados sin violencia.
“Caída la noche, se reunieron los conspiradores para nombrar autoridades que preservaron el modo y orden: designaron a Ignacio Aldama, al padre Manuel Castiblanque, a Francisco Rebelo y a otros más que habían hecho acostumbrada presencia en las juntas de conspiración del rumbo”.
El momento de organizar la creciente y desordenada milicia y fabricar armas tocaba a la puerta, por lo que afanaron en ello los días 17 y 18 del mes que corría. A la jornada siguiente, adelantándose al canto del gallo, enfilaron rumbo a Celaya, vía Chamacuero, lugar donde al igual que otras por las que pasaron, que lejos de encontrar resistencia, sumaron entusiasmo, simpatía y gente al movimiento armado, proveyéndoles de pasada aún en sus nimias posibilidades, de comida, bebida y abrigo.
Arribando los linderos de Celaya, el hormiguero armado ya sumaba 20 mil almas. Fué justo en esa villa de la “Tierra Llana” donde Hidalgo fué investido como Capitán General, y Allende, Teniente General, asunto que de pasada lanzaba algunos roses entre los dirigentes independentistas al momento de tomar riendas de la muchedumbre. Despuntaba la madrugada del 23 de septiembre cuando los insurgentes ya abandonaban Celaya, para marcar rumbo a la capital de la intendencia, la importante población de Guanajuato por sus riquezas, que significaba gran golpe al corazón político español.
Poniendo pie en Salamanca, y ya Hidalgo, estaba dirigiéndose a la multitud, escudriñando más partidarios, que los divisó en quienes serían indomables guerrilleros a favor de la causa: Albino García, Andrés Delgado, el padre Carcilita y la bella Tomasa Esteves, quienes tendrían en un puño a esa región resguardando que nada ni nadie entrara ni saliera para socorrer Guanajuato cuando fuera sitiada por los insurgentes de Hidalgo y Allende. Arribando Irapuato, Hidalgo supo del llamado “Amo Torres” hombre de influencia y respeto en la región, y simpatizante de la causa; acogió éste del cura Hidalgo encargo y encomienda de levantar la región de Jalisco y tomar Guadalajara... Siguió andando el singular contingente; arribó la Hacienda de Burras casi al ocaso del 27, donde idearían la manera de acometer y hacer sangría al centro minero de la Nueva España, el de Guanajuato.
Tomar Guanajuato. Las noticias vuela, y más premura las malas. Ante la gravedad que el destino blandía sobre la ciudad de Guanajuato, el intendente Antonio de Riaño y Bárcenas, mandó publicar con inusual y sospechosa diligencia un bando concediendo “por gracia” la abolición del pago de tributos, en un intento de congraciarse al pueblo que ya ansiaba unirse al movimiento comandado por Hidalgo. Lo cierto era que el tal bando ya existía, pero maliciosamente se le había ocultado a la gente. Sin embargo esa publicación de Riaño fué interpretada a burla por los lugareños, que ya le olían el miedo.
Ante la inminente confrontación, el intendente convocó urgiendo a reunión con los peninsulares notables, que soberbios, resolvieron fortificar la ciudad. Sin embargo, Riaño presa de los nervios, incurrió en un garrafal error al tomar decisión por sí mismo de retirar fortificaciones y trasladar tropa, riquezas y algunos bienes al recién estrenado edificio de La Alhóndiga, sitio para albergar granos; construcción que irradiaba robustez y, según el desesperado Riaño, menos embrollada para defender. Los españoles lo siguieron no de buen talante a la pétrea fortificación, que sin maliciarlo sería su paredón y sepultura.
La estrecha calle esta atiborrada del tumulto que gritaba la causa independentista, en particular los aguerridos mineros...
Al interior de la alhóndiga, ahora moraban involuntariamente 600 hombres que aunque bien armados, nerviosos aguardaban al mando del intendente y su hijo Gilberto, del capitán José Castilla y del mayor Diego Berzábal. En prevención, atrincheraron tanto las bocacalles de Belén -frente al mercado Hidalgo-, la calle Depósitos –Positos -, la Hacienda de Dolores –vecina de la Alhóndiga, donde se ubica hoy la Escuela Modelo- y el callejón que daba al río de Cata –hoy la subida que da hacia el lado poniente-.
Poco o nada pudieron influenciar tanto el Cabildo de la ciudad, como peninsulares notables, frailes y vecinos para persuadir al intendente de no confinarse en la Alhóndiga, por donde desfilaron vastos gentes para convencerlo y advertirle de las terribles consecuencias de no deponer las armas.
“Sin embargo, Juan Antonio Riaño lejos de atender razones y lógica, despachó mensajeros y misivas sudando desesperación, a Calleja y a varios jefes, urgiéndoles auxilio en aquella extrema situación”.
Tomado del Libro: “La Epopeya y la Leyenda, el Otro Rostro de la Historia”
de Jorge Ojeda Guevara