Los Maestros del Siglo XVIII
Todos sabemos que la escuela la forman los maestros y sus pupilos, no importa dónde se encuentren o si el edificio es adecuado o no; lo que importa es que se de adecuadamente el proceso enseñanza-aprendizaje. Sin pretender hacer comparaciones sobre el sentido de responsabilidad y entrega a la labor docente de los antiguos con el de los actuales maestros, se reconstruyó en esta narración, las actitudes y valores de los maestros de antaño; con dos documentos que consignan su quehacer en la época colonial salvaterrense.
El primero de ellos está fechado el 29 de septiembre de 1719, y fue suscrito ante el Escribano Público y de Cabildo de Salvatierra. El segundo fechado el 18 de enero de 1802, contiene un informe de las actividades del maestro en la conducción de la escuela parroquial, dirigido al Cura y Juez Eclesiástico de la época, también en nuestra Ciudad. Por lo que se refiere al primer documento; Don José Brito Serrano, maestro de escuela pública a cargo de la enseñanza de varios niños, se dió cuenta del perjuicio que les causaba en su preparación sus continuas pero necesarias ausencias a la clase.
El Maestro Brito decidió nombrar a un ayudante que lo sustituyera mientras él estuviere ausente de la ciudad. Nombró a Juan López Pallares como ayudante, pero mediante escritura pública, donde hace constar lo siguiente:
“En la ciudad de Salvatierra, a veintinueve días del mes de septiembre de mil setecientos diecinueve, ante mí el Escribano Público y testigos pareció Don José Brito serrano, vecino de esta ciudad y maestro examinado en el arte de leer, escribir y contar en los lugares de esta Nueva España, como consta en la carta de examen que pasó en la Corte de la Ciudad de México a los treinta días del mes de junio del año pasado de mil setecientos diecisiete por ante Gabriel de Mendieta Rebollo, Escribano Mayor de Cabildo, y dijo: que por cuanto el susodicho tiene su escuela pública en esta dicha ciudad de niños hijos de diferentes sujetos a a cual dicha enseñanza no puede asistir por algunas demoras que hace fuera de la jurisdicción y en esta ciudad, de que puede redundar el que se atrasen sus discípulos, en cuya conformidad y para cumplir con el juramento que tiene hecho en dicha carta de examen, nombrada y nombró pos su sustituto a Juan Pallares, vecino de esta ciudad para que el susodicho, pos sus ausencias y enfermedades, asista a dicha escuela y enseñanza con todo esmero, enseñando y cuidando a los muchachos que hay y que hubiere en adelante, para lo cual le da todos gajes de ella y sea por el tiempo que necesitare la enseñanza perfecta y sin disminución de toda destreza en el arte de leer, escribir y contar de cuatro hijos que tiene a su cargo de Diego Bermúdez –un pudiente de ese tiempo- quien le tiene pagada la cantidad por lo referido como consta en la escritura de obligación que le tiene hecha ante mí el presente escribano, y para el uso de dicha escuela le da al dicho Juan Pallares todo el poder y facultad que por derecho puede y le es concedido para poner ayudante, y se entiende que no le ha de poder quitar el uso al susodicho hasta tanto que enseñe a dichos cuatro muchachos y les dé perfectamente bien adoctrinados y diestros en saber leer, escribir y contar.
Y yo el dicho Juan Pallares, que presente soy, otorgo que acepto este nombramiento y me obligo a cumplir con su tenor y forma y a su enseñanza como va dicha a dichos cuatro muchachos, y a educarlos, y también a todos los demás que fueren a mi cargo, sin faltar a las horas competentes del día de trabajo Y a la firmeza de lo dicho obligamos nuestras personas y bienes habidos y por haber, con poderío de las Reales Justicias de cualesquiera parte que sean y especial a las de esta ciudad a cuyo fuero nos sometemos; renunciamos el nuestro, jurisdicción, domicilio, y vecindad, Ley Sic convenirit, para que nos lo hagan guardar y cumplir por todo rigor y derecho y como si fuera por sentencia pasada y cosa juzgada; renunciamos leyes a nuestro favor con la general del derecho. Y los otorgantes, a quien yo el Escribano Público doy fe que conozco, así lo otorgaron y firmaron, siendo testigos Francisco Ortiz, Juan de Rojas y Francisco Blanco de Medrano, vecinos de esta ciudad. José Domingo Brito. –Rúbrica-. Juan López Pallares. –Rúbrica-. Ante mí, Agustín Gómez, Escribano Público y de Cabildo. –Rúbrica-”.
Al maestro, de veras le importaban mucho; sus alumnos, su trabajo y su prestigio.
El segundo documento es un informe que rinde el maestro Don José Antonio Altamirano al Párroco y Juez Eclesiástico de Salvatierra, sobre las actividades de la escuela pública. Este informe se debe, porque cuando se secularizaron los curatos, el clero tuvo la obligación de fundar las escuelas públicas parroquiales, según los ordenamientos el párroco y juez eclesiástico tendría bajo su cuidado la enseñanza, en especial la de los niños y niñas.
En Salvatierra la escuela parroquial tiene sus orígenes en el año de 1753, cuando Don Lorenzo Rodríguez, vecino de esta ciudad, otorgó por testamento signado en Valladolid un capital de 4,500 pesos para que con sus réditos se formara y fundara una escuela para la educación y beneficio común de todos los niños. El maestro que fuera designado quedaría obligado a enseñarles a leer, escribir, contar y estudiar la Doctrina Cristiana sin pago alguno. Además tendría la obligación de salir de su escuela acompañado por sus alumnos todas las noches rezando en público el Rosario a María Santísima, cuya imagen debería salir con decencia, acompañándola con luces y velas, y cuando no fuera posible por el mal tiempo, se rezaría en la Capilla de Ntra. Sra. de la Luz quedando a cargo del párroco.
Para llevar a efecto la fundación formal de la escuela, los aspirantes a maestros deberían presentar muestra de su escritura y caligrafía, para que el párroco con la asistencia de seis vecinos principales examinara los trabajos y calificara quién sería al más capaz para desempeñar el puesto. El maestro designado para esta noble tarea fué Don José Antonio Altamirano. La escuela estuvo provisionalmente en la Calle Real –hoy Hidalgo-, luego fué trasladada a la casa que ocupaba la hoy esquina norte que forman las Calles de Morelos y Leandro Valle.
Para la fecha del documento en mención; Don José Antonio Altamirano tenía veinte años de servicio como maestro, haciendo referencia de que tenía cuarenta y tantos niños a su cargo, casi todos ellos eran pobres, hijos de viuda, y todos los indios que solicitaban su admisión al párroco.
El informe dice lo siguiente:
“Reglamento de la escuela pública de esta ciudad que tiene el maestro José Antonio Altamirano, que recibe y admite a todos los pobres huérfanos, hijos de viuda e indígenas, según mandato del fundador de esta obra pía: representándolo el Sr. Cura y Juez Eclesiástico de esta ciudad”.
“Primeramente se abre la escuela a las siete y media de la mañana, comenzando a entra los niños a esa hora alabando a María Santísima en la puerta, tomando enseguida sus respectivos lugares y dándoles la lección de aquel día; a las ocho de la mañana se toma la table de acientos de niños –léase lista de asistencia- llamándoles por su nombre para conocer los que faltan dando aviso a sus correspondientes casas; y luego inmediatamente se ponen a leer los que ya saben, para que éstos tengan cuidado de dirigir a los que empiezan; concluido esto, toman sus correspondientes libros para que en la mañana lean en ellos y en la tarde en carta –en voz alta- los que la leen; a las diez del día comienzo a tomar la lección personalmente y sin valerme de persona alguna, para tener tiempo de tomarla a cuarenta y tantos niños, quedándome solo un cuarto de hora después de la acostumbrada hora de salida de una escuela pública; en ese cuarto de hora corrijo planas, rezan la tablar de contar, y leyéndoles día con día la Ortografía del insigne maestro Juan Claudio Asnar de Polanco; en la tarde ya entrados en esta escuela, se acostumbra leer la tabla de hacer cuentas para niños y hacer sus asientos –léase operaciones- respectivos; a las tres y media de la tarde tomo la lección, veo las cuentas en los cuadernos y registro las planas; concluido esto, rezo con ellos el Rosario a María Santísima ofreciéndolo con sus correspondientes oraciones por el alma del bienhechor de esta obra pía; concluido este ejercicio se reza la Doctrina Cristiana según la cartilla de R.P. Ripalda además de las cuatro oraciones, los mandamientos y los artículos de fe; el sábado por la mañana van en comunidad a misa y se toma lección del catecismo y en la tarde del mismo sábado es la adoración del Señor ante su imagen con flores y velas, y por la noche su Rosario por las calles con sus faroles encendidos, como bien consta a Vuestra Excelencia; y porque así consta lo firmo hoy 18 de enero de 1802. José Antonio Altamirano –Rúbrica-.
Vaya que sí les importaba la educación a los maestros de antaño; ¡Que Dios se los haya pagado con el Cielo!.
Nuestras Calles
¿Por qué se llaman o se llamaron así nuestras calles? ¿Quién o quienes las bautizaron con tal o cual nombre? O simplemente nos hacemos la pregunta: ¿Y quién era ese fulano? En los nombres de nuestras calles está intrínseca nuestra historia. Esos nombres tuvieron un alto contenido del sentir y pensar de nuestra gente a través del espacio y del tiempo. Sus nombres representan o representaron infinidad de conceptos, los hay; de héroes nacionales; de hechos históricos, tanto nacionales como locales; de persona, cosas y lugares; también los hay tradicionales y de viejas leyendas; y no podían faltar los motivos religiosos.
Las historias de nuestras calles son las siguientes:
La Calle de H. Colegio Militar se llamó hasta hace unos veinticinco años Calle de Alderete, es una calle relativamente nueva, se abrió hasta principios del siglo XX. La bautizaron con este nombre en honor a Andrés de Alderete, supuesto fundador de nuestra ciudad en el año de 1643. Esta versión de la fundación la plasma en su crónica el Sr. Canónigo de la Catedral de Morelia Don José Guadalupe Romero en la visita que realizó a esta ciudad en el año de 1860. Según nuestros historiadores: el Lic. Melchor Vera, Don Vicente Ruiz Arias, Don Jesús García García y otros, coinciden en señalar que Andrés de Alderete no existió, y no se sabe de donde tomó su nombre el Canónigo Romero, pues el referido fundador no aparece por ninguna parte en los documentos de la fundación.
La Calle de Fernando Dávila fué dedicada a principios del siglo XX a un general que llevó este nombre. Fué él quien en el año de 1917 al mando de sus fuerzas hizo posible la retirada del temible bandolero Inés Chávez García y sus huestes acantonadas en el Pueblo de San Nicolás de los Agustinos acosando a nuestra ciudad. Además fué Gobernador del Estado en el año de 1916. A esta calle se le llamó en un principio Calle del Portal y en la primera época independiente se le reconoció como calle de la Columna, ambos nombres se debieron a que empieza precisamente en el lado oriente del viejo Portal de los Carmelitas, hoy de la Columna.
A principios del siglo XX, el antiguo Callejón de Cuauthemón, hoy Calle de Arteaga, fué bautizada con este nombre en honor al General José María Arteaga, militar republicano de la época juarista que combatió a conservadores y franceses en esta zona, siendo fusilado en la ciudad de Uruapan en el año de 1865. Esta calle data de esta época, fué abierta cuando se fraccionó la Huerta del Carmen con motivo de la desamortización de los bienes del clero decretada por el mismo Presidente Juárez.
Nuestra Calle de Ocampo, que antiguamente llegaba hasta la altura de la Calle de Zaragoza, se le llamó recién fundada la ciudad Calle de las Zacaterías o de Zacateros por venderse en ella el pasto para los animales. Durante todo el siglo XIX y principios del XX se le denominó Calle del Pinzán, por existir en ella esos árboles que nosotros conocemos más comúnmente como guamúchil y que dan esas sabrosas bolitas amarillas. Al fraccionarse la Huerta del Carmen, esta calle se prolongó hacia el sur, tomando el nombre de Calle de la Estación, por ser una de las que nos llevan a ese lugar.
La Calle de Madero tuvo varias denominaciones en sus diferentes tramos; desde el costado del Templo de San Antonio a la esquina que hace con Hidalgo, se le llamó primero calle de la Tercera Orden, después a la cuadra comprendida entre las Calles de Esquiveles, por vivir allí la Familia Esquivel y Vargas, luego como Calle de la Alhóndiga, ya que en ella estaba tal edificio –hoy Jardín de Niños Cuauhtémoc”, y por último Calle de la Enseñanza por la escuela allí ubicada; a esta calle en el tramo comprendido entre la Calle Juárez y la salida a Celaya, se le conoció como Calle de San José y luego Calle de la Capilla, ya que en la esquina que forma con la Calle de Ocampo, se encontraba en la época colonial una capilla dedicada a este Santo Patriarca.
La Calle de Zaragoza fué conocida siempre como Calle de Zavala o Calle Real de Zavala. Existen dos versiones acerca del origen de su nombre; la primera versión la sustenta nuestro historiador Ruiz Arias, asegura que se debió al apellido del primer arrendador del Molino del Mayorazgo de las Ardillas; la segunda versión asegura que fué nuestra gente por no decirle Camino Real a Zalaya –Celaya- le decía Zavala.
La Calle de Degollado fué conocida como Calle de la Carnicería. En ella se vendía este producto de consumo popular traído del rastro, distante a una cuadra; en la Calle de Zarco. Se le conoció después como Calle de la Clemencia en honor al Santo Cristo venerado en el templo de Santo Domingo. Con el tiempo tuvo dos nombres más: Calle de la Parra a la cuadra donde se encuentra la Iglesia y Calle de las Sinforosas a la cuadra siguiente. Esto debido a una santa devoción de los vecinos, sobre todo de las mujeres, a Santa Sinforosa, esposa de San Getulio y sus siete hijos mártires, celebraban su festividad cada 18 de julio.
La Calle de Altamirano también ha sufrido modificaciones en su nomenclatura, se le ha llamado: Calle del Álamo y después Calle del Bosque y Calle del Fiscal, pero en definitiva el nombre más popular con que se le conoció es Calle de los Chirimoyos, por las ramas y frutos que colgaban sobre su tapia, ahí nada más queda un árbol.
A la calle de Ignacio Ramírez se le conoció con los nombres de: Calle de San Juan y Calle del Socorro, por ser la calle donde está el Templo del Barrio.
La Calle de Manuel Doblado fué conocida durante la colonia como Calle de Pirindas en la cuadra comprendida entre las Calles de Morelos e Hidalgo, por asentarse en ese lugar indígenas pertenecientes a esta etnia otomí y de oficio pescadores en el Río Lerma, al resto se le conoció como Calle de Centeno. Al término de la guerra de independencia se le conoció como Calle de Cortazar, en honor a Don Luis Cortazar, uno de los consumadores de nuestra gesta histórica y padre de la esposa del 7° Marqués de Salvatierra.
A la Calle de Federico Escobedo se le conoció a mediados del Siglo XIX como Calle de Salazar, a partir de los años veinte como Calle de Obregón, a la muerte del Ilustre Humanista y Escritor se le bautizó con su nombre en 1949.
A la Calle de Allende se le llamó Calle de Cortés, pero no en honor al conquistador, sino por haber vivido en ella antiguos vecinos conocidos genéricamente como los Corteses. A principios del siglo XX se le conoció como Calle del Tres Dos, el nombre se debe a una piquera con ese nombre que en ella estuvo.
A la Calle de Guillermo Prieto se le denominaba Calle del Arco, por una construcción de esta naturaleza en una de sus paredes, dicho arco tenía una pila que sirvió por muchos años como proveedora de agua a los vecinos, entre las Calles de Hidalgo y Guerrero.
A la Calle de Leandro Valle se le conoció con nombres diferentes en sus tramos; entre Morelos e Hidalgo, Calle de las Arrecogidas; entre Hidalgo y Juárez, Calle del Señor de Chalma; y entre Juárez y Ocampo, Calle del Sepulturero. Con el tiempo, a toda la calle se le conoció como Callejón del Ángel, con excepción del tramo conocido como la Calle de las Arrecogidas denominándosele Calle del Dr. Ruiz.
El Nombre de Callejón del Padre Eterno tiene su origen en una conocida leyenda, a esta Calle de González Ortega se le conoció también como Calle o Callejón de Moctezuma, en honor al Virrey Conde de Moctezuma, que sucedió a Don García Sarmiento de Sotomayor, Conde de Salvatierra.
Estas son pues nuestras calles y sus nombres, dejo a su respetable criterio y buen gusto cuál le parece mejor para cada una de ellas.
Tomadas del Libro: “Leyendas, Cuentos y Narraciones de Salvatierra,
Segunda Parte” de Miguel Alejo López
Un Señalamiento de Dios poco Atendido (Parte II)
Transcrito por : Rodolfo Mújica Pérez
Estimado lector: Hoy termina el relato de Marta, la poseída por el demonio Zabulón, descrito por el reportero Manuel Vidal. Te ruego leerlo con la mejor disposición, es lectura importante en nuestra formación religiosa y hasta científica para aquellos que deseen investigar a fondo esta materia. Es de admirar la fortaleza y estrategia del Padre José Antonio Fortea, uno de los más famosos exorcistas del mundo, en plena batalla campal contra un demonio de la mas alta jerarquía del reino “INFERNAL”. Continúa así:
Exorcismo | Marta, la Poseída (II Parte)
Mientras el padre Fortea sigue conminando a Zabulón, las manos de la joven se ha ido transformando. Son como garras. El exorcista arrecia sus plegarias y sus exhortaciones: “Hoy es el día. Sal, Zabulón. Sal de esta criatura en nombre de Dios”. La joven se desata en temblores. Los gritos se elevan hasta el espanto. Y con voz ronca dice: “Asesinos”. Es entonces cuando el padre Fortea le pregunta por qué no sale y Zabulón le contesta: “Para que la gente crea en Satanás”. Agotado, tras hora y media de lucha, el exorcista se levanta y sale de la capilla. Esto no puede ser una impostura ni un montaje. Hay que tener muchas agallas para dedicarse a esto. Y menos mal que los casos de posesión, según cuenta después el padre Fortea, son muy pocos.
Él lleva cinco años ejerciendo y sólo ha tenido cuatro en España. Pero, mientras preparaba su tesis, asistió a otros 13 exorcismos. Se nota que tiene práctica: manda, templa, insiste y, con voz suave pero enérgica, tortura al diablo sin piedad. Con lo que más le duele. Siempre en nombre de Dios. No parece tener miedo alguno. Y eso que ya sabe lo que es ser atacado por Satanás. Una vez, en un exorcismo, dice que el diablo le hizo sentir la misma sensación y el mismo dolor que el lleva un puñal clavado en el brazo.
Fortea sale de la capilla y mi corazón se acelera, pensando en qué puede ocurrir ahora sin la presencia tranquilizadora del exorcista. Pero no pasa nada. O sí, María, la madre, coge las riendas del rito y comienza a repetir las mismas o parecidas frases del exorcista. Con calma, pero con decisión, parece no dirigirse a su hija, sino al Maligno que la posee:
-En nombre de Cristo te ordeno qué salir.
-No.
-Abre los ojos y mira a la Virgen, le increpa mientras pone a su vista una postal de la Virgen de Fátima. Pero, por toda respuesta, obtiene un bufido. Entonces coge el crucifijo.
-Es tu Creador, ¿lo ves?
-Sí, dice la voz de ultratumba acompañada de rugidos y bufidos constantes.
-Míralo, Zabulón no te resistas. Sabes que es tu día y tu hora. Ha llegado tu día y tu hora.
-Noooo...
-¿Por qué te resistes?
-Estoy harto. Ya te lo dije muchas veces.
-Di a esos señores por qué no te vas.
-Uhhhh.
-Díselo claramente.
-No quiero.
-Díselo en nombre de Cristo.
-Para que crean en Satanás.
-San Jorge, ven. San Jorge, ven. Ven, San Jorge. Sal de ella San Jorge.
La posesa se detiene un segundo, sonríe y dice, con sorna:
-Sal, San Jorge...
Coge al vuelo el error de la improvisada exorcista y lo mismo hará un rato después, con una pequeña equivocación del padre Fortea. Pero María no se da por vencida. Es una auténtica Dolorosa al pie de la cruz de su hija poseída. Me da tanta pena que también yo me arrodillo y, entre lágrimas, suplico a Dios (por lo bajo, no me atrevo a intervenir más directamente) que, por lo que más quiera, libere a Marta. Mi compañero hace lo mismo. Hacía tiempo que no rezaba con tanto fervor.
Entonces entra de nuevo el exorcista, coge una cajita con hostias consagradas del sagrario y se coloca delante de la joven:
-Mira al Rey de Reyes y arrodíllate ante Él.
-No.
-Siervo desobediente y rebelde, arrodíllate, repite el padre Fortea, mientras exhibe la hostia consagrada.
-Asesino, déjame.
-San Jorge, haz que se arrodille.
Y como un resorte, ante la mención de San Jorge, la posesa se arrodilla y el padre Fortea le hace abrir la boca para que reciba la sagrada comunión. Y continúa torturando al diablo que anida en Marta. Tras darle la comunión, coge una Biblia y recita el Apocalipsis: “Entonces el diablo fué arrojado a la lengua de fuego y azufre... allí será atormentado día y noche por los siglos de los siglos.” Y hace repetir al diablo frase por frase.
-Repite: “Cuánto más me hubiera valido seguir a la luz”.
-Cuánto-más-me hubiera-valido-seguir-a-la-luz, -repite a regañadientes y arrastrando cada palabra.
Y así durante un buen rato, el exorcista parece un maestro que enseña a un niño rebelde, que repite a la fuerza, entre bufidos y alaridos, frases como éstas: “Señor, tú eres Rey. Yo soy tu criatura. Nada escapa a tu poder. Eres el Alfa y Omega...”.
-Ya no más. Me estoy cansando, gruñe.
Pero el padre Fortea arrecia en su acoso, coge un banquito y se sienta ante la posesa con un crucifijo en la mano. “Hic est dies”, -repite con fuerza. Por un momento, creo que lo va a conseguir.
-Cuanto más tardes en salir, más gente creerá en Dios. Eres un predicador de Dios. Acércate, siéntate y besa a Cristo crucificado. Dale un beso de respeto y homenaje.
Como zombi, Marta se sienta y se acerca a la cruz. Tiene los ojos en blanco y echa espumarajos por la boca, pero besa el crucifijo. Entonces Fortea la coge suavemente por un brazo, le hace levantar y la obliga a recorrer la capilla y besar a la Virgen y al Sagrario.
-Aquí está Dios. Repite siete veces: Iesus, Iux mundi. –La posesa repite, pero al terminar le lanza una mirada de fuego y le dice:
-Asesino, déjame, no puedo más. Pero el exorcista continúa un buen rato.
Ha pasado otra hora. Fortea se toma un respiro. “Ahora usted”, le dice a la madre. Y sale de la capilla. Y María se inclina sobre su hija y comienza a increpar a Zabulón:
-Tienes qué dejar esta criatura. Por la sangre de Cristo, déjala ya. Sus ángeles están con ella. Vienen los tres arcángeles. La Virgen te va a aplastar la cabeza...
Zabulón sigue bufando y retorciéndose, pero no parece que esté dispuesto a irse. Al rato entra de nuevo el padre Fortea:
-¿No temes la sentencia de Dios?
-Sé cuál es, grita desgarrada.
Solos con la Endemoniada
El padre Fortea mira a la madre: “No se va a ir. Dejémoslo por hoy”. Se levanta y se va. Los gritos se detienen en seco. Noto cierta decepción en el rostro de María. Me da la sensación de que esperaba que fuese hoy. Ha pasado casi tres horas de rodillas, pero en su cara no hay signos de cansancio, sólo de cierta desilusión . Recoge con paciencia la estampa de la Virgen y el crucifijo y sale de la capilla. Mi compañero y yo nos quedamos solos con la endemoniada. Unos segundos que se hacen eternos. Nos hemos quedado pegados al banco, sin respiración. de pronto, se vuelve hacia nosotros, abre los ojos (que ha mantenido en blanco durante res horas) y nos lanza una mirada que no olvidaré mientras viva. Sus ojos son de otro mundo. Nunca vi algo así en mi vida. Al instante, la mirada vuelve a ser la de Marta, que nos sonríe, se levanta con tranquilidad, se sienta en el banco y se quita los calcetines blancos que dobla con sumo cuidado. Noto que apenas suda, a pesar de las tres horas de ejercicio continuo. Se pone los pendientes y nos vuelve a sonreír.
-¿Cómo estás?
-Cansada.
-Sabes lo que ha ocurrido?
-No, no recuerdo. Y mientras nos habla, coge la estampa y el crucifijo, a los que hace un rato tanto odiaba, y los besa con cariño.
-¿Te duele la garganta?
-No.
Y su voz es tan suave como cuando llegó. Nadie diría que por esa misma garganta salieron aullidos durante tres horas.
-¿Sabes por qué estás aquí?
-Sí, eso lo sé. Sé que tengo...
No termina la frase. Respetamos su silencio. Salimos y nos sentamos en un salón contiguo los cinco. Marta está tranquila. Vuelve a ser la chiquilla tímida de antes. “Todas las noches”, nos cuenta María, “antes de acostarme cojo el crucifijo, del que nunca me separo, y bendigo mi habitación: “En nombre de Dios, malos espíritus salid de esta habitación. Y ella, antes de acostarse, siempre me pregunta: “Mamá, has bendecido la habitación?”. Pero aún así pasa miedo. Como Cuando las manos de su hija se convirtieron en garras al tocar la cruz o cuando la persigue con los dedos abiertos, en forma de cuernos, para clavárselos en los ojos. “Siempre amenazas que, afortunadamente, nunca cumple”.
Y antes de despedirse, repite una súplica: “Que se conciencien la gente y los obispos. Que haya muchos más exorcistas”. Abraza a su hija, se suben las dos al coche del padre Fortea y se van. Marta se vuelve y nos mira. Sus ojos son el grito de angustia del esclavo encadenado. El padre Fortea queda en llamarme cuando se produzca la liberación definitiva.
Rezo por Marta y por su madre. Lo que vi no es un montaje.
Así es Zabulón
“No habla demasiado, pero es muy inteligente”. Así describe el padre Fortea a Zabulón, el enemigo contra el que viene luchando desde hace siete meses. Al principio, el padre Fortea pensó simplemente que así se llamaba el décimo hijo de Jacob y Lía, su mujer. Después, investigando un poco más, cayó en la cuenta de que se las estaba viendo con uno de los demonios más poderosos del infierno.
Ha aparecido sólo tres veces en la Historia. La primera, en Ludón (Francia), en el siglo XVI. Casi todas las monjas de un convento quedaron poseídas por multitud de diablos, que las atormentaban sin pausa. El jefe era Zabulón. La segunda fué en los años 50’s., en un caso de exorcismo realizado por el padre Cándido, el exorcista italiano maestro del padre Amorth. Y ahora, ha vuelto a aparecer.
Estimado Lector: por lo que has leído, ya viste cómo se las gasta Satanás, por eso y para librarse de esa amenaza, es preciso estar cerca de Dios y de su Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, renunciando al mismo tiempo a las tentaciones que nos presenta el maligno, explicadas con bastante claridad por nuestros sacerdotes-predicadores de la palabra divina. Al respecto puedes leer los libros escritos por los padres exorcistas, Gabriel Amorth, José Antonio Fortea, Corrado Balducci y otros autores que tratan a fondo esta cuestión que todos, católicos y de todas las otras religiones deben saber, pues el maligno ataca a todo el género humano.
Pues como dice el Padre Gabriel Amorth: “Llegan a mí católicos, protestantes, budistas, mahometanos, ateos y políticos de varias naciones. Yo los atiendo y no por eso les digo que abandonen sus creencias; solamente les doy algunas indicaciones para su protección.
Bueno, amable lector, espero que este relato haya sido de tu completo agrado.
Fin