Editado el contenido de la revista "Por Amor al Arte" del Maestro Mario Carreño Godinez

miércoles, 2 de octubre de 2013

Biografía

Oda a la Memoria de Don Vasco de Quiroga, de Macario Torres

Macario Torres nació en Quiroga en marzo de 1853. Fue becado para estudiar en el Colegio de San Nicolás, pero el fallecimiento de su padre lo dejó sin recursos y abandonó la carrera de abogado. Fue catedrático en el Colegio Civil de Guanajuato. Publicó en los periódicos El Atalaya y El Municipal algunos de sus poemas. Su Oda a Vasco de Quiroga –aquí presentada- fue leída en la ceremonia del tercer centenario de la fusión entre el Colegio de San Nicolás y el Colegio de San Miguel de Valladolid. Torres muere el 27 de febrero de 1885 en Valle de Santiago, Gto.

Oda a Vasco de Quiroga

De tres centurias en la noche oscura,
el espíritu absorto y recogido
ve alzarse majestuosa una figura
triunfante de la muerte y del olvido.
Su talla de inmortal llega hasta el cielo,
la aureola que en su frente reverbera
deja a la vista penetrar el velo
de un pasado de lágrimas y duelo,
que olvidar Michoacán jamás pudiera…
esa figura sus perfiles de hombre
perdió en la apoteosis de la historia;
Don Vasco de Quiroga: ése es su nombre;
Apóstol del progreso: ésta es su gloria.
Él no alcanzó la fama que acompaña
a quien, al frente de aguerrida hueste,
la muerte y el terror siembra en su saña;
no, ni una mancha ensangrentada empaña
la blancura lumínea de su veste.
Con su fuego celeste
la caridad enardeció su pecho,
en donde sólo el bien tenía abrigo;
la paz de Cristo estaba en su semblante,
donde gimió un dolor, halló un amigo,
y llevaba la luz al ignorante
y el pan y sus consuelos al mendigo.
Y ni palmas ni regias ovaciones
a su paso veías
sólo se iban tras él los corazones
repitiendo su nombre, que se oía
entre el rumor de santas bendiciones.
Más almas conquistó el pastor amado
y de la cruz más extendió el dominio
con su noble, sublime apostolado,
que con la guerra cruel y el exterminio
las armas de Cortés y de Alvarado.
La hoguera de Caltzontzin un abismo
de odio profundo, ciego,
abrió entre el pueblo hispano y el tarasco;
mas en uno ambos se fundieron luego
al poderoso fuego
de la virtud heroica de Don Vasco.
Fue entonces aquel sumo sacerdote
el que plantó el primero,
en nuestro suelo el árbol de la ciencia,
para que el indio, al par que el extranjero,
pudieses alimentar su inteligencia.
El árbol, que aún hoy vive,
alza su copa umbrosa y corpulenta,
que savia rica sin cesar recibe.
En vano alguna vez en la tormenta
hirió su frente sin piedad el rayo:
velado por sus genios tutelares,
luce el verdor de su perpetuo mayo
en sus pomposas ramas seculares.
Por eso en su entusiasmo soberano
la juventud que hoy a su sombra crece,
el mayor beneficio conmemora
del gran Padre del pueblo michoacano;
y al levantar ahora
a su genio un humilde monumento,
el cántico más tierno y armonioso
arranca del laúd el sentimiento.
Ella bien sabe que el que abrió, piadoso,
a nuestros padres del saber la puerta,
en tiempo tan aciago y luctuoso,
conquistó de sus glorias la más cierta;
que, como inmoble roca en que se estrella
el ímpetu de recias tempestades,
su figura se ve, serena y bella,
y que habrá en vano de pasar sobre ella
el soplo destructor de las edades.
Quien es de caridad sublime ejemplo,
halla en su corazón dicha infinita,
y de la fama en el negado templo
halla un laurel que nunca se marchita.
Por eso a tanto la grandeza llega
del genio de Don Vasco, sin segundo;
quien un bien inmortal al mundo lega,
nombre inmortal alcanza sobre el mundo.

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