HISTORIA DE LA MÚSICA POPULAR MEXICANA
Agustín Lara y sus contemporáneos
El cine (continuación)
La mujer que yo amé (1950) nos presenta otra vez a Agustín como Agustín, el pianista del cabaret costeño Los Siete Mares que esta vez salva con sus canciones a Elsa Aguirre de una cojera esquizofrénica, para terminar con la cara marcada por un rival celoso. Finalmente, logra huir a México con Toña la Negra para poder cantar “Oración caribe” en el Politeama de los años treinta, donde los dos alcanzan la gloria artística. Una nueva biografía titulada La vida de Lara se filmó en 1958 con las canciones más conocidas del compositor y, naturalmente, el argumento se basó más en dichas canciones que en la verdadera vida del músico-poeta.
Lo importante, por supuesto, en toda la filmografía lariana, no era propiamente el argumento, sino la representación visual del “artista”. Lara había venido a simbolizar al músico por antonomasia, al cancionero sensible y al poeta inspirado. Curiosamente, todos estos filmes que contribuyen a convertir a Lara en el estereotipo más falso y convencional del compositor inspirado coincidieron con la disminución real de su producción de canciones. En 1958, Lara vivía de su producción ya hecha, de sus melodías una y otra vez repetidas y acomodadas a los nuevos ritmos y estilos de moda. En todos estos filmes, las viejas canciones de Lara representaban la “intemporalidad y la inmanencia” de la inspiración, y por extensión, la “sensibilidad romántica a la mexicana”.
Para Relatarse a Ritmo de Canciones
Cuando la fama y la fortuna llegan de la mano de la inspiración, ésta se torna irresistible. Sobran admiradores, dinero, viajes, honores, mercado, público y mujeres. Cual diosa inescrutable del Olimpo, suavemente desciende para otorgar sus dones gratuitos a Lara, el elegido. Infinidad de historias se tejieron alrededor de la feliz y fúlgida inspiración Lariana. Según la prensa multitudinaria, las más grandes inspiraciones musicales de Lara se explican y alinean en función de las sucesivas apariciones en su vida de las musas encarnadas, sus mujeres, en su papel de dobles satisfactores: inspiradoras y compañeras.
El episodio amoroso-publicitario-matrimonial con la actriz María Félix, marca el momento culminante de la vida de Lara. El talento, la belleza, la fortuna y la inspiración fueron las hadas madrinas que acudieron a bendecir la unión publicitada. Nada extrañen, pues, las miles de semblanzas periodísticas que tradujeron a letras y canciones los más mínimos detalles de la vida del músico-poeta con la orgullosa luminaria. En 1945, un columnista de Novedades dió la noticia; se había iniciado un tórrido romance entre la Félix y Lara. Ambos aparecían juntos en todas partes, en los cabarets, en las corridas de toros a las que agustín era asiduo, siempre en una barrera de primera fila de sol.
Durante algunos meses la chismografía de los periódicos se nutrió de ese romance, hasta que el 24 de diciembre del mismo año los astros anunciaron su matrimonio. Años después de esa boda y su consiguiente divorcio, Agustín contaba: “Yo estaba enamorado y mi inspiración llegó al máximo. De Acapulco traje recuerdos inolvidables. Al poco tiempo salió a la luz una de mis canciones que yo considero la más bonita. La melodía fué un éxito de los grandes, y yo mismo, acostumbrado a los triunfos clamorosos de mis canciones, me sentí orgulloso de mi ‘María Bonita’; poca gente sabe que fué esta canción dedicada a María la que alargó nuestras relaciones.
En esa época (1945), Lara había cantado: “Abriste los ojos con el suave ritmo que hay en tus pestañas, y aunque de tus labios escuché un te quiero, sé que tú me
engañas. No temas que rompa la leyenda frágil de tus amoríos, que al fin tus pesares y tus sinsabores también fueron míos. Nadie puede inspirar lo que tú inspiras, nadie puede expresar lo que tú expresas, nadie puede mirar como tú miras, ni nadie besará como tú besas”. Nubes de tormenta se cernían sobre la pareja y el poeta cantó: “Divina claridad la de tus ojos, diáfanos como gotas de cristal, uvas que se humedecen con sollozos, sangre y sonrisas juntas al mirar. Por qué te hizo el destino pecadora si no sabes vender el corazón, por qué pretende odiarte quien te adora”, etcétera. Al ensombrecerse el idilio, Lara cantó: “Amor, por ti bebí mi propio llanto, amor fuiste mi cruz, mi religión. Es justa la revancha y entretanto, sigamos engañando al corazón...”.
Después del divorcio, Lara compuso “Tu retrato”, “Palabras de mujer” y “Ausencia”. María se fué a España y el compositor escribió: “Cuando llegues a Madrid, chulona mía, voy a hacerte emperatriz de Lavapiés, y alfombrarte con claveles la Gran Vía y a bañarte con vinillo de jerez...”. En 1960, le preguntaron al compositor si todavía amaba a María. Respuesta lapidaria: “No amo ya ni el recuerdo siquiera de esa dama. Lo que amo, por extraño que parezca, es el espacio de tiempo en que la amé. Las horas físicas. El espacio material... No fue un amor barato, fué un amor de millones, donde me quedé con la mayor parte. Su inspiración me produjo mucho dinero con mis canciones. En los negocios, como en la vida y en el amor, María y yo estamos parejos...”.
Durante la última década de la vida de Agustín Lara, su producción bajó notablemente; su fama se mantenía muy notoriamente de la obra juvenil. Lara se hacía préstamos a sí mismo, utilizando una y otra vez en el cine, los discos y la radio, la producción de canciones de su época de oro. Al llegar la década de los cincuenta, con su caudal de nuevos ritmos: mambo, chachachá y rock and roll, Agustín Lara se sentiría cada vez más fuera de lugar. El mambo no era música para el romántico autor. Se trataba de una forma de gimnasia. La nueva música había olvidado cómo hacer que las almas se comunicaran, para dedicarse a la “comunicación de las caderas”. Se declaró partidario del vals y de la música clásica.
La inspiración, antes tan oportuna y fácil, se retraía cada vez más. Su poseedor había cesado de percibir el ambiente, las nuevas exigencias de los públicos y sus cambios de gusto. Al comenzar los años sesenta, Lara era primordialmente el recuerdo de un estilo, una leyenda...
A fines de 1965 fué invitado a España, donde sería recibido por Francisco Franco, el alcalde de Granada le obsequiaría una casa y el Cordobés le brindaría un toro. Emilio Azcárraga le ofreció medio millón de pesos para filmar parte de su vida para la televisión, pero el proyecto no se llevó a cabo pues su salud declinaba ostensiblemente. Pronto, el músico se retiró del escenario de sus triunfos. Al morir, Lara había dejado en la memoria de los mexicanos la impronta de una época, la expresión de una sensibilidad en una obra característica y original.
(continuará…)
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