Gonzalo Chapela y Blanco
Gonzalo Chapela y Blanco Montañez nació en Tingambato, Mich. el 12 de septiembre de 1910. Estudió en Morelia en el Seminario Diocesano y en la Escuela Libre de Derecho. Radicó durante muchos años en la Ciudad de México, dedicado a la docencia en colegios particulares y al periodismo, salvo una época en que fué Diputado en el Congreso de la Unión. Desde 1941 fué editorialista del diario Novedades. Un desgraciado y sentido accidente lo apartó del periodismo en 1968, pero continuó trabajando sin descanso; en los últimos años de su vida, se encontraba trabajando en un Tratado de Lógica.
La obra poética de Chapela fué muy breve. Sólo publicó Romance de la novia de piedra, que contiene romances sobre lugares y personajes de Morelia. Existen otros poemas y canciones suyos que quedaron dispersos, de entre los que se pueden mencionar Yunuén y El ala rota. La poesía de Gonzalo entra en el marco de la obra romántica, en la línea de la de Fray Manuel Navarrete. No hay duda de que siempre fué un poeta estimable. Le presentamos aquí sólo un fragmento del poema El ala rota:
“Que bueno eres, amigo -he entendido sin duda sus palabras- al tratar de librarme de la muerte que ya siento cercana. Si te dueles de verme acongojado con mi mortal herida, es que sabes también de ese punzante amor que martiriza. Tú que sabes las penas de la vida y los amargos llantos que nos hace verter cuando perdemos al ser que tanto amamos, bien puedes comprender que mis gemidos no son porque mis alas no pueden sostenerme ya en la altura sobre la tarde pálida. No lloro por la herida que me arranca poco a poco la vida, ni es tampoco la causa de mi duelo la noche eterna y fría que, cerrando mis ojos lentamente, va borrando implacable la imagen de las cosas que se esconden como en oscura nave. Mi pena es más oscura y más amarga: la herida que me aqueja es el dulce recuerdo de mi amada que tan lejos se encuentra. Mañana, al asomar la rubia aurora con su manto dorado, debíamos emprender juntos el vuelo otros aires buscando; mas quisimos volver por un instante a platicarnos quedo | los mágicos arrullos amorosos que escucharás atento. ¿Quién sabe si otra vez cuando retorne la alegre primavera, mi amada guardará vivo el recuerdo de esta noche sangrienta? Si algún día, cuando pases por la tarde debajo de este cedro, encuentras a mi dulce compañera, ¿le dirás que me muero pensando en el idilio quejumbroso que soñamos eterno y que, muerto, cumplí de recordarla mi postrer juramento? Ya me voy a morir. Gracias, amigo. Me trajiste el consuelo de escuchar las congojas de mi pecho y el gemir postrimero…” …Y ya no dijo más, cerró sus ojos para siempre a la vida y su cuerpo quedose desmayado como rosa marchita. Su cadáver se enfrió rápidamente entre mis manos trémulas, al tiempo que una ráfaga cantaba en las ramas escuetas. Por encima de los montes fue llorando desde la humilde ermita el son arrullador de una campana su postrer despedida. El viento de la noche iba arrastrando como revuelta huesa los restos de un verano esplendoroso: ramajes y hojas secas. |
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