Los Dos Sembrados
Hubo, en tiempos que ya son idos, un labrador, hombre de gran corazón, llamado Albino. Tenía pocas tierras y, como premio a su bondad y virtud, un gran señor le concedió la gracia de que sembrara trigo en dos lugares de su propiedad. Eran éstos, un fecundo valle, no muy extenso, y la cima pedregosa de un monte. Cuando llegó la época de la siembra, el labrador aró y preparó las dos tierras: fácilmente el valle risueño, porque parecía que él mismo abría sus entrañas, ansioso de recibir la simiente; no así la tierra pedregosa, que opuso la mayor resistencia, rompió el arado y melló los otros instrumentos de labranza, como si quisiera permanecer eternamente infecunda y árida. Después de concluida esta difícil tarea, escogió lo mejor de su simiente y, por igual, la repartió entre ambos campos.
El labrador enfermó de mal extraño y no pudo salir al campo para ver si las siembras se habían logrado, o si los pájaros y los vientos habían respectivamente devorado y dispersado la semilla, y envió con tal objeto a su hija Josef que era una rubia y encantadora niña, buena como su padre. Salió la niña al campo y el sol acreció su brillo para que luciera más la belleza de ella, las piedras que encontraba en su camino se apartaban para que no tropezara, el viento jugaba con su hermosa cabellera color de trigal maduro y fina como la seda, las flores se le acercaban a besarla, los reptiles se ocultaban para no asustarla y un tigre hambriento cerró los ojos para evitar que sus instintos lo obligaran a devorarla.
Así fué como aquella buena y bella niña llegó sin novedad a los dos sembrados y vió que en ambos nacían plantitas verdes y lozanas; lo cual fué a comunicar con presura a su buen padre, que recibió la noticia venturosa sumamente complacido. El labrador estuvo enfermo hasta el otoño y sanó precisamente en el tiempo de la siega. Como nadie había atendido ni cuidado los sembrados, creyó que éstos se habían perdido y con la esperanza de recoger algunas espigas, que mucha falta le hacían, fué una mañana al valle en compañía de su pequeña hija. Quedó maravillado al llegar y encontrarse con una abundantísima cosecha de magnífico trigo, que recogió lleno el buen corazón de regocijo.
Enseguida se encaminaron a la cima pedregosa del monte, con la seguridad de que la buena semilla habría, también ahí, fructificado. Cuando llegaron, vieron, llenos de asombro, que en vez de trigo, habían nacido y crecido lozanamente cardos espinosos de olor nauseabundo y letal, que ahuyentaba las mariposas y las abejas y entre los cuales, muy a su gusto, vivían reptiles asquerosos y dañinos. El labrador permaneció pensativo durante algunos momentos, embargado por el horror, el espanto y el asombro; y cuando en algo se hubo calmado, habló a su querida hija Josef y la dijo con palabra plena de emoción:
-Hija, en la mala tierra, la buena, la óptima semilla de trigo, ha producido cardos venenosos, entre los cuales solamente habitan alimañas ponzoñosas y nocivas; así como en los hombres de mal corazón, los buenos sentimientos, las nobles ideas y las sanas doctrinas, se tornan en pasiones y en vicios perversos, que sólo ocasionan el mal y el dolor. ¡Loado sea el Creador porque tú eres buena!
La besó con amor paternal en la hermosa frente y dichosos volvieron a su casa a solazarse beneficiando la abundante y rica cosecha que rindió el valle risueño.
Rubén Valenti
Tomado del Libro “Alma Latina”
El Gallo
¡Yo soy el Gallo! Cuando aparece la luz del día
tras las montañas, que envuelve un velo de azul turquí,
con alegría
lanzo a los aires mi sonoroso, ¡Quiquiriquí!
Yo digo a todos: llegó la aurora
con sus diamantes y su arrebol;
allá en el monte las cumbres dora
la luz del sol.
Luzco mi cresta, cual amapola
de un rojo ardiente de carmesí,
y de mi cola
como esmeraldas brillan las plumas, ¡Quiquiriquí!
De la pereza soy enemigo,
y a todos digo:
sed como yo;
radia la aurora,
de levantarse llegó la hora,
la hora precisa de ir al trabajo también llegó.
Cien años vive quien se levanta
con el gallito madrugador,
que alegre canta
y el sueño vela del labrador.
Soy el monarca del gallinero
y, altivo y fiero,
si alguien me obliga, corro a luchar.
Mis espolones
vime obligado cien ocasiones
¡en recias lides a ensangrentar!
Luzco mi cresta de un rojo vivo, cual amapola
que en las campiñas incendia el sol.
y de mi cola,
como un penacho, brillan las plumas de tornasol.
De la pereza soy enemigo,
y a todos digo:
¡Miradme a mí!
Llegó la aurora,
sonó la hora…
¡Yo soy el gallo! ¡Quiquiriquí!...
Tomado del Libro “Alma Latina”
¡Yo soy el Gallo! Cuando aparece la luz del día
tras las montañas, que envuelve un velo de azul turquí,
con alegría
lanzo a los aires mi sonoroso, ¡Quiquiriquí!
Yo digo a todos: llegó la aurora
con sus diamantes y su arrebol;
allá en el monte las cumbres dora
la luz del sol.
Luzco mi cresta, cual amapola
de un rojo ardiente de carmesí,
y de mi cola
como esmeraldas brillan las plumas, ¡Quiquiriquí!
De la pereza soy enemigo,
y a todos digo:
sed como yo;
radia la aurora,
de levantarse llegó la hora,
la hora precisa de ir al trabajo también llegó.
Cien años vive quien se levanta
con el gallito madrugador,
que alegre canta
y el sueño vela del labrador.
Soy el monarca del gallinero
y, altivo y fiero,
si alguien me obliga, corro a luchar.
Mis espolones
vime obligado cien ocasiones
¡en recias lides a ensangrentar!
Luzco mi cresta de un rojo vivo, cual amapola
que en las campiñas incendia el sol.
y de mi cola,
como un penacho, brillan las plumas de tornasol.
De la pereza soy enemigo,
y a todos digo:
¡Miradme a mí!
Llegó la aurora,
sonó la hora…
¡Yo soy el gallo! ¡Quiquiriquí!...
Tomado del Libro “Alma Latina”
1 comentario:
Gracias por publicar tan hermosa poesía, me trae muy bellos recuerdos.
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