Libro “Alma Latina”
La Zorra y el Tambor
Una zorra, obligada por el hambre, merodeaba en un bosque para proporcionarse alguna caza. Divisó un gallo, provisto de bella cresta y de hermoso plumaje, y que marchaba gravemente rodeado de un crecido número de gallinas.
Se puso en acecho para no perder tiempo y que no se le escapara el gallo. En aquel momento oyó un extraño ruido y, volviendo la cabeza, vio un tambor atado a un árbol, cuyas ramas, agitadas por el viento, golpeaban la piel tersa del instrumento que producía un ruido espantoso.
-¡Oh, oh! –se dijo la zorra; ese animal que hace tanto ruido debe ser mucho más excelente manjar que aquel gallo que ya es viejo.
Dejó, pues, de acechar al gallo, salió de su emboscada para ir derecho al árbol y por él trepó con mucha dificultad. Saltó sobre el tambor y lo mordió con sus dientes; pero dentro de él no encontró más que viento.
Despechada, se bajó del árbol para correr detrás del gallo; pero éste, con las gallinas, se había puesto en salvo.
-¡Qué desgraciada soy! –dijo la zorra totalmente confundida: me he dejado seducir por una cosa que se me ha desvanecido engañosamente.
Mi almuerzo ha huido y no he encontrado en ese tambor hueco lo que producía tanto alboroto. No puede uno fiarse de las apariencias: ya lo sé para lo porvenir.
Narración India
La Piedra más Preciosa
Érase una señora que tenía unos pendientes de diamantes, de los cuales estaba tan envanecida que no hacía más que enseñarlos a todo el mundo. Mostróselos cierto día al molinero, su vecino, cuando éste llevaba los sacos de la harina a su carro para conducirlos a la tahona.
-”He aquí unas piedras, díjole el buen molinero, que sin duda os han costado mucho dinero”.
-Ciertamente, contestó la señora.
-¿Y para qué sirven?, -preguntó el molinero.
-Para adornarme, -contestó la señora.
-¿Y no sirven para otra cosa?, repuso el interlocutor.
-No, contestó la señora.
-Pues bien, replicó el molinero; yo quiero mejor las piedras de mi molino, pues no han costado tan caras y son más útiles; sin contar con que yo no temo que me las roben.
Hay que preferir en la vida lo útil a lo superfluo que únicamente halaga nuestra vanidad.
Un Mal Consejo
Clemente le dijo a Alejo una noche: -Camarada, para reír, te aconsejo que al sombrero de ese viejo le tires una pedrada. Y Alejo, muy diligente, va, de una piedra echa mano, y arrójala velozmente, hiriendo a otro pobre anciano que era… ¡el padre de Clemente! | Cuando el hijo se enteró de lo que había ocurrido, lleno de asombro exclamó: -Alejo a mi padre hirió, ¡pero yo el culpable he sido! De este relato o historia hágote, amigo, un bosquejo; no des, pues, un mal consejo, y conserva en tu memoria lo de Clemente y Alejo. V r L |
Disputa de los Dedos
Un día disputaban entre sí los dedos de la mano, pretendiendo cada uno ser de más importancia que los otros.
-¡Silencio! Yo soy el más fuerte; yo trabajo más que vosotros cuatro juntos; tengo mi lugar aparte y soy, por consiguiente, vuestro jefe. –Así habló el pulgar.
-Yo no soy menos que tú, le gritó el “índice”, yo verifico los trabajos más finos, y se me encomienda siempre lo de más importancia; por lo tanto, yo soy entre vosotros el más hábil y aceptado.
-¡Nada de eso! –replicó el “cordial”. –Yo soy el más grande, estoy colocado en el centro, y la naturaleza me ha distinguido señalándome como vuestro rey.
-¡Cómo! –dijo el “anular” –¿No me veis adornado con oro y piedras preciosas? Eso indica bien claro que los hombres me han designado el puesto más honorífico. Como el dedo “meñique” no había chistado, los demás preguntaron:
-¿Y tú pequeñito, por qué guardas silencio? Habla, cuéntanos tu valor!
-¿Para qué he de hablar? –respondió el “meñique” –No estoy colocado aquí, en mi sitio, para burla nuestra? El que hace lo que debe y puede, y lo que Dios quiere, es digno de aprecio.
Los otros dedos reflexionaron un momento y dijeron entre sí:
-Tiene razón el pequeñuelo: nuestro hermanito es tan útil y bueno como cualquiera de nosotros.
A H
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