El Marquesado de Salvatierra
Introducción
Los mexicanos sabemos que, como resultado de la Conquista, nuestros antepasados fueron sometidos durante tres siglos al monarca español por medio de un virrey, quien era nombrado, la mayoría de las veces, elegido entre la nobleza. A este personaje, al principio de la Colonia, lo rodeaban conquistadores y gente importante llegada de la península, con el tiempo al entrar en funciones, el virrey formaba su corte con nobles, aristócratas e incondicionales. De esta manera, fué surgiendo la nobleza criolla, compuesta por elementos que destacaban en las diversas actividades económicas –minería, comercio, agricultura, etcétera-, los que primero debían constituir un mayorazgo que les facilitara el camino para obtener un título nobiliario. Al mismo tiempo se fueron definiendo los estratos sociales: en primer lugar, los españoles peninsulares; en segundo, los españoles criollos; en tercero, los mestizos producto de uniones eventuales entre españoles e indias; en cuarto, los indios naturales de la tierra; y por último, de todos, con las razas negra y china, nacen las castas inferiores, Sometidos todos a la Corona española, autocrática, absolutista y hereditaria.
En la Nueva España, de acuerdo con este estado de cosas, la justicia recayó en las Audiencias Virreinales, Tribunales Colegiados, que en su momento recurrían al Consejo de Indias, siendo el Virrey el ejecutor (no se debe olvidar que los cargos y empleos más importantes de la administración, recaían invariablemente en los españoles peninsulares; los menos eran para los criollos). Fuera de la burocracia sucedía lo mismo: el español en su negocio o empresa –comerciante, minero, agricultor, etcétera-, primero empleaba, amparaba y protegía a su coterráneo, después al criollo, para otros trabajos a los mestizos y para las labores rudas y denigrantes disponía de los indios y castas, quienes, en su inmensa mayoría ni siquiera hablaban español.
Después de trescientos años, al inicio del siglo XIX, todo marchaba bien para España, pero en 1808, Napoléon I la invade y le impone como rey a su hermano José, por lo que rápidamente se organizan juntas locales de gobierno y se prepara la resistencia. Cuando llegan estas noticias a América, en la mayoría de las colonias, los criollos, quienes dudaban de que España superara esta situación, se unen respetando la subordinación al rey para independizarse de la España Napoleónica..
En la Nueva España, los criollos se lanzan a la lucha con este fin; Hidalgo, el iniciador, convoca y le responden –ilusionados por un nuevo orden- los mestizos, indios y castas. Después de tres años de guerra, en noviembre de 1813, Morelos, quien tenía sangre africana, había destacado por sus triunfos, y por redactar en Chilpancingo la primer Acta de Independencia, y luego en Apatzingán, en octubre de 1814, se proclama la Constitución con el título de Decreto Constitucional, en la que se reconoce la soberanía popular, ciudadanía general, igualdad ante la ley, inviolabilidad del domicilio, entre los conceptos democráticos, que sólo fueron observados en el área insurgente.
A consecuencia de los descalabros sufridos (principalmente la aprehensión y fusilamiento de Morelos), la lucha se debilita y se reduce a una provincia en el sur hasta 1821, cuando Agustín de Iturbide, quien siempre había luchado en su contra, se une al último caudillo sureño, Vicente Guerrero, para consumar la Independencia de México.
Agustín de Iturbide borró de la escena política a Guerrero y quiso ser Emperador de México al uso y manera de la Corte de Madrid, apoyado por la gente de bien; criollos y aristócratas se unieron y apoyaron el nocturno grito del sargento Pío Marchá, y lo coronaron. Poco duró su sueño (del 18 de mayo de 1822 al 19 de marzo de 1823), salió al destierro y a su regreso fué fusilado en Padilla, el 19 de julio de 1824. Desde entonces, México optó por la República como forma de gobierno.
Durante 40 años de revoluciones entre centralistas y federalistas, y luego entre conservadores y liberales, los primeros añoraban nostálgicamente a Iturbide y a su imperio, los segundos tenían el propósito de crear el nacionalismo en el mexicano y de cimentar el federalismo en la República.
Los conservadores eran la clase privilegiada, que por generaciones había disfrutado cerca de los gobiernos en turno, pero ahora, en 1855, con la derrota de Antonio López de Santa Anna, su Alteza Serenísima, veían en el triunfante ejército del Plan de Ayutla y en sus nuevas leyes el cataclismo nacional, por este motivo se agrupan civiles, militares y eclesiásticos con el fin de derrocar al gobierno que había promulgado la Constitución de 1857, dando lugar a la Guerra de Tres Años, en la que fueron derrotados, derrota que los impulsó a pedir y obtener el apoyo de Napoléon III, Emperador de los franceses, para derrocar la República e importar un príncipe extranjero. Napoleón III se inclinó por Maximiliano de Habsburgo para que fuera emperador de México, lo que generó un estado de guerra entre Francia y la República Mexicana.
Al llegar el ejército imperial francés sufre una derrota en Puebla. Al Año siguiente, con un ejército de 30 mil hombres, sitia y toma la población y avanza sobre la capital de la República, tomándola el 10 de junio de 1863. El presidente Juárez había salido para el último de sus peregrinajes sin claudicar de su idea republicana, federal y democrática.
Maximiliano y su esposa Carlota llegaron a Veracruz el 28 de mayo de 1864, y a la capital el 12 de junio del mismo año, dedicándose a la organización de su corte y ceremonial con el beneplácito de los monárquicos. El imperio se sostuvo con el apoyo del ejército francés, que siempre estuvo en acción contra la guerra de guerrillas que defendía el honor de la patria y que fué la base del Ejército Republicano. Ante esta situación y a las presiones extranjeras, Napoleón ordena la evacuación de México y deja a Maximiliano sin su auxilio. Las últimas tropas francesas se embarcan el 11 de marzo de 1867, mientras las republicanas van recuperando terreno y plazas, al fin el emperador Maximiliano queda sitiado en Querétaro que cayó, el 15 de mayo, donde es juzgado y encontrado culpable. Fué fusilado el 19 de junio de ese año.
Con la república restaurada, México sigue en pos de la democracia, en un principio con elecciones indirectas hasta el 26 de abril de 1912, cuando se decreta la votación directa ratificada en la Constitución de 1917, decreto que da a todos los mexicanos, -criollos, mestizos, indios, etcétera- por primera vez la oportunidad de ejercer la democracia, lo mismo van a la casilla el peón, comerciante, obrero, artesano, profesionista, artista, industrial, que pueden votar y ser votados desde presidente municipal hasta presidente de la República; el ciudadano mexicano que ejerce este derecho es un hombre valioso, no importa su condición económica, credo, color, acto que fué y es el principal fundamento de la democracia y la diferencia toral con aquellas monarquías.
Hoy, el pueblo de México comprende que en él reside la soberanía, y ya se prepara para corregir en las urnas los muchos y grandes errores cometidos, obligando a los políticos de carrera a respetar su voluntad y a alcanzar en un tiempo no lejano la plena democracia que dejará sin oportunidad a los que nostálgicamente añoran (afortunadamente quedan pocos) la época virreinal, el Imperio de Iturbide que fué una dictadura con remedos de monarquía, para organizar con un sargento, con un José Manuel Hidalgo, un tercer ensayo monárquico.
ORIGEN DE LA NOBLEZA ESPAÑOLA
En el año 27 d.C., la Península Ibérica formaba parte del Imperio Romano. según la tradición, fueron los apóstoles San Pablo y Santiago los que predicaron el Cristianismo, que adquirió gran importancia al celebrarse dos concilios: uno en Zaragoza, en 380, y el otro en Toledo, en 400. A la caída del imperio romano, España sufrió la invasión y saqueo de los bárbaros, suevos y vándalos, en 409, más tarde llegaron los visigodos, quienes se establecieron en la Galia, su dominación duró tres siglos (de 410 a 711). De los hechos más importantes de este reinado destacan, primero, la unidad religiosa, en 589, y la publicación del Fuero Juzgo que incluyó las legislaciones visigóticas e hispanorromanas.
En el año 711, Don Rodrigo, último rey visigodo, fué derrotado en la batalla de Guadelete por los árabes capitaneados por Tarik, quienes después se fueron apoderando rápidamente del resto de la península. Los partidarios de Don Rodrigo se refugiaron en las montañas al norte de España, para empezar a organizar la reconquista. Los cristianos refugiados también en las montañas de Asturias, se organizaron contra la dominación musulmana en 718; Don Pelayo derrotó en Covadonga a los árabes, con esta batalla comienza el periodo de la llamada reconquista, que duró cerca de ocho siglos. En esta época se originan los reinos de Asturias, León, Castilla, Aragón. Navarra, Cataluña y Portugal; en ellos se formaron los núcleos cristianos que llevaron a cabo la lucha contra el poderío musulmán, como la toma de Toledo en 1085, las campañas del Cid Campeador, la toma de Zaragoza en 1118, batalla de las Navas de Tolosa en 1212 (en que participaron todos los reinos cristianos), las tomas de Mayorca en 1229, la conquista de Córdoba en 1236, Valencia en 1238, Sevilla en 1248, Murcia en 1266 y la batalla del Salado en 1340).
Debido a las políticas matrimoniales y a otros acontecimientos históricos que motivaron sucesivamente la unión de los reinos de Aragón y Cataluña en 1137, Castilla y León en 1230, Castilla y Aragón en 1479, éste por el matrimonio de Isabel de Castilla y Fernando V de Aragón, los reyes católicos, quienes resueltos a conseguir la derrota de los moros levantaron un poderoso ejército con el que fueron conquistando las plazas que les facilitarían el camino a Granada, último baluarte enemigo al que pusieron sitio, entrando triunfantes el 4 de enero de 1492 y terminando con este hecho, el poder mahometano en España.
Concluida la guerra, los hombres que habían luchado en defensa del cristianismo fueron reconocidos como hidalgos, constituyendo la base de la nobleza española. De estos hidalgos sin título se originan dos tipos de nobleza: los nombrados ricos hombres y los del grupo medio los primeros, a partir de 1520, fueron los grandes de España, herederos de los magnates visigodos, se creían hechos por Dios y por el tiempo, y fueron los poseedores de los títulos nobiliarios: Duque Grande, que era igual a Conde Grande, considerados primos del rey, que podían estar delante de él con la toca puesta.
El grupo medio, compuesto por Duques, Marqueses y Condes, entre éstos dos últimos no había distinción jerárquica; todos ellos tenían qué descubrirse en presencia de Su Majestad: por tradición, un noble era, de acuerdo con la definición española, un hombre con riqueza y mujer irreprochables, con ascendencia de cristianos limpios, sin mancha o inclinación mora, pagana, judaica o herética y debían pagar los impuestos de Lanzas y Media Anata –el primero era una obligación feudal específica por servicio militar, pero en vez de pagar y mantener soldados en el campo de batalla, un Conde o Marqués podía pagar una suma anual al rey; el segundo era el ingreso de medio año de cualquiera que había recibido algún privilegio del rey, era obligado en la creación y sucesión en los títulos nobiliarios.
En el ejército de los reyes católicos que levantaron para la toma final de Granada, figura un hidalgo de nombre Antón López de Viar, quien fuera hijo de García López de Viar y de Elvira Fernández de la Parra, quien toma parte en el asedio y ocupación de varias plazas, en la batalla de Basa ante sus muros, pierde la vida en 1489, dejando viuda a Elvira Fernández de la Cuesta y huérfano a Jerónimo López, a quien seguiremos por ser el antecedente principal en la Nueva España del Marquesado de Salvatierra.
Tomado del Libro: “El Marquesado de Salvatierra” de Francisco Vera Figueroa
Historia de la Coronación de
Nuestra Señora de la Luz
FESTIVIDAD DE LA CORONACIÓN DE NUESTRA SEÑORA DE LA LUZ
(continuación)
El Breve Pontificio modificaba el ceremonial propio de estos actos, pues disponía que la coronación se hiciera al terminar la misa, y no antes, como dice el Ceremonial de Obispos. Al terminar pues, la misa, se inició la ceremonia de la coronación, entonando el Excmo. Sr. Arzobispo Ruiz el “Regina Coeli” que cantó el Orfeón.
En seguida, sostenida por cuatro sacerdotes y colocada en unas pequeñas andas cubiertas de pelucho rojo, fué presentada la corona regia ante el Excmo. Sr. Arzobispo, que desde su trono la bendijo. Es ésta una obra de arte, ejecutada por el artista J. Peregrina de Guadalajara y está adornada con perlas finas, brillantes y esmeraldas. Hubo en seguida un momento de reposo y de silencio mientras el Señor Cura Don José Espinoza, acompañado por los Padres Vicarios D. Salvador Rodríguez y D. Luis G. Becerra pasaban al camarín a bajar a la Sagrada Imagen de la Santísima Virgen, trayéndola entre los tres con suma reverencia.
El momento solemne, anhelado hacía ya diez años, preparado con los sacrificios y entusiasmo de los salvaterrenses, y que ocupó sus pensamientos durante varios meses, había llegado. Organizóse una solemnísima e imponente procesión compuesta por más de doscientos Sacerdotes, revestidos con sotanas y cotas y nueve Sres. Arzobispos y Obispos revestidos con pluvial y mitra y llevando báculos en la mano. Escoltaban esta procesión cien vecinos de Salvatierra, Caballeros de Ntra. Señora de la Luz, que vestidos con traje negro y cruzado su pecho con bandas azules, bordadas de oro, habían dado servicio en la solemnidad cuidando las entradas del templo. Para la procesión vinieron todos a formar a los lados de ella.
Precedida de los Sacerdotes y seguida de los Señores Canónigos que formaban Comisiones de distintos Cabildos y de los Prelados, iba la Imagen de la Santísima Virgen llevada por el Párroco y los tres Vicarios de la ciudad.
Llegados al altar levantado en la puerta, fué colocada la Sagrada Imagen en la nube de plata sobre él preparada, mientras los Prelados y Sacerdotes se colocaban al frente, en un lugar separado, abajo del pequeño presbiterio en que estaba colocado el altar.
La corona, que había sido llevada delante de todos por cuatro sacerdotes, fué colocada sobre la mesa del altar provisional.
Levantándose entonces los Excelentísimos Señores: Arzobispo de Morelia y Delegado Especial del Sumo Pontífice, Dr. D. Leopoldo Ruiz y el Arzobispo de México y Encargado especial de los negocios de la Santa Sede en nuestra Patria, Dr. D. Luis M. Martínez, tomó éste la pequeña corona con que había de ser coronado el Niño Jesús, y aquél la corona más grande para imponerla en las sienes de María y con ellas dieron vuelta al altar, apareciendo ambos a un tiempo ante el pueblo, que, congregado en gran número ante la puerta del templo, iba a presenciar la coronación desde el atrio y la plaza.
Como se ha dicho, el altar de la coronación estaba levantado fuera del cancel de la puerta mayor y casi tocando a ésta. Subieron ambos Prelados al mismo tiempo por las escalerillas que protegidas con barandales tallados en maderas y dorados, permitían acercarse a la Imagen, mientras ésta, girando sobre el eje que tiene la nube, daba frente al pueblo aglomerado en la plaza.
Impuso primero el Excmo. Sr. Martínez la corona al Niño Dios, en medio de las
aclamaciones de la multitud, y en seguida el Excmo. Sr. Ruiz impuso la corona a la Imagen de María en nombre del Jefe Supremo de la Iglesia, prorrumpiendo la inmensa multitud en gritos y aplausos, mientras otros cantaban el himno aprobado para este acto. El Sr. Cura D. José Espinosa, tuvo la dicha de ayudar al Excmo. Sr. Ruiz a colocar la corona en la frente de la que, con un título más, será Reina de los cielos y tierra y en especial Reina de Salvatierra y con nuevos motivos Reina de la Nación Mexicana, ya que la misma coronación fué prometida por el bien de la Nación y redundará en su provecho.
En el momento de la coronación hubo dos hechos muy notables, que vinieron a hablar de la aceptación que hacía la Reina de nuestra humilde corona: Echadas a vuelo las campanas, un badajo con peso aproximado de 15 kilos, se desprendió de uno de los esquilones, cayendo sobre la apiñada multitud que llenaba el atrio, sin causar desgracias personales, por haber caído sobre uno de los timbales de la banda de música que casi no podía tocar por la opresión de la multitud.
Los Prelados fueron de parecer que se timbal no se reformara, sino que se conservara hecho pedazos como está, colocándolo juntamente con el badajo, en una de las capillas anexas al templo.
Al repique que anunciaba la coronación, muchas gentes que andaban lejos quisieron aproximarse corriendo a la plaza, y un niño que esos momentos cruzaba la calle, fué arrollado por un pesado camión pasándole una de las ruedas por el pecho, sin causarle ningún daño.
La Santísima Virgen no permitió, no quiso que hubiera sangre en momentos tan solemnes en que se le ofrecía una corona y en que Ella auguraba la paz.
Vueltos los Prelados coronantes a su lugar, el Excmo. Señor Ruiz entonó el Te Deum, y mientras el coro lo cantaba, los Sres. Arzobispos y Obispos, uno a uno, iban depositando sus mitras sobre el altar de la coronación, en señal de homenaje y rendimiento. Este acto fué muy emocionante. Bajada después la Sagrada Imagen, se formó de nuevo la procesión para devolverla al altar mayor. El templo estuvo durante el día henchido de fieles que saludaban a su Inmaculada Reina. Por la tarde a las 6 en el ejercicio predicó el Excmo. Sr. Arzobispo Altamirano, y llevó procesionalmente al Santísimo Sacramento por el interior del templo. A la procesión asistió gran número de señoritas, principalmente de la Acción Católica, que quisieron venir uniformadas con vestido blanco.
EL BANQUETE
A las dos de la tarde se sirvió un banquete a los Excmos. Prelados y demás invitados, que estaba preparado para doscientas personas; pero que en una segunda mesa resultó ser para trescientas. Este banquete tuvo lugar en el claustro del Convento del Carmen cuyos muros habían sido forrados de lienzos rojos, sobre los que se destacaban espejos y adornos de palmas y flores naturales. Son anterioridad, la Comisión respectiva mandó fabricar una cantidad de copas de colores rosa, verde y claras, para los diversos vinos. Se mandó hacer igualmente a una fábrica, suficiente número de servilletas. Los manjares fueron preparados por la señora Doña Josefa G. de Echevarría.
A la hora de los brindis, tomó la palabra el Sr. Lic. D. Jesús Guiza y Acevedo, que vino de México a cooperar de este modo en las fiestas de su terruño, ofreciendo el banquete.
Hablaron después el Sr. Canónigo D. Federico Escobedo, que lo hizo en verso; el Excmo. Sr. Arzobispo de México, Dr. D. Luis M. Martínez; el Excmo. Sr. Arzobispo D. Luis M. Altamirano, y por voluntad del Excelentísimo Sr. Ruiz, el Sr. Cura D. José Espinosa, quien no puedo concluir por la emoción. El banquete terminó a las cuatro.
LA VELADA
La Comisión destinada para organizarla se afanó en hacer los mejores preparativos. No omitió esfuerzos por colectar fondos, logrando reunir más de mil pesos, que se gastaron, no obstante que casi todos los artistas no recibieron gratificación alguna. El lugar en que se verificó la velada a las nueve de la noche, fué el Teatro Salón “Ideal”, que había sido profusamente engalanado mediante colgaduras de charmés azul, con grandes flecos y figuras ornamentales de flores y papel de plata y focos eléctricos. Este fué el programa:
1 Obertura por la Orquesta.- 2 Ofrecimiento de la velada por el Sr. Pbro. D. José Luz Ojeda.- 3 “Alleluia”. Mozart. Canto por la Srita. Margarita Rodríguez Montoro. Al piano Prof. Miguel T. Sámano. – 4 Primer tiempo de la Sonata “Passionata” Beethoven. Piano, Srita. Profesora Ana María Alonso. – 5 Discurso del Sr. Dr. J. Jesús Guiza y Acevedo. – 6 “La Forza del Destino”. Verdi. Canto por el Sr. Luis G. Alonso. Al piano, Srita. Profesora Ana María Alonso. – 7 Variaciones de Proch. Canto por la Srita. Carmen Redondo. Al Piano, Srita. Ana María Alonso. – 8 Poesía por el laureado poeta Salvaterrense Sr. Pbro. D. Federico Escobedo. – 9 “La Calumnia”. Rossini. Canto. Bajo, Sr. Francisco Alonso. – 10 Palabras del Sr. Arzobispo Dr. D. Luis M. Martínez. – 11 “La Virgen de Iturbide”. Boceto Dramático escrito en verso por el Sr. Pbro. D. Manuel Muñoz, representado por personas del magnífico Cuadro Teatral de Acámbaro. – 12 Pieza de música por la orquesta.
El Sr. Canónigo D. Federico Escobedo, estuvo verdaderamente inspirado en sus composiciones, y quien coronó este brillante festival fué el Excmo. Sr. Arzobispo D. Luis M. Martínez. Es muy de lamentarse el que no se haya tomado copia de su magnífica producción. Dijo en ella que así como el Río Lerma que riega a Salvatierra, cambia constantemente sus aguas, pero es siempre el mismo río que riega y fertiliza esta región, así la Santísima Virgen de la Luz, es la vida y constante riego de sus moradores y generaciones que van sucediéndose.
Brillantísima resultó la pieza oratoria del señor Pbro. D. J. Luz Ojeda, así como también el Poema del inspirado vate Michoacano Pbro. Don Manuel Muñoz, escrito especialmente para esta velada, que intituló “La Virgen de Iturbide”.
No podemos dejar de mencionar a la familia Alonso, principales artistas de la Metrópoli y originarios de Salvatierra; no sólo los dos hermanos cantaron con maestría, sino la Srita. Ana María dejó a todos encantados de su ejecución en un piano “Steinway” que compró el mismo Paderewsky en Europa, y que casi nuevo conserva, en esta ciudad, la Sra. María Jesús Vega Vda. de Almanza, quien lo facilitó con mucho gusto. El festival terminó a la una de la mañana.
Al día siguiente, 25 de mayo, hubo otra muy solemne Misa Pontifical, oficiando el Excmo. Sr. Arzobispo D. Luis M. Martínez. El objeto de esta misa fué peder a la Santísima Virgen la paz universal, ya que el mismo Papa se ha fijado en que lleva la Imagen de Nuestra Señora de la Luz una palma de oliva que augura la paz. Predicó el Excmo. Sr. Arzobispo Coadjutor de Morelia, D. Luis M. Altamirano y Bulnes, quien fué muy felicitado por su magnífica pieza oratoria.
(continuará…)
Tomado del “Álbum de la Coronación de
Nuestra Señora de la Luz”