Aquelarre
Dicen que por las noches salen las almas en pena, dicen que por las noches las brujas malignas hacen sus bebidas envenenadas en el panteón de la Iglesia de Santo Domingo en Salvatierra.
Las brujas trabajan en las noches porque la gente se va a la cama a dormir, solamente caminan por las calles los maleantes que roban a quienes pasan cerca de ellos y matan a aquellos que se resisten. También se meten a las casas a robar.
Un día varios amigos nos pusimos de acuerdo para espiar a las brujas que seguramente estarían en el panteón de Santo Domingo, pues era un viernes trece, también era noche de luna llena cuando salen las almas de los mal portados y que se encuentran tan castigados en las llamas eternas del infierno.
A nuestras espaldas había una barda, de un lado pusimos unas tablas viejas y casi podridas, del otro lado pusimos unas ramas y zacate, en el frente nos protegimos con unas ramas espinosas de huisache.
A tres cuadras del lugar se encuentran las torres de la parroquia y a las doce de la noche el reloj marcó la hora. La primera campanada nos hizo brincar de miedo, a la segunda campanada nos juntamos más y a la tercera nos abrazamos llenos de miedo y el único ruido que se escuchaba era el de nuestras quijadas que, temblando de abajo hacia arriba golpeaban los dientes.
No supimos de dónde llegaron, vimos cuando las brujas hicieron su fogata y pusieron encima de ella un cazo. De pronto, las brujas hicieron una valla y por ella fueron pasando sus invitados: Una sombra muy obscura fue la primera en entrar y, a paso muy lento, se dirigió a la hoguera llorando y gritando, echó unas lágrimas en el cazo, era la Llorona.
Detrás de ella, llegó el monje sin cabeza que todas las noches salía de las calles que están detrás del convento de San Francisco, sacó de sus bolsas unos lagartijos secos, les cortó las uñas, las echó en el cazo diciendo con voz de muerto: “¡uñas de lagarto para romper las rejas!”
Entró otro esperpento, en el cazo aventó su ofrenda y dijo: “colmillos de lobo para comer humanos, aú, aú, aú”.
Le siguió otro espanto que con voz chillona lanzó al cazo unas alas de murciélago: para volar por los tejados y rió socarrón.
Una horrible bruja se acercó al cazo, movió con una pala el brebaje que se cocía y dijo:
-¡No cese, no cese el caldero que cuece!
Otra bruja que traía un sombrero que terminaba en punta puso en el cazo puños de azufre y también cantó con chillona voz:
-¡No cese, no cese el caldero que cuece!
Unas brujitas echaban leños en la fogata. Todas estaban chimuelas y tenían la lengua puntiaguda. Tocó su turno a una bruja que caminaba ayudada por una vara larga que le servía de bastón, movió la mezcla del cazo y gritó:
-¡No cese, no cese el caldero que cuece!
La noche estaba obscura y los niños que espiaban temblaban de frío y de miedo casi todos tenían el pantalón mojado, yo también. Llegó otro espanto que hacía mucho ruido con las cadenas que golpeaban las tumbas. Todas las noches sale de “Las Arrecogidas”, así le
llamaban a la cárcel de mujeres que estaba en la calle de 16 de Septiembre en Salvatierra y haciendo mucho ruido arrastra cadenas por la calle de Hidalgo y se mete en el Convento de Capuchinas. Ella también cantó: “¡No cese, no cese el caldero que cuece!”
De pronto se oyó el ruido de los cascos de un caballo que venía corriendo de por el rumbo de la hacienda de San José del Carmen, bajó del caballo negro un hombre quien traía una capa negra, traía su látigo en la mano con el que pegaba a los peones cuando tenía vida, y con voz de ultratumba gritaba:
-¡No cese, no cese el caldero que cuece!
Y las brujas seguían moviendo el brebaje del cazo: ¡No cese, no cese el caldero que cuece!
Llegaron más espantos al aquelarre, así llaman las brujas a sus reuniones. Todas echaban al caldero pociones mágicas, pelos de rana calva, ojos de sapo gritón, dientes de ratón, veneno de víboras, saliva de dragón, y todos cantaban:
-¡No cese, no cese el caldero que cuece!
Los espantos se sentaron en las tumbas y las brujas se tomaron de las manos formando círculos cantando con voz chillona
-¡No cese, no cese el caldero que cuece!
Empezaba el ritual tenebroso, cuando llegó una fila de esqueletos. El que iba delante dijo: “Nos avisaron que había Aquelarre y decidimos venir al festejo lúgubre, yo soy la muerte y me llaman “La Flaca”, les presento a mis compañeras.
Todas se reían presentando su dentadura escasa y podrida, haciendo una caravana y una a una decía su nombre: -Yo soy “La tilica”, -y yo la “Temblona”, -a mi me dicen “La Huesa” y mi compañera es “La Movida”. Le siguieron “La Filosa” y “La Pelada”, -me llaman “La Tiesa” y yo, “La Llorona” -dijo otra: yo soy “La Flaca” y mi hermana “La Dientona”.
Dando pasos calmados llegó “La Catrina” con su sombrero ancho. Ya todos juntos los espantos, las brujas y las calacas tomaban un sabroso brebaje, untaban con él las escobas, se mojaban y untaban las manos y gritaban con voz de ultratumba:
-¡No cese, no cese el caldero que cuece!
R R S
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