El General Calleja
La feroz hecatombe que hubo en Granaditas irritó al entonces General de Caballería Félix María Calleja del Rey, al punto de dictar disposiciones crueles y sanguinarias.
Una de ellas fué pasar el cuchillo a toda la población de Guanajuato, ya diezmada por las luchas de Independencia. En este episodio histórico intervino el célebre fraile José María de Jesús Belaunzarán.
Otro consistió en aprender en el acto mismo a todos los que estuvieren presentes en el lugar donde se encontrase el cadáver de un español y luego llevarlos a la horca que para ese fin había levantado en Plaza Mayor, o sea la Plaza de la Paz.
Tanta fué su sed de venganza, que para cumplimentar esta orden en el acto mandó que se erigieran más horcas como la mencionada, en cada una de las plazas de la ciudad, o sea en Mexiamora, el Ropero, La Compañía, San Diego, San Francisco, San Roque, el Baratillo, frente a Granaditas, San Fernando y una en cada uno de los minerales vecinos...
Cuanto carpintero se encontró en la ciudad fué ocupado en esta labor, con la idea de que en el menor tiempo posible fueran terminados todos esos instrumentos de tortura y muerte.
La primera parte de su orden se cumplió con la gente que se hallaba aprehendida en la Alhóndiga.
Nuestros lectores podrán imaginar cuál fué el resultado que siguió a tan inaudito y perverso mandato: las calles de la ciudad estuvieron desiertas por varios días. Sólo se veía el paso de las rondas vigilando a toda hora.
Francisco Gómez fué de los primeros capturados; luego siguieron multitud de personas que por la fuerza y a culatazos eran sacadas de sus propias casas, a donde se había ocultado. Por todas partes se oía el martilleo de los carpinteros ante la ausencia total de cualquier otro ruido, todos empeñados en levantar patíbulos.
Eso fué sencillamente inaudito. No sabemos de población alguna donde se mandara construir ese número de horcas, y todas al mismo tiempo para quitar la vida a sus habitantes, en el lugar donde fuera encontrado un cadáver español.
Pero así fué. Llegaban a la Plaza Mayor las víctimas custodiadas por piquetes de soldados; subían al improvisado cadalso que estaba en el centro y momentos después se escuchaban los ayes desgarradores de la gente indefensa que asistía al espectáculo.
En un día fueron ahorcadas 32 gentes del pueblo, sin más culpa que la de haber nacido en este suelo.
El cuadro que se ofrecía a la vista de quienes hasta sin querer lo contemplaron no tiene paralelo, ni con lo sucedido en Francia cuando los trágicos cuando los trágicos días de su Revolución.
Y durante todo el día siguiente se vieron más ejecuciones. La población, poseída del más hondo pavor, no osaba ya no digamos salir a las calles, ni siquiera asomarse por las rendijas de su ventana. Uno de estos días fueron sacrificados tres valientes jóvenes a los que se les arrebató la vida, en igual forma, pero en la horca de Granaditas, entre ellos don Casimiro Chowell, a la sazón administrador de la mina de Valenciana.
Tomado del Libro: "Leyendas de Guanajuato, Historia y Cultura"
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