El Soldado de los Cárcamos
Estaba Adelaido dormitando a la sombra de un guayabo a media mañana de un día de abril de 1979. Tomaba un reposo después de haber estado chaponeando la yerba de la huerta que cuidaba, cuando vió venir del rumbo de los cárcamos a un soldado que se dirigía a su casa, en medio del huerto. El uniformado entró a la casa y anduvo viendo lo que había en ella, después salió y se dirigió al viejo sabino del camino donde desapareció. Adelaido se había levantado a observarlo, y aunque sabía de quién se trataba pensó: "no me vaya a dar baje con mi vieja".
Por la calle de Batanes, rumbo a las Presitas hay un gran número de huertas en ambos lados del camino. En esos lugares hubo en tiempos pasados y recientes un sinnúmero de asesinatos y robos. Sobre la rivera del río e inmediato al Seminario de "Cristo Rey", se halla la huerta del "Tlacuache". Se llama así porque allí vivía un individuo a quien apodaban con ese nombre, junto con su mujer a quien apodaban la "Tlacuacha", a principios de los sesentas fueron ambos asesinados cruelmente en ese lugar. Esta huerta era precisamente la que después cuidaba Adelaido. Enseguida se encuentra la huerta de los cárcamos, son éstos una vieja construcción de piedra y mezcla que sirvió para guardar agua.
A mediados del Siglo XIX, los Argomedo, dueños de esos predios, sembraron guayabos y pasto propio para que comiera el ganado. Por esta razón, en la época de la Revolución se estacionó allí una partida militar Carrancista, por la facilidad para que sus caballos pastaran y bebieran. Los soldados salieron a pie hacer un reconocimiento, dejando a uno de ellos de guardia al cuidado de las bestias. Cuando sus compañeros volvieron lo hallaron cruelmente asesinado y mutilado, habían arrojado sus restos al cárcamo.
Esta es el ánima en pena que camina y marcha del cárcamo al viejo sabino del camino, haciendo todavía su guardia. Lo cierto es que hace algunos años cuando rehabilitaron los canales y regaderas. En este lugar aparecieron los restos metálicos de rifles y carabinas de la época en que se cuenta que allí estuvo esa partida militar.
La Escondida en Santo Domingo
El rico español dueño de la hacienda se caracterizaba por su mala manera de tratar a los indios que trabajaban como peones en sus propiedades, donde vivían mejor los animales.
Un día del año de 1737, unos bandoleros secuestraron a la hija única del hacendado, escondiéndola en unos solares de lo que hoy es Santo Domingo. En su desesperación se acordó del Santo Cristo, suplicándole que tuviera clemencia de él, que le hiciera el milagro de encontrar a su hija sana y salva. El Cristo habló; le pidió que lo llevaran en procesión, y él daría una señal al pasar por donde estaba escondida la joven.
Empezaron a recorrer muchos lugares con el Cristo a cuestas, al pasar cerca de lo que hoy es el Templo de Santo Domingo se empezó a poner muy pesado, al grado de que los que lo cargaban no pudieron ya con él. El hacendado español interpretó esto como la señal prometida, se dedicaron él y sus hombres a buscar en los alrededores, encontrando a la joven atada de pies y manos en su maizal cercano.
Cuando trataron de devolver al Cristo a su capilla, no pudieron los hombres levantarlo por lo pesado que se había puesto, provisionalmente lo colocaron en una modesta vivienda, después se le levantó una capilla en el lugar, conociéndosele desde entonces como el Señor de la Clemencia, que se venera en el Templo de Santo Domingo.
La Capilla del Mayorazgo
Cierto día llegó un sacerdote que se ofreció a celebrarles la misa del domingo siguiente, sin embargo, el sacerdote falleció repentinamente no pudiendo cumplir con el compromiso contraído con los vecinos del lugar.
Días después del fallecimiento del sacerdote, éste empezó a aparecérseles a los vecinos por las noches, les imploraba que lo acompañaran a la misa que iba a
celebrar para ellos, nadie se atrevió a asistir a la celebración.
Así pasó el tiempo, el sacerdote seguía apareciéndoseles a los vecinos, rogándoles que asistieran a la misa que iba a celebrar. En una de sus apariciones encontró a un borracho que estaba sentado en las afueras de la finca, el sacerdote le pidió que lo acompañara a la misa que iba a celebrar, el borracho le contestó que dónde y cuándo sería, le contesto que al día siguiente a las doce de la noche en la Capilla del Mayorazgo.
Llegado el momento, el borracho se presentó a la celebración, el sacerdote abrió la puerta y encendió las luces, dando comienzo la misa que en esa época se celebraban dando el sacerdote la espalda a los fieles.
Transcurrió sin ningún contratiempo, hasta que llegó el momento de la bendición final, fue cuando el borracho vió que en el rostro del celebrante sólo había una calavera. Al ver esto se asustó mucho cayendo muerto al instante, pero sin soltar la botella de aguardiente.
Al siguiente día, cuando los vecinos vieron las puertas de la capilla abiertas y las luces encendidas fueron a ver qué había pasado, encontrando al hombre muerto. Las apariciones cesaron porque el sacerdote ya había pagado la deuda que tenía con los vecinos.
Leyendas Tomadas del Libro: "Leyendas, Cuentos y Narraciones de Salvatierra, Recopilación" de Miguel Alejo López
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