Tu Hijo (a)
Por la senda de la vida avanzando voy seguro
paso a paso voy de ida
al encuentro del futuro.
Tú me guías con cariño
en tu afán por ayudarme
allanándome el camino
me llevas a superarme.
Orgulloso estoy de ti... ¡Papá!
¡Felicidades en tu día!
Papá, ¿Cuánto Ganas?
Papá ¿Cuánto ganas por hora? con voz
tímida y ojos de admiración, un pequeño
recibía así a su padre al término de su
trabajo.
El padre dirigió un gesto severo al niño
y repuso:
Mira hijo, esos informes ni tu madre los
conoce. No me molestes, que estoy
cansado.
Pero papá –insistía- dime por favor,
¿cuánto ganas por hora? La reacción del
padre fué menos severa. ¿Sólo contestó?:
200 pesos la hora.
Papá, ¿me podrías prestar cien pesos?
preguntó el pequeño.
El padre, lleno de cólera y tratando con
brusquedad al niño, dijo:
Así que esa era la razón de saber lo que
gano. Vete a dormir y no me molestes,
muchacho aprovechado.
Había caído la noche. El padre meditó sobre
lo sucedido y se sintió culpable. Tal vez su
hijo quería comprar algo. Para descargar
su conciencia dolida, se asomó al cuarto
de su hijo. Con voz baja preguntó al
pequeño:
¿Duermes, hijo?
Dime papá –respondió entre sueños-.
Aquí tienes el dinero que me pediste
-respondió el padre-.
Gracias, papá –contestó el pequeño-. Y
metiendo su mano bajo la almohada, sacó
unos billetes.
¡Ahora ya completé, papá! Tengo 200 pesos.
¿Podrás venderme una hora de tu tiempo?
Tomado del Libro: “Palabras y Pensamientos”
Por la senda de la vida avanzando voy seguro
paso a paso voy de ida
al encuentro del futuro.
Tú me guías con cariño
en tu afán por ayudarme
allanándome el camino
me llevas a superarme.
Orgulloso estoy de ti... ¡Papá!
¡Felicidades en tu día!
Papá, ¿Cuánto Ganas?
Papá ¿Cuánto ganas por hora? con voz
tímida y ojos de admiración, un pequeño
recibía así a su padre al término de su
trabajo.
El padre dirigió un gesto severo al niño
y repuso:
Mira hijo, esos informes ni tu madre los
conoce. No me molestes, que estoy
cansado.
Pero papá –insistía- dime por favor,
¿cuánto ganas por hora? La reacción del
padre fué menos severa. ¿Sólo contestó?:
200 pesos la hora.
Papá, ¿me podrías prestar cien pesos?
preguntó el pequeño.
El padre, lleno de cólera y tratando con
brusquedad al niño, dijo:
Así que esa era la razón de saber lo que
gano. Vete a dormir y no me molestes,
muchacho aprovechado.
Había caído la noche. El padre meditó sobre
lo sucedido y se sintió culpable. Tal vez su
hijo quería comprar algo. Para descargar
su conciencia dolida, se asomó al cuarto
de su hijo. Con voz baja preguntó al
pequeño:
¿Duermes, hijo?
Dime papá –respondió entre sueños-.
Aquí tienes el dinero que me pediste
-respondió el padre-.
Gracias, papá –contestó el pequeño-. Y
metiendo su mano bajo la almohada, sacó
unos billetes.
¡Ahora ya completé, papá! Tengo 200 pesos.
¿Podrás venderme una hora de tu tiempo?
Tomado del Libro: “Palabras y Pensamientos”
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