Los Hombres que Salvaron el Puente de Batanes
Era la plena temporada de lluvias del año de 1958, habían crecido las avenidas en el cauce del río hasta llenar todos sus arcos. Al decir de los viejos, esta inundación era más fuerte que la ocurrida en 1927. Las ciudades y pueblos circunvecinos estaban incomunicados, había un gran número de damnificados.
El Dr. Antonio García Álvarez, Presidente Municipal en turno, había mandado llamar a su despacho al Inspector de Policía y al alcalde del reclusorio, diciéndoles: “Quiero que vayan a la cárcel y ofrézcanles a los presos de mayor sentencia, quiénes quieren ir a destrabar un árbol que se atoró en el puente, está obstruyendo el paso del agua, si sigue allí, éste se puede caer. Díganles que es a cambio de su libertad, me lo acaba de autorizar el Gobernador por teléfono”.
Camino a la cárcel, uno de los funcionarios comentó: “eso es peligroso, es una muerte segura. De que se pudran en la cárcel y esto”, -lo mismo da, -contestó el otro.
Al llegar al reclusorio, juntaron a los presos sentenciados en el centro del patio e hicieron el ofrecimiento del Presidente Municipal. Sólo hubo dos voluntarios: Salomé Rosillo, que purgaba una condena de 40 años por doble homicidio, y Melquiades Tovar, con una sentencia de 35 años, por abigeato y robo a mano armada en despoblado.
Los dos presos fueron trasladados al puente, que se cimbraba antes las embestidas del agua en su chocar constante contra el viejo pero enorme sabino, que arrancado de cuajo la obstruía.
Les dieron por herramientas un hacha y un machete a cada uno. Sobre la guarnición del puente empezaron a trabajar, primero en desramar el árbol, luego a golpe de hacha cortar los troncos en tramos e irlos sacando. A cada momento se jugaban la vida, el agua zarandeaba el inmenso tronco, al menor descuido o un movimiento equivocado, podían caer al río, siendo una muerte segura.
Así pasaron el día, ya era de noche cuando lograron fijar el tronco con cuerdas y sacarlo sobre el piso. ¡Se había salvado el puente!
Los dos presos obtuvieron su libertad a los pocos días. Por acuerdo del Gobernador del Estado, abandonaron la cárcel. No se supo jamás de ellos, pero son los héroes desconocidos que salvaron nuestro principal símbolo de arquitectura colonial.
Un Pollo para el Señor Del Valle
“Aquí en Tabasco les llaman artistas, allá en mi tierra de los Altos de Jalisco les llamamos prostitutas”, esto contestó el Sr. Obispo Dn. José Del Valle a Tomás Garrido Canabal, Gobernador del Estado, durante una cena que el funcionario ofrecía en honor de su hija, que cumplía quince años y en la que se había presentado una variedad de vedettes, traídas de la ciudad de México, al preguntarle al prelado sobre qué le parecían las bailarinas.
El joven sacerdote Jesuita José de Jesús Ángulo Navarro, había elegido dentro su orden ser misionero. Llegó a tierras michoacanas y en Tlalpujauilla, construyó una Basílica en honor a la Virgen de San Juan de los Lagos.
En ese caminar por la vida, se vino el conflicto religioso en 1926, José de Jesús se integró al ejercito cristero para defender la fe. Eran tiempos difíciles, buscó refugio en la Hacienda de Santo Tomás, convivió con su gente, construyó el templo, y para su protección se cambió el nombre por el de José Del Valle, encomendándose a Nuestra Señora de la Luz.
Un buen día, el Sr. Del Valle coincidió en Santo Tomás, con el Maestro Francisco Maldonado, originario de Rincón de Tamayo y egresado de la Escuela de Música de Celaya, decidieron fundar una escuela en esta disciplina para los habitantes de ese lugar. Entre los niños que asistieron estaba uno de nombre J. Isabel Sosa, que pronto destacó. Hoy esa escuela lleva su nombre.
En Salvatierra desde 1931, era párroco Dn. José Espinosa, dedicado en cuerpo y alma a acrecentar y fomentar el culto por Ntra. Sra. de la Luz, no tardó en traer al Sr. del Valle a dar pláticas misioneras, que se siguieron repitiendo periódicamente hasta que fué nombrado Obispo de Tabasco, uno de los Estados más afectados por la política callista. La última vez que vino a Salvatierra, fué como Obispo a celebrar la misa Pontifical en la fiesta de la octava de Ntra. Sra. del Carmen, y a la peregrinación del Gremio de Panaderos, el día 23 de julio de 1961.
Cuando venía a misiones, Dn. José Del Valle se hospedaba en la casa de Don Luis Beltrán y de su esposa Chuchita López. El párroco Dn. José Espinosa al anunciar las pláticas, recomendaba a la feligresía que para que el Sr. Del Valle comiera bien, se recuperara de sus andanzas, llevaran a esa casa un pollito o huevos. La cuestión era que cuando partía, había qué vender una gran cantidad de los pollos y huevos que sobraban.
Las Elecciones de Antaño
Repartidas las boletas con anticipación en todo el vecindario, después de un concienzudo empadronamiento, poníanse las “casillas” respectivas, una en la plaza de armas (Jardín Principal), otra en la Plazuela de los Perros (el Mercado) y la tercera en el portal de la bajada del puente de Batanes, el día designado para la elección. Se acercaban a la casilla correspondiente personalmente y sin excepción todos los vecinos, fuesen de la categoría que fuesen, pues les interesaba sobre todo elegir cuerdamente al que debía regir los destinos en el siguiente periodo.
Había siempre una autoridad, director en jefe, de la casilla, a quien no sólo acompañaba el guardacartel del barrio y policías necesarios que guardaban el orden, daban a la ceremonia toda aquella formalidad y decoro que tales ocasiones deben revestir. El director de la casilla a las nueve en punto de la mañana procedía a formar la mesa por votación; es decir las personas que a nombre de la nación debían recibir la votación popular y las cuales eran: un presidente, un secretario y dos escrutadores.
Una vez instalada la mesa, el presidente en voz alta hacía saber lo que quedaba, y el secretario leía también en voz alta las leyes penales para todos los que turbaran el orden, así como para los componentes de la mesa que coartaren la libertad, cohecharan o de alguna manera influyeran en el ánimo del votante a fin de inclinarlo a determinado personaje. Todo mundo en ordenado desorden se aproximaba entregando su boleta, teniendo a su respaldo escrito libremente el nombre de la persona elegida por el votante, terminado lo cual los escrutadores ordenaban las listas de escrutinio en debida forma, haciendo por separado un acta dando cuenta de todo acto, y haciendo resaltar el nombre en letra grande de la persona que había sacado mayor número de votos.
Algunas veces había asomos de cohecho entre las masas populares, comenzaba el populacho a vociferar a favor de algún candidato, lo que a veces terminaba en verdadero tumulto, debido a la división de las masas a favor de tal o cual personaje, más como además de los policías que guardaban la mesa había otros diseminados por las calles, pronto se apaciguaba la bulla, y no pocas veces había necesidad de hacer fuego sobre la multitud.
Concluida la elección se celebraba la noticia con música, repiques, cohetes y fuegos artificiales, las masas vitoreaban por las calles al elegido. El Clero, por su parte, celebraba el acontecimiento con Te Deums en las iglesias, rogativas, iluminaciones y demás...
El Elegido, por su parte, acompañado por el Ayuntamiento y demás, procesionalmente pasaba a la Iglesia Parroquial a dar gracias con un Te Deum, a
cuyo acto era recibido a las puertas por la autoridad Eclesiástica, ofreciéndole al arcediano el agua bendita. Por la tarde asistía en cuerpo con el mismo acompañamiento a la Casa Municipal, donde recibía a todas las dignidades tanto del clero, como civiles y demás personalidades de alto copete. Así eran las elecciones en el segundo tercio del siglo pasado.
Desde que el Estado puso división entre él y la Iglesia, y se fabrican ad hoc los gobernantes, todo mundo, con excepción de los que del erario viven, ve todo esto como quien oye llover, es decir, con la mayor indiferencia. Hoy en las elecciones, determinados empleados que aunque se digan funcionarios electorales, son los encargados de mover la pieza que a nuestro rincón corresponde de la gran máquina electoral nacional. Así se hacen hoy todas las elecciones, las comparaciones quedan a su juicio.
Leyendas Tomadas del Libro: “Leyendas, Cuentos y Narraciones de Salvatierra, Recopilación” de Miguel Alejo López
La Maldición de la Luz
Refiere Doña Cholita, venerable anciana de más de ochenta años nacida en el Mineral de la Luz, que al calor de una fogata allá en sus años mozos escuchó de sus mayores esta breve historia de Jauja y desolación.
Camino a la montaña de Cristo Rey, subiendo por Valenciana, al paso de un camino maltrecho se desemboca en el mineral de La Luz. Como cualquier guanajuatense medianamente informado lo sabe, hace más de un siglo en ese Mineral se descubrió un rico filón de oro y plata que trajo consigo un deslumbrante periodo de esplendor. A tal extremo llegaron las cosas que no hubo talegos suficientes para tanta riqueza ni cupieron en la ciudad las veinticuatro mil almas que dicen que se juntaron. La abundancia y el jolgorio eran uña y carne con el derroche y el libertinaje. Noche tras noche se atestaban con efusión la plaza de gallos o las cantinas o el corral de comedias o los garitos de juego o todos juntos; noche tras noche el negocio del muertero prosperaba; las riñas y las reyertas florecían. Se diría que el Diablo sentaba sus reales a medida que las arcas del pueblo se llenaban hasta los topes, y que reía a carcajada batiente por las fechorías de sus fieles.
Tan pintoresco, lamentable y enceguecedor era el cuadro que sólo una persona velaba con preocupación por los descarriados hijos de Dios: el padre Jeremías, quien drástico no paraba de condenar las conductas pecaminosas de los habitantes de esta Sodoma y Gomorra. Harto de tanta vileza no le quedó otra más que valerse de un pequeño batallón de curas. Pero, a pesar de las decididas incursiones de los presbíteros en el campo enemigo, aquella fiesta perpetua no tenía para cuando amainar. Nomás para que el lector se dé cuenta, llegó el día en que los lugareños decidieron qué hacer con los curas y sus recomendaciones: los echaron del pueblo con todo y sus benignas palabras.
La gota que derramó el vaso se dejó sentir cuando se celebraban, más por entusiasmo bullanguera que por fervor religioso, las fiestas de enero en honor de la Santa Patrona de la Luz. Un hato de toros de lidia, no se sabrá si por descuido o adrede, escapó de la plaza, y, como si fuera una pandilla enviada por el mismísimo demonio, tomó rumbo a la Plaza Principal y embistió contra los indefensos curitas. ¡Dios nos agarre confesados! Aquella tarde no hubo ovación ni pañuelo ni perro que les ladrara para despedirlos. Es más, dicen que ni el polvo se les vió. Aunque todavía pasaron algunos años más en medio del derroche y el festín, lo cierto fué que nadie advirtió que con la partida de los clérigos se cerraba también la mano generosa de la fortuna. Al Mineral de la Luz comenzó a hundírsele el mundo, comenzó a pasar la pena negra, hasta que acabó convertido en un pueblo fantasma. Doña Cholita recuerda que las galerías más productivas de la mina de San Bernabé siguen inundadas, que la campana original de la iglesia aún está perdida, que las risotadas obscenas y libertinas hoy son lamentos llorosos que el viento lleva y trae por las ruinosas calles del mineral de La Luz.
Tomado del Libro: “Leyendas de Guanajuato, Historia y Cultura”
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