Juan José Martínez de Lejarza
(1775-1824)
Nació en Valladolid (hoy Morelia) en el año de 1775. Perteneció a la aristocracia de su tiempo. Sus padres fueron el alcalde de Valladolid, Juan Martínez de Lejarza y Josefa Alday Echeverría.
Juan José realizó sus estudios de primaria en su ciudad natal e ingresó al Colegio de San Nicolás Obispo. Posteriormente, continuó sus estudios en el Colegio de Minería de la Ciudad de México, donde estudió Física, Matemáticas, Topografía; pero se destacó sobre todo, en las Ciencias Naturales, recibiendo elogios del ilustre geógrafo y naturalista alemán Alejandro Barón de Humboldt, quien fué replicante en su examen público y a quien auxilió en sus investigaciones.
A la muerte de sus padres, Martínez de Lejarza regresó a Morelia para hacerse cargo de los negocios familiares y se casó con Jerónima Escalada, con quien tuvo un matrimonio desafortunado, que fué la causa de desatenciones en sus labores profesionales. Su infeliz matrimonio le llevó a consagrarse al estudio de la poesía, la historia y la música. En el ámbito de las Ciencias Naturales alcanzó un rango singular, dedicando varias horas al estudio de la flora y la fauna de la región michoacana.
Fue un notable botánico, especialista y clasificador de orquídeas e hizo descubrimientos de plantas en varios lugares de su Estado. Colaboró en la formación de la Carta geográfica de la provincia de Michoacán. Fué miembro del Tribunal Supremo, regidor, miembro de la Junta Provincial y diputado estatal. En el aspecto militar se desempeñó como teniente coronel y primer ayudante del Estado Mayor, combatiendo al lado del Partido Liberal contra Iturbide. Murió en 1824, en su misma ciudad natal.
Aunque en vida el quehacer literario no fué su ocupación primordial, cuenta con la obra poética, Poesías, la cual reúne su labor literaria y fué publicada después de su muerte. Es importante la obra de Lejarza porque con él se empieza a hacer literatura de la Independencia y se logra una exaltación de lo mexicano, tomando elementos poéticos del propio paisaje mexicano.
Como muestra de su poética:
Comparación
En vano ostentar quieres, hispana presumida, de tu rizado pelo las doradas sortijas. En vano tu blancura con el marfil compita y tus azules ojos al cielo den envidia. Si todas estas gracias que los lobos admiran, nada son en presencia de mi preciosa indita. Cuando la bella Súchil sus negros ojos vibra, no hay alma que no arrastre, no hay pecho que no rinda | Las rosas sobresalen de su tez morenita, como en el verde prado la roja clavellina. Si la piel de su rostro es tan tersa y tan limpia, la de su blanca mano en extremo es pulida. Mas si a su talle atiendes en la danza festiva, si de su pie gracioso los movimientos miras, debes avergonzarte, hispana presumida, y ya no hacer alarde de unas galas postizas. |
Austacio Zepeda
(1837-1896)
Austacio Zepeda nació en La Piedad el 29 de mayo de 1837. En cuanto estudios, no pudo realizar ninguno por un padecimiento de la vista que le afectó desde que era pequeño. Y aunque fué una desgraciada circunstancia que marcó a Zepeda; no obstante, eso no le obstaculizó para que aprendiera y sobresaliera en algunas ramas del conocimiento. Bajo el cuidado de personas generosas y sabias, desde niño, Zepeda fué creciendo en sabiduría, la cual se le fué reconociendo a cada momento, y desde siempre se advirtió el talento que poseía. Gracias a todos los esfuerzos realizados, Austacio logró desempeñar con eficiencia algunos empleos públicos y patrocinar negocios judiciales y administrativos.
En cuanto a su labor literaria, escribió artículos en periódicos de la localidad, pronunció discursos en ceremonias cívicas y escribió numerosos poemas religiosos y profanos, poesía patriótica, epigramas, sonetos, sátiras, obras filosóficas y descriptivas. Entre sus obras más destacadas están: El Mesías o la Redención en triunfo; La heroína del cielo y la Reina de los ángeles y de los hombres; Ecos del salterio; Páginas del alma; y Variedades del Pensamiento. Aquí se presenta su poema El hijo de la esclava, con el afán de conocer un poco de la poesía de este literato michoacano. Eustacio Zepeda es asesinado en Yurécuaro el 5 de junio de 1896, y nunca se pudo aclarar del todo su muerte.
El Hijo de la Esclava
Duerme en mis brazos, hijo del alma; duerme, mi vida, ser de mi ser, que aquí en la sombra de enhiesta palma hoy que eres niño te arrullaré. Y cuando crezcas, al fin y al cabo, con otros niños vendrá el afán, como tu padre serás esclavo, como tu madre te azotarán. De dos esclavos eres nacido, también esclavo te harán a ti; y si eres negro, niño querido, es muy más negro tu porvenir. ¡Oh, qué los hombres tan inhumanos, cómo nos tratan, con qué crueldad! ¡Y cómo dicen que son hermanos, que es una raza la humanidad! ¿Con qué derecho nuestros señores comprar pudieron a un precio vil al que en su selva y entre sus flores vivió contento, vivió feliz? ¿Con qué derecho, cruzando mares, un hombre a otro le va a vender? ¿Por qué le arranca de sus hogares y le hace esclavo si libre es? Los hombres blancos, que así se llaman esos tiranos sin compasión, a nadie quiere, a nadie aman, tienen muy negro su corazón. El duro roble de las montañas es más sensible dando solaz, que el hombre blanco cuyas entrañas nunca ha sentido la caridad. Cuando tú pases, mi pequeñuelo cuando tú pases de la niñez, | no lo permita, no quiera el Cielo, que las cadenas mire en tus pies. Lo que te aguarda si tú supieras, si tú miraras venir el mal, dormido siempre, siempre estuvieras, y no llegaras a despertar. ¡Ah! No miraras, pobre criatura, que el hombre empapa con su sudor ya las praderas, ya la llanura, porque den frutos a su señor. Y no sintieras en tus espaldas los latigazos del capataz, ni de los montes las anchas faldas trepar te hicieran con paso audaz. Y no escucharas, desventurado, a los esclavos en su aflicción, que lanzan gritos de un condenado sin esperanzas de redención. Duerme en los brazos de esta tu madre que eres su encanto, que eres su luz, y no despiertes viendo a tu padre que va arrastrando su esclavitud. Y no despiertes, hermoso niño, porque desnuda la realidad, tras la ternura de mi cariño, amargo cáliz te hará apurar. Y no despiertes hijo de mi alma, flor de mi vida, ser de mi ser, que aquí a la sombra de enhiesta palma, hoy que eres niño te arrullaré. Calló la esclava su triste acento, cuando el infante se despertó y entre los bosques, veloz cual viento, con él en brazos desapareció. |
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