Editado el contenido de la revista "Por Amor al Arte" del Maestro Mario Carreño Godinez

lunes, 18 de junio de 2012

Historia

El Marquesado de Salvatierra

PRIMERA MARQUESA
(continuación del número anterior):





Fatalmente, Don Juan no pudo gozar del título, murió antes de recibirlo, por lo que su hija Doña Francisca Catalina Jerónima López de Peralta Sámano Turcios Luyando y Bermeo fué la primera Marquesa de Salvatierra.

LOS FRAILES CARMELITAS Y LOS HEREDEROS DEL MAYORAZGO

Tiempo después de la muerte de Jerónimo López El Mozo, su hijo Gabriel tomó posesión del primer Mayorazgo de los tres que fundaron sus padres. En posesión de los bienes vinculados: tierras, ganado, etcétera, tiene el propósito de instalar un molino, para este fin solicita y obtiene el 16 de mayo de 1618 la merced para fundarlo “... en las tierras que tiene en Tarimoro so pena de perderlo si dentro de un año primero siguiente no lo tenía labrado, cultivado, moliente y corriente y con el aviso necesario para su beneficio y con que después que se haya hecho la presa y toma de agua la ha de volver a la madre corriente natural”, fué hasta el 28 de febrero de 1620 que se le dió posesión “del herido de dicho molino que se encontraba al pie del cu de piedra por donde pasa la zanja”, teniendo un año a partir de esta fecha para construir el molino de pan que nombraron de Zavala.

Veinticuatro años después Don Gabriel donó las tierras para la fundación de la ciudad y en el mismo año de 1644 los frailes carmelitas obtuvieron del virrey licencia para fundar un convento de su religión. Desde entonces los religiosos obtuvieron varias mercedes que fueron el engrandecimiento de su orden, logrando aumentar sus propiedades dentro y fuera de la ciudad, no obstante las imprecisiones de los linderos de las tierras cedidas por Don Gabriel con las de los linderos del licenciado Francisco de Raya y otros.

Para 1652, el molino se encuentra derruido y los religiosos carmelitas al corriente de esta situación piden se les conceda este sitio y dos solares para casas y huertas (5 de enero de 1652), merced que les concedió los solares. No obstante, para el 21 de mayo de 1663, los carmelitas habían tomado posesión sobre el herido del molino, de acuerdo con las confirmaciones de tierras que el Secretario de Gobernación había despachado, lo curioso es que años después el convento vendió a Francisco Baes, en mil pesos oro común, parte de estas tierras “sin el consentimiento para el comprador de vender y enajenar dichas tierras y únicamente se le autorizó a vender a Don Juan Jerónimo de Sámano y Turcios un predio de 112 varas de largo por 50 de ancho”, según escritura que otorgan los religiosos carmelitas el 11 de junio de 1686, la venta de Don Francisco Baes tiene fecha del 16 de junio del mismo año por cincuenta pesos oro común, según consta en escritura de esta ciudad y de esa fecha.

El 9 de octubre de 1687, Don Juan Jerónimo Sámano Turcios segundo poseedor del Mayorazgo, “pide con el juramento y solemnidad necesarias se le devuelva original para su resguardo y conviene a su derecho tomar posesión judicial del dicho molino y del agua para uso de él”. Al día siguiente, 10 de octubre, Don Blas García Botello Alcalde ordinario, dió posesión, a Don Juan Jerónimo Sámano Turcios de dicho molino, de pan y de agua para su uso de él “... y en señal de verdadera posesión entró al molino, abrió y cerró las puertas de la casa, y de la acequia sacó agua y la vertió en otra parte, e hizo actos de verdadera posesión quieta y pacíficamente”. Pasado algún tiempo, Don Juan Jerónimo decidió instalar un molino que había construido su padre Don Gabriel, “terminándolo a toda perfección y con suficientes galeras para almacenar cargas de harina, además de varias habitaciones para peones, seguramente otras fueron para el servicio particular de la familia porque edificaron una capilla con un notable retablo que se conserva en la sacristía de la iglesia parroquial”.

Años después, los religiosos demandaron a otro de los herederos del Mayorazgo Don Juan Jerónimo López de Peralta a quien vencieron con su acostumbrada habilidad, obligándole a buscar una transacción en la que le impusieron entre otras prestaciones a dejarlos tomar agua de la acequia, suficiente para regar 7 solares. Otros fueron los pleitos que se suscitaron entre los frailes carmelitas y los herederos del Mayorazgo; sin embargo, el juicio que tuvo mayor repercusión fué cuando los religiosos que tenían al sur y sureste del convento una gran extensión dividida en solares, llamadas las “cuadrillas bajas” (los 7 solares) irrigados con agua de la acequia madre; más tarde, compraron al vecino Diego Delgado unos sitios nominados “cuadrillas altas”, localizadas al oriente entre los entonces callejón de Baes y el camino de Urireo; el convento a su vez los vendió a Nicolás de Gazca, quien rescindió de la compra-venta porque no servían para sembrar y porque carecían de agua.

Como consecuencia, no encontrando otra forma más económica de irrigar sus tierras, los religiosos colocaron en la zanja del molino una represa y la correspondiente toma que desviaba el agua hacia sus tierras (existe un mapa en el que se demuestra el lugar de la represa en tierras de la hacienda de La Esperanza); al desviar el agua, la corriente decrecía tanto que apenas llegaba hasta el molino con tan poca potencia que no podía moverlo. Ante esta situación, en 1757, la segunda Marquesa de Salvatierra se aventuró en un juicio contra los hábiles religiosos, que culminó con la sentencia del 5 de septiembre de 1758 dictada a su favor por la Audiencia Real de la Nueva España que en lo esencial dice:

(continúa en el próximo número)

Tomado del Libro: “El Marquesado de Salvatierra”
de Francisco Vera Figueroa


Historia y Evolución de Salvatierra

El Mundo Prehispánico de Salvatierra; Frontera de Culturas

Chupícuaro, la cultura del barro (continuación)

También las figurillas de bulto tuvieron una gran importancia. Los tipos en que se clasifican son: las H4 y las del tipo choker. A estas últimas, se les denomina así por una especie de gargantilla que en calidad de rasgo común tienen alrededor del cuello. Las figurillas H4 pertenecen al periodo tardío de esta cultura, se caracterizan por su cuerpo plano, que contrasta con el gran tamaño de la cabeza, el ornato más común en estas figurillas son los collares, brazaletes y orejeras, casi todas ellas, representan tanto a hombres como a mujeres, indistintamente desnudos, sólo unas cuantas traen una especie de taparrabos.

Además de las figurillas y recipientes, esta cultura ha proporcionado otras variedades de objetos cerámicos, entre ellos cabe mencionar, vasijas miniatura, orejeras, tepalcates retrabajados que probablemente sirvieron de pesas para las redes de pesca, collares, estatuillas femeninas y de animales, instrumentos musicales bien elaborados, tales como, ocarinas, silbatos, flautas y sonajas.

Otros objetos son de concha, de huesos y de piedra, que inducen a pensar que ya practicaban un comercio con pueblos lejanos. Entre estos objetos, fué encontrado, en el cerro del Conejo, cerca de San José del Carmen, un collar de conchas y caracoles intacto, y algunas boleadoras o bolas de piedra que seguramente servían para cazar o jugar.

La Influencia Teotihuacana y las Pirámides

Con los reacomodos de la población y los procesos de cambio en la organización de los grupos, se inició hacia el año 200 a.C., el surgimiento cultural teotihuacano en el actual Estado de México. Este pueblo alcanzó 400 años después, en el año 200 d.C., un gran desarrollo, convirtiéndose en un gran centro urbano planificado, o sea, en una ciudad administrativa y ceremonial.

Su avance, crecimiento, y desarrollo, le permitió dominar el centro de México, este dominio no se manifestó solamente en lo político, sino en lo económico y lo cultural, ya que establecieron redes comerciales con otros pueblos, y a través de esta actividad extendió su influencia cultural.

Su organización estaba a cargo de sacerdotes, quienes mandaban sobre la población, ésta tenía a la vez una especialización en el trabajo, era pues, una sociedad teocrática, de ahí la importancia de las pirámides que construyeron.

La influencia teotihuacana se manifestó en Guanajuato, a través de la mejor organización de los pueblos del actual estado. Era natural que la anterior cultura Chupícuaro sirviera como elemento principal, para propiciar la rápida expansión teotihuacana en los Valles Abajeños, pronto iniciaron la explotación planificada de los recursos naturales, administrándolos eficientemente para beneficio de su ciudad. En la agricultura aparecieron las terrazas para detener la erosión y aprovechar las pendientes, construyeron canales de irrigación para los campos de cultivo, hicieron depósitos de granos, establecieron mercados y pirámides a la manera de Teotihuacán.

Para llevar a cabo lo anterior, establecieron centros de poder que controlaban a las regiones y sus habitantes. En la nuestra se tienen evidencias de estos centros, en Yuriria y San Isidro Culiacán, seguramente de alguno de éstos dependía el valle de Huatzindeo, es muy probable que los pueblos de Tiristarán (hoy San Nicolás de los Agustinos) y La Magdalena, hayan sido antiguos asentamientos que datan de esa época.

La Influencia Tolteca: casta de guerreros

A la decadencia de Teotihuacan, los sacerdotes fueron reemplazados por una nueva casta de guerreros, era la expansión tolteca que irrumpió en el centro del país hacia el año 900 d.C, Tula se convirtió en la capital de un gran imperio que se extendió al Norte y Occidente del altiplano central, con ramificaciones hacia el Bajío y los Valles Abajeños.

En las historia tolteca chichimeca, se identifica a la región denominada Colhuancatepec Chicomoztoc, como una de las cinco provincias de la Gran Tollán, estaban integradas éstas, con pueblos de distinto origen, lengua y costumbres.

El imperio estaba estructurado bajo los mismos principios cósmicos de los pueblos mesoamericanos. En esta región su capital era conocida como Colhuacán, identificado por muchos antropólogos como el cerro de Culiacán, ubicado entre los municipios de Jaral del Progreso, Cortazar y Salvatierra. Llamándole Tetetzinca a la zona comprendida por Valle de Santiago, Yuriria, Salvatierra y Acámbaro.

Al cerro de Culiacán, desde tiempos inmemoriales, la tradición lo consideró una montaña sagrada y mágica donde se da más que nunca el concepto primitivo de la madre tierra que da la vida en su vientre al hombre y a él regresa cuando muere, es el principio del nagualismo, práctica muy común entre los magos y hechiceros del mundo prehispánico.

La alta montaña con hondos barrancos y profundas grutas, llamó la atención de los grupos humanos que habitaron en sus inmediaciones. El Culiacán encierra un maravilloso mundo de enigmas, era un centro ceremonial donde el culto al sol estaba ligado con el culto a la tierra y a la naturaleza, representaba el poder fecundante de los rayos solares, en la cumbre sentían estar cerca de la madre tierra y más próximos al sol, la luz y la oscuridad, lo de arriba y lo de abajo, y el temor a lo desconocido les imponía respeto cuando escuchaban sus ruidos internos.

Los testimonios arqueológicos en sus inmediaciones nos dan cuenta de la grandeza de esta cultura en nuestra región, en el pueblo de La Quemada, se encuentra un templo dedicado a Ehécatl, dios de los vientos, está considerado ser el único que se conoce en el centro del país dedicado a esta deidad prehispánica. En la Cañada de Caracheo, hacia la cumbre, se encuentra una pirámide, y en territorio del mismo municipio de Cortazar en un lugar conocido como Los dos Cerritos, existían dos montículos en forma de pirámide, en este lugar fué encontrado un tiesto de cerámica con la serpiente emplumada en relieve representando e Ehécatl, esta pieza fué rescatada y conservada por muchos años por el Prof. J. Carmen Amolitos, vecino de nuestra ciudad.

Los étimos y topónimos de los pueblos y lugares del Culiacán, nos dan idea de la antigüedad de los primeros asentamientos en el valle de Huatzindeo y en las inmediaciones de la montaña.

El pueblo más antiguo del valle de Huatzindeo, es sin duda, Tiristarán (hoy San Nicolás de los Agustinos) sujeto a Yuriria, encontrábase inicialmente a un lado del pueblo de La Magdalena, cuando se realizó la conquista en el siglo XVI, el pueblo se mudó hacia la banda Sur o margen izquierdo del río Lerma, adoptando el nombre de San Felipe Tiristarán.

Los nombres y títulos de estos antiguos pueblos son apócrifos, ya que se hicieron circunstancialmente con base en recuerdos y memorias colectivas en el siglo XVI, cuando éstos ya habían desaparecido. Tequitlán era el nombre del pueblo de La Magdalena; Tasala (Tla=cosa, Xcalli=cosido) cuyo significado es tortilla de maíz, era el nombre dado al Valle de Huatzindeo, y concretamente al lugar en el que hoy se asienta la ciudad; Yslaguacatitlán (ystla=llanura, huaqui=seco) significa lugar que tiene llanos, era el nombre dado a Tiristarán, hoy San Nicolás de los Agustinos; Tectipa (Tetl=piedra, Icpa=sobre) sobre las piedras es su significado, era el nombre dado a la Cañada de Caracheo y al cerro de la Gavia.

Los Chichimecas; la vuelta de los bárbaros.

Al huir o replegarse hacia el sur del estado de Guanajuato los últimos pueblos mesoamericanos, hacia el año 1200 d.C, retornaron los chichimecas, nombre genérico asignado por los mexicas a los grupos formados por pequeñas bandas nómadas de cazadores y recolectores, que vagaban al Norte de la línea hipotética que separó Aridoamérica de Mesoamérica.

Es muy probable que los purépechas hayan dominado regiones más al Norte del río Lerma (Tololotlán), existe una clara indicación de este dominio por los vestigios encontrados de este pueblo sedentario casi en los linderos del estado con San Luis Potosí, en territorio del municipio de Xichú. El repliegue pudo deberse a que quizá los tarascos, por conflictos internos o por falta de organización, no pudieron detener el empuje de los pueblos bárbaros, teniendo qué retroceder hasta la frontera natural del río Lerma, así lo sugieren, los pueblos fronterizos de Acámbaro y Yuririapúndaro, establecidos para detener el amago de los chichimecas.

Una significación del vocablo chichimeca es el de “linaje de perros” impuesto por el pueblo mexica. Entre los grupos que formaban estos pueblos estaban los guamares, pames y guachichiles.

Los guachichiles eran dueños de la mayor parte de la gran chichimeca en el Norte del estado, eran aguerridos y feroces, su nombre significa cabezas pintadas de rojo, por sus tocados de pluma de este color, pintarse de carmesí el cuerpo, especialmente el pelo. Los guamares ocuparon la parte central de nuestro estado, Gonzalo de las Casas los llamó, los más valientes y aguerridos de todos los chichimecas. Los panes, como todos los chichimecas, eran nómadas, pero su contacto con los otomíes los habían influenciado y aculturado lentamente a niveles superiores, el Padre Sahagún los llamó tamines, cuyo significado es flechadores, por su gran destreza con el arco y la flecha. Sus idiomas autóctonos fueron: al Norte del estado el Chichimeca-jnaz, y al Sur el Hña-hñu.

La ciudad y el municipio fueron zona de encuentros e influencias de razas y costumbres, y el gran río Lerma, la frontera donde confluyeron aridoamericanos y mesoamericanos. Seguramente en esta época de la historia, los pobladores de nuestro territorio municipal fueron pames otomíes, bajo la tutela y control de los cacicazgos purépechas de Acámbaro y Yuriria, como se refleja en las zonas arqueológicas de Cóporo, La Gallina, El Pitahayo y Molino de Ávila.

Los chichimecas de más al norte o metidos de lleno en la gran chichimeca, tenían hábitos más primitivos y rudimentarios. Estos pueblos formados por grupos más bien errantes que sedentarios, cambiaban de lugar conforme se agotaban los frutos y la caza. En general desnudos o vestidos con pieles crudas, ingerían alimentos sin preparar y sin condimento alguno, bajos de estatura, de color moreno cenizo, de carnes enjutas, musculosos y fuertes, sin religión alguna, ni sistema de convivencia social, viajaban en pequeños grupos solamente unidos por lazos sanguíneos.

Tomado del Libro: “Historia y Evolución de Salvatierra”
de Miguel Alejo López

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