Editado el contenido de la revista "Por Amor al Arte" del Maestro Mario Carreño Godinez

sábado, 9 de abril de 2011

Leyendas

El Baile de las Muertas en la Calle Hidalgo

Arturo y sus dos acompañantes formaban un trío musical, se ganaban la vida tocando melodías hasta entrada la noche en los bares de la ciudad, complaciendo a los parroquianos pasados de copas que siempre hay.

Habían estado tocando en una de las cantinas que hay sobre la desviación Celaya-Yuriria, muy cerca de la Central de Autobuses. Al terminar decidieron irse a sus casas, tomando desde la carretera la Calle Hidalgo, al llegar a la esquina que forma ésta con Leandro Valle, en la vieja casona que un día habitó el Dr. Ramón Ruiz, un grupo de muchachas, siete para ser exacto, les preguntaron que si podrían tocarles un rato en la fiesta que iban a celebrar allí, en esa casa y cuánto les cobraban.

Al entrar a la casa les causó sorpresa no ver más invitados a la fiesta, estaba sólo el grupo de muchachas. La fiesta fue corta, pero divertida, al terminar las jóvenes les pagaron y los despidieron amablemente. A Arturo se le olvidó la guitarra, por lo que decidió ir al día siguiente a recogerla.

Al día siguiente, cuando volvió por la guitarra, encontró la casa sola y cerrada, como ha estado por años, ningún vecino sabía nada, ni si allí se había celebrado una fiesta, ni quien era el encargado para que le abriera. Cuando logró entrar no encontró nada, ni rastros de fiesta alguna, ni su guitarra.

Hace dos siglos y medio, se asentó en Salvatierra un próspero comerciante en telas, vivió precisamente en esa casa, donde también vendía su mercancía. Presumía que las suyas eran las mejores telas que se comercializaban en la región, decía que sus sedas le llegaban desde el oriente, a bordo de la Nao de China, que cada año llegaba al Puerto de Acapulco.

Todo en la vida le había sonreído, menos que la providencia le concediera tener un heredero varón, había procreado con su mujer siete hermosas jóvenes dignas de cualquier mancebo acaudalado de la región. Esto le amargó su existencia y recaló contra sus hijas, no permitiéndoles salir ni a la tienda de telas, las sacaba solamente muy temprano el día domingo al Templo de los Franciscanos a oír misa.

Las muchachas desesperadas por el encierro en que las tenía su padre, que era peor que estar en un convento o en la cárcel, decidieron escaparse, su padre las sorprendió y cegado por la cólera las mató a golpes.

Con lo que se encontró Arturo y sus compañeros del trío, fue con las ánimas de las bellas jóvenes, que libres de su padre hacen sus fiestas en algunas noches.

¿Por qué son Güeros los del Sabino?

Las gentes del Sabino son: güeros, blancos, ojos de color, altos, ni parecen mexicanos dicen algunos. Pero ¿Por qué? Si todos sus vecinos no lo son, es un rasgo étnico único en ese pueblo. Existe la versión de que durante la intervención francesa en México, se estacionó en ese lugar un destacamento de soldados de esa nación.

El Sabino era apenas un caserío, pues fue hasta 1896 cuando se instaló la Vicaria, y su templo parroquial data del año 1901. Por lo que se cree que los actuales habitantes son descendientes de la gente allí asentada y de los soldados franceses destacados en ese lugar.

Pero una leyenda de mediados del siglo XVIII, nos narra que Diego Hernández era un joven pastor que habitaba en el pequeño caserío del Sabino, todos los días llevaba a su ganado a las faldas del Cerro de Culiacán a pastar. Cierta vez, en pleno mes de abril cuando el calor arrecia y las lluvias todavía no llegan, notaba que una de sus vacas se le desaparecía todas las mañanas, volviendo a aparecer por las tardes mojada y enlodada, lo que le intrigaba es que cerca no había agua, ni arroyos o algún charco, todo estaba seco, no se explicaba en dónde se mojaba el animal.

A los pocos días decidió seguirlo, fue tras él por caminos escabrosos y difíciles como unas dos horas, vió que se introdujo a una cueva de entrada muy pequeña, casi ni se notaba en las piedras y la maleza.

Diego decidió seguir al animal hacia el interior, notó que la cueva se agrandaba, al llegar a determinado lugar era muy ancha y tan alta que cabría un pueblo entero dentro de ella. Había un gran lago de aguas cristalinas, en el centro una isla donde estaba asentada una ciudad habitada por gente muy distinta a él, pues era rubia, blanca y alta, y ojos de color.

Esa gente le dijo que estaban allí desde hacía mucho tiempo, que para ellos, había llegado la hora de ayudar a la gente del exterior, como a los habitantes de su caserío, que eran buenos y humildes.

El joven pastor pasó un tiempo con ellos, conoció a una linda muchacha con la que se casó, decidió volver a su pueblo acompañado por ella, y de un grupo de jóvenes y bellas mujeres que contrajeron matrimonio con los hombres del Sabino. Por eso, la gente de este pueblo son descendientes de los habitantes que viven en el interior del Cerro del Culiacán.


La Pecadora Penitente

Corría el año de 1919, comenzó a notar el guarda nocturno del Jardín de Capuchinas, hoy "Amado Nervo" que ya muy entrada la noche, y los más de los días, una mujer de pueblo permanecía hincada en el quicio de la puerta del templo, tapado el rostro, dejando escapar sollozos amargos y suspiros prolongados, sin que aquellos mitigasen su dolorida pena, puesto que al día siguiente allí se le volvía a ver en la misma actitud.

El guarda observaba que a pesar de la inclemencia de las estaciones y el tiempo, la mujer no faltaba ninguna noche, permaneciendo allí hasta las tres o cuatro de la mañana. Y cosa rara, nunca vió el guarda a qué hora precisa desaparecía.

Pasó el tiempo y tanto el citado sereno como los caminantes nocturnos que solían pasar por allí, siempre la vieron, sin que nadie se atreviese a interrumpir sus soponcios y rezos, contentándose con apodarla la pecadora penitente.

Y como todo lo misterioso y desconocido, la gente comenzó a inventar leyendas y consejas que fueron tomando poco a poco proporciones gigantescas llegando a lo inverosímil.

Unos contaban que había prometido a la Virgen del Rosario ir todas las noches, robando a su cuerpo el apetecido descanso, a rezarle y llorarle, hasta que su marido volviese, pues se lo habían llevado en la leva.

Otros, que había sido monedera de falso, y que habiendo enfermado de gravedad, pidió padre y se confesó, y aquello era el cumplimiento de la penitencia impuesta por el confesor.

Otros creían que era la policía secreta, más sea de ella lo que se quiera, pero el hecho fue que nadie supo qué objeto tenía aquella vigilia constante.

Cuando hubo cambio de guarda, éste se aventuró a preguntarle qué objeto perseguía allí, y por toda contestación obtuvo un prolongado suspiro, el guarda insistió y sólo se le oyó decir en voz baja: "Dejadme rezar, que yo a nadie perjudico", y continuó llorando y rezando entre dientes, pero aquel nunca pudo saber si era vieja, muchacha, fea o bonita, no sólo porque no enseñaba la cara, pero ni aún por el timbre de voz.

De tal manera abundaron las consejas de la pecadora penitente, que ya pasadas las once, nadie que no estuviese cargado de alcoholes su cerebro se atrevía a pasar por las puertas del vetusto Templo de Capuchinas.

Un buen día desapareció, nadie supo a dónde fue, pero por algún tiempo anduvo su leyenda de boca en boca, aún después de terminada su penitencia. ¿Tendría relación su estancia, incrustada en la puerta del templo por tantas noches, con el sacrílego robo que se cometió meses después en el templo?, donde fue sustraído el sagrario con el copón y las sagradas hostias.


El Por Qué de los Milagros del Santo Niño de las Maravillas

Ya era el mes de septiembre y no había llovido en todo el año, las siembras y el ganado se habían perdido, escaseaba el agua hasta para beber. Los antiguos habitantes de la Quemada estaban desesperados, pesaron llenos de fe, que si paseaban a un Santo Niño por sus campos, éste haría el milagro de que lloviese.

El pueblo entero decidió que una comisión de vecinos se trasladara a Salvatierra, con el fin de conseguir en alguna iglesia un Santo Niño, anduvieron visitando los templos, pero en ninguno había la imagen que necesitaban.

Desalentados se presentaron con los religiosos franciscanos y les plantearon su problema, les contestaron que no tenían la imagen que buscaban pero que les podían prestar el niño que tenía San Antonio.

Los Vecinos pasearon al Santo Niño de San Antonio que les prestaron. Al terminar la procesión advirtieron que en el cielo habían aparecido negros nubarrones anunciando una tremenda tormenta. Ésta llegó en forma de una gran granizada, causando destrozos no sólo en los campos, sino en el poblado mismo, derribando árboles y hundiendo los techos de las casas.

Al día siguiente, los vecinos se presentaron en el Templo de San Francisco, y solicitaron a los padres que les prestaran a San Antonio, para llevarlo a su pueblo y viera los destrozos que había causado su hijo. Los Religiosos accedieron y la imagen solicitada fue llevada por donde habían paseado al Santo Niño.

Los días siguientes llovió, y el Santo Niño empezó a conceder un gran número de milagros a todo aquel que le solicitaba alguna gracia. Cuentan los viejos del pueblo, que el niño se volvió milagroso para reparar los daños causados, y por la regañada que le dio San Antonio.


Leyendas Tomadas del Libro: "Leyendas, Cuentos y Narraciones de Salvatierra, Recopilación" de Miguel Alejo López

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