Editado el contenido de la revista "Por Amor al Arte" del Maestro Mario Carreño Godinez

sábado, 28 de enero de 2012

Historia

Ecos del Sur: Salvatierra

La ciudad de Salvatierra, cabecera municipal, está situada en los 100°53’ 46” longitud oeste del meridiano de Greenwich y a los 20°12’ 56” latitud norte, su altura sobre el nivel del mar es de 1749 metros. La superficie del municipio comprende 581.82 kilómetros cuadrados, equivalente al 1.66% del territorio del estado. Su división territorial la conforman 64 localidades.

La región montañosa del municipio se encuentra al sur, formando parte de la sierra de Los Agustinos, y al norte con las estribaciones del cerro Culiacán, quedando entre estas dos formaciones orográficas, las tierras agrícolas y algunas prominencias como: cerro Pelón y cerro Grande, las Cruces, las Cañas, Tetillas, Cerro Prieto, Cupareo, el Conejo y San Gabriel. La altura promedio de estas elevaciones es de 2,000 sobre el nivel del mar.

El municipio está cruzado de sur a norte por el río Lerma. De cerro Grande bajan corrientes que se pierden en las partes bajas, algunas de ellas forman los arroyos, la Colorada, la Celaya y las Vegas. Otras han sido canalizadas para un mejor aprovechamiento y los sobrantes van a dar al río Lerma, que tiene como afluentes los canales Maravatío, Urireo y Tarimoro.

Salvatierra se encuentra localizado en la Cuenca Hidrológica del Río Lerma Santiago. Dentro del mismo municipio se distinguen tres subcuencas: la primera, la Subcuenca de la Presa Solís – Salamanca que abarca la mayor parte del municipio en la zona norte, centro y este. La segunda subcuenca, la del Lago de Yuriria se ubica en las zonas oeste y suroeste del municipio y la última región, la del Lago de Pátzcuaro se localiza en la parte sur de Salvatierra colindante con el municipio de Michoacán.

El municipio de Salvatierra se fundó en lo que los antiguos habitantes prehispánicos denominaban Guatzindeo o “Lugar de hermosa vegetación”, no fué sino hasta el primero de abril de 1644 en que se le concede el título de ciudad con el nombre de San Andrés de Salvatierra, en virtud de la ordenanza expedida el 9 de febrero del mismo año por el virrey García Sarmiento de Sotomayor. Esta licencia se otorgó conforme a lo dispuesto por Felipe IV, rey de España, en su real cédula dada en Cuenca el 12 de junio de 1642. Se señaló su jurisdicción en las diligencias que practicó don Pedro de Navia, fiscal de su majestad y justicia mayor de dicha ciudad el 19 de febrero de 1646 y se confirmó el 26 de noviembre de 1705.

El Título del Marquesado de Salvatierra fué expedido en Madrid por el rey Felipe V, el 18 de marzo de 1708. Tres siglos más tarde, en marzo de 2008, Salvatierra, la primera ciudad del Estado de Guanajuato y octava a nivel república, celebró sus trescientos años de nobleza, con eventos artísticos y espectáculos de primera calidad, circunscritos en la mezcla cultural español y mesoamericano, en una semana de festejos que tuvo lugar del 13 al 23 de marzo.


Sin duda uno de los monumentos más característicos d la Ciudad es el Puente de Batanes que por tres siglos fué un importante medio de comunicación entre las provincias de Guanajuato y Michoacán. De una gran solidez, este singular monumento ha sido fiel testigo de la historia de esta noble ciudad prácticamente desde su fundación. Corresponde también a Fray Andrés de San Miguel la construcción de este puente.
Su gran capacidad y notable conocimiento sobre hidráulica fueron el soporte para el buen culmen de una obra que ha resistido por incontables ocasiones los fuertes embates del caudaloso Lerma. De acuerdo con la naturaleza, esta joya colonial Salvaterrense presentaba dos torreones flanqueando sus extremos, estos tenían como finalidad el cobro por derecho de pontaje en beneficio de la orden de los Carmelitas Descalzos. Sobrio en su concepción, el Puente de Batanes presenta catorce ojos, 16 estribos y dos corta-aguas, originalmente sus medidas se especificaron en cinco varas de ancho por doscientas catorce de largo, es todo de piedra y conserva en gran medida el sabor y carácter que sólo conceden el tiempo y la historia.

El templo y convento de San Ángelo Mártir de los Carmelitas Descalzos cobró tal importancia en Salvatierra, que incluso fué motivo de numerosos conflictos dada la riqueza y poder alcanzado por esta orden en la región. Las enormes proporciones de este excepcional conjunto se extendían mucho más allá del monumento que actualmente se conoce como ex convento del Carmen. Con una singular disposición respecto a la traza urbana, este complejo se erigió bajo proyecto y dirección del insigne religioso Fray Andrés de San Miguel,
arquitecto, hidrógrafo y único tratadista de la colonia que deja en Salvatierra su vida y en ésta una de sus más valiosas obras. El templo presenta un espandaño de muy limpias proporciones resuelto en tres cuerpos. Este elemento, característico en las obras de Fray Andrés de San Miguel preside con sobriedad el conjunto integrado por el cuerpo conventual, la iglesia con capilla anexa, el atrio que un día fuera cementerio y la explanada “Agustín Carranza y Salcedo” mejor conocida como “del Carmen”, sin duda uno de los núcleos coloniales más importantes de Guanajuato.

En la actualidad, una gran parte de la crujía conventual es ocupada nuevamente para el servicio religioso; el resto, a través de un magnífico deambulatorio, permite el acceso a los claustros mayor y menor, a una parte de la antigua clausura y a otras dependencias destinadas a los más diversos usos.

Muy entrada ya la segunda mitad del siglo XVIII, y en medio de una gran actividad constructiva, llegan a Salvatierra un grupo de religiosos dominicos para establecer un hospicio junto a la capilla que ya existía en el antiguo barrio de “Cantarranas”, llamado así por la vecindad con el canal de “Gugorrones”, a favor de la proliferación de ese anfibio. A la par de la construcción del hospicio, los dominicos erigieron también un nuevo templo, éste se concluyó en el año 1793, presenta una portada en tres cuerpos labrada en cantera rosa con acceso en arco de medio punto. La nave sobre la planta de cruz latina, está techada con bóveda de arista y con cúpula sobre tambor octagonal. De construcción más reciente, la torre presenta cuatro cuerpos también sobre composición octagonal integrándose con acierto al conjunto al que se accede a través de dos arcos con carácter barroco.

Merece especial mención el pequeño cementerio ubicado al costado oriente del templo, en el que se conservan algunos monumentos funerarios de innegable mérito. Gozan de gran devoción y veneración en este templo, las imágenes de el Señor de la Clemencia, San Nicolás de Bari y la Divina Niña Infantita, para quien se realizan alegres y coloridas fiestas que llenan de bullicio la normal tranquilidad de este barrio.

El templo de San Juan tuvo concluída su construcción en 1735, su nombre a San Juan Bautista se debe, Santo Patrono del barrio, a cuya advocación se dedicó la primera capilla edificada a mediados del siglo XVII que posteriormente se integró al actual templo aprovechándole en su mayor parte para el crucero y la sacristía. Este conjunto conserva la única cruz atrial en Salvatierra que llega a nuestros días; presenta también en su frontispicio restos de su decorado original con una gran profusión de motivos vegetales abrazando a una sencilla portada labrada en cantera, la nave, con planta de cruz latina, está techada con bóvedas de artista y el crucero con una sencilla cúpula de media naranja con linternilla también en cantera.


Bajo la advocación y el título de “El Señor del Socorro” se venera con gran devoción una imagen de Cristo Crucificado que según la tradición provienen de un árbol al que al retirársele su corteza, fueron descubriendo la imagen ya formada y perfecta de un crucifijo, declarando los escultores que la talla era tan perfecta que no era menester más que ponerle la encarnación. En honor al Señor del Socorro se realizan anualmente festividades en las que se agradece el buen temporal; artísticos arcos formados

con frutos de la región engalanan este barrio, antiguamente exclusivo de indios, y convirtiendo esta colorida fiesta en una de las mayor arraigo y singularidad de las muchas que a lo largo del año suceden en esta ciudad.

Los conventos de monjas fueron en las ciudades novohispanas un legítimo motivo de orgullo, su presencia significa que la localidad tenía los excedentes económicos necesarios para su sustento y sobre todo, “Un buen número de hijas virtuosas, honra de las familias que daban prestigio a los conventos y que al mismo tiempo lo recibían de ellos”.

El templo y convento de las Capuchinas en Salvatierra presentan las características comunes a casi todos los conjuntos de este tipo: la nave del templo paralela a la calle con portadas gemelas de ingreso, coro alto de grandes dimensiones, coro bajo y tribuna con presbiterio. El carácter barroco de este conjunto, es evidente en varios detalles con ornamentación mixtilínea, destaca el antiguo claustro de novicias con tres arcos por deambulatorio, dos de ellos en media claraboya. Las portadas gemelas de acceso al templo presentan también ornamentación barroca en cantera blanca contrastando armónicamente con los muros en severa fábrica de tezontle.

Esta joya de la arquitectura religiosa en Guanajuato se ejecutó bajo proyecto original de Don Joaquín de Heredia, arquitecto mayor, supernumerario de la corte de México, académico de mérito de la Real Academia de San Carlos de la Nueva España y agrimensor general titulado por su majestad de tierras y aguas en este reino.

Bajo el gobierno porfiriano, promotor de un desarrollo en el que el país vió transformar su vida y fisonomía, época de aparente bonanza en la que se hicieron posibles grandes proyectos y notables adelantos, se gesta y construye uno de los monumentos más distintivos de Salvatierra: “El Mercado Hidalgo”. Es en 1910 cuando a iniciativa del entonces jefe político, Sr. Enrique Montenegro se comienza la construcción de este soberbio edificio que se concluyó hasta 1912 ocupando el lugar del otrora, jardín de la meditación del Convento Carmelita de planta Basilical, el conjunto se compone de cinco naves: tres interiores y dos exteriores.

La central y mayor está techada con estructura metálica que en cierta forma, fué uno de los símbolos del progreso tecnológico en el Porfiriato, orientada de oriente a poniente. La fachada principal presenta un fino trabajo en cantera rosa estructurándose en dos cuerpos, ambos rematados por estilizados frontones.

El inferior y mayor, roto en su base, posee dentículos gigantescos, seguramente producto de la mente ecléctica de la época, el superior, de más discretas proporciones, se apega más a los cánones greco-romanos. El carácter ecléctico del edificio es evidente en la diversidad estilística de su composición, su acceso principal flanqueando por dos vanos en platabanda apoyados sobre columnas libres, es un arco de medio punto también apoyado sobre columnas libres, este espléndido frontispicio se compone por tres calles formadas por cuatro robustas pilastras de donde penden con elegancia cuatro guirnaldas; destacan también los tableros imitando persianas y la elaborada guirnalda del reloj.


Las ruinas del Marquesado, que componen al Santuario Cultural el Mayorazgo de la Universidad de Guanajuato, como en la actualidad se conocen, datan de 1686 y se construyeron por Don Juan Jerónimo López de Peralta y Sámano Turcios, sobre un molino sesenta años más antiguo, presentaba entre sus dependencias, además del molino, varias galerías para el almacén de granos y semillas destacando en el conjunto el magnífico deambulatorio de trece arcos coronado con balaustrada y rematando con la antigua capilla doméstica de un innegable carácter barroco.
Ésta presentaba un artístico retablo ultra barroco cubierto en hoja de oro, que actualmente puede admirarse en la sacristía del Santuario Diocesano.

El Santuario Diocesano es una obra del clero secular, cuyo monumental conjunto se levanta al noreste de la Plaza de Armas, presenta un artístico frontispicio en cantera rosa con una composición
evidentemente barroca. El interior contiene altares de un depurado Neoclásico, tradicionalmente atribuidos a los arquitectos, Francisco Eduardo Tresguerras y Manuel Tolsá; presenta también bellísimo decorado con elegantes elementos bizantinos en su pintura mural, merece mención especial el artístico cancel. Todo tallado en madera de sabinos y obra del Salvaterrense, José Dolores Herrera que deja en ésta, la mejor prueba de su innegable talento y una valiosa herencia para su pueblo de origen. El conjunto está dominado por dos monumentales torres gemelas estructuradas en 4 cuerpos con elemento neoclásico al igual que el tambor de la cúpula de media naranja cubierta en azulejo.

De muy reciente remodelación, la casa cural presenta un elaborado claustro de estilo neobarroco con arquería en sus dos plantas, al centro una fuente con carácter de baldaquín anima el espacio con el juego de sus ángeles pétreo y el relajante murmullo de sus aguas. En este importante monumento es posible admirar una gran cantidad de obras de relevante valor artístico, destacando sus hermosas esculturas y algunos lienzos.

Un testimonio magnífico del pasado agrícola de Guanajuato es la Hacienda de San José del Carmen, localizada a tan sólo 9 kilómetros de Salvatierra. Este extraordinario complejo que data de principios del siglo XVI, fue sin duda la hacienda más importante de las muchas establecidas en la fértil región del valle de Huatzindeo; la enorme bondad de estas tierras merecieron que alguna vez se considerara a la zona: “El granero de la nación”. Esta hacienda en el municipio de Salvatierra comienza a formarse a partir de una encomienda de sitios, uno con cal y el otro con cantera, otorgada a la orden de los frailes Carmelitas en 1648 para que edificaran un convento. A raíz de otras donaciones y compras de terrenos que hacen los frailes, dicha propiedad comienza a crecer considerablemente y deciden bautizarla con el nombre de San José del Carmen, en honor a la orden religiosa.

En el año de 1664, deciden vender la propiedad a Don Nicolás Botello quien se encarga de ampliarla aún más, aunque a su muerte, sus endeudados herederos deciden vender la extensa hacienda a sus antiguos dueños, los frailes del convento del Carmen de Salvatierra. Con el correr del tiempo, la hacienda fue pasando de mano en mano a través de ventas y heredades y en el año de 1872, San José del Carmen pertenecía a un tal Francisco Llamosa y durante años subsecuentes, su familia se encargó de agrandar los dominios de la hacienda, a tal grado que llegó a contar con dos grandes presas para la retención del agua en épocas difíciles. Después de la década de 1920, las prioridades de San José del Carmen fueron repartidas y así otro gran latifundio del Bajío llegó a su fin. San José del Carmen es una de las más bellas y extensas haciendas con las que cuenta el estado de Guanajuato.

El antiguo templo y convento de San Buenaventura, conocido actualmente por Templo de San Francisco, es un monumento histórico que presenta un enorme atrio todo recintado en piedra, al cual se accede a través de dos puentes salvando un antiguo canal para irrigación llamado “Gugorrones”. El conjunto se compone además por Huerta, una sobria Casa Conventual con claustro de dos niveles y dos templos, el menor, originalmente llamado “De la Tercera Orden” y ahora conocido como “San Antonio”, es una edificación barroca que data de la primera mitad del siglo XVII en cuya sacristía se firmó la Cédula Real de Fundación de la Ciudad. El templo mayor se concluyó en 1774, éste presenta un bello frontispicio que refleja un barroco sobrio donde destacan cuatro columnas tritóstilas flanqueando el acceso en arco de medio punto coronado por una clave tallada en cantera con una artística representación del arcángel San Miguel, mención especial merece el fino trabajo de cantería del altar mayor de este templo y las dos esbeltas y bien proporcionadas torres barrocas que presiden todo el conjunto.

Si se desea disfrutar del eco turismo, el ecoparque “El Sabinal” abre sus puertas para la convivencia familiar, en sus más de 6 hectáreas de áreas verdes, con juegos infantiles, palapas y azadores de piedra, el Sabinal está ubicado en la ribera del río Lerma. Asimismo, en la comunidad de Ballesteros se encuentra el ecoparque rural de ojo de agua, el cual cuenta con palapas, albercas nutridas de agua de manantial, así como áreas infantiles y bungalows.

Las festividades son en su mayoría de índole religiosa; las principales son: el 10 de enero, San Nicolás Tolentino celebrada en la comunidad llamada San Nicolás de los Agustinos; del 27 de enero al 10 de febrero, se lleva a cabo la Feria Regional en honor de la Candelaria, celebrada en la cabecera municipal; en fecha movible, se celebra la Semana Santa; el 16 de julio, día de la Virgen del Carmen; el
29 de septiembre, día de San Miguel Arcángel; 4 de octubre día de San Francisco; 1 y 2 de noviembre, se celebra el día de Todos los Santos y Fieles Difuntos; el primero y segundo domingo del mes de noviembre se conmemora la fiesta del Buen Temporal; el 20 de noviembre, aniversario de la Revolución Mexicana; durante el mes de octubre, en fecha movible, se celebra la fiesta de la Virgen del Rosario; el 25 de noviembre, el Señor del Socorro; el 6 de diciembre, San Nicolás de Bari; el 8 de diciembre, día de la Purísima Concepción; y el 12 de diciembre, día de la Virgen de Guadalupe.

Desde el año de 2007, Salvatierra reconoció cultura brava de su historia, y aprovechando el tricentenario del Marquesado de su tierra, creó una festividad con el nombre de la “Marquesada”, el cual tiene como principal atractivo el encierro de toros estilo Pamplona, recordando la tradición taurina salvaterrense, ya que en la actual colonia de la Esperanza se celebró la primera corrida de toros en honor a la independencia de México, firmada, valga la acotación por el sexto Marqués de Salvatierra.

Escudo
Está constituido por un óvalo divido en cuatro cuarteles, en dos de ellos ostenta la Cruz de San Andrés, una simboliza a la antigua congregación de San Andrés Chochones, lugar en que se asentó la nueva ciudad y la segunda a esta misma que oficialmente se fundó con el nombre de San Andrés de Salvatierra, otro de los cuarteles tiene un campo de trigo, tres ases de espigas que simbolizan los tres molinos de pan moler que existían en la ciudad; el cuarto cuartel presenta el antiguo puente de Batanes y simbolizan la unión del Valle de Guatzindeo con la nueva ciudad. La ornamentación exterior es relativamente reciente, resultante de un concurso popular realizado en el año de 1943.

Tomado del Libro: Ecos del Sur de Rodrigo Carrasco Ramírez

Estampas de Salvatierra

En el año de 1511, Erasmo de Rotterdam dedicó a Tomás Moro o, Santo Tomás Moro para los católicos, su obra “El Elogio de la Locura” cuando fué su huésped en Inglaterra. Para Erasmo, la “señora locura” es la estupidez que afecta a todos los serse humanos, y a todas las capas sociales, desde el Papa hasta los señores funcionarios, pero no afecta a los hombres más sencillos de la tierra. La locura se encuentra siempre presente en la vida humana aunque no se reconozca. Erasmo defiende a esos seres sencillos, por su sinceridad y comportamiento genuino ante la sociedad entera. Sin duda su obra en una dura crítica a la cultura y costumbres de su época, pero sin duda también, encaja perfectamente en la nuestra.

Todas las ciudades y pueblos, a través de su existencia han tenido sus propios locos que vagaron y vagan por su calles y plazas y, ¿no son éstos los seres más sencillos y sinceros del mundo? En Salvatierra, ellos también vagaron por todos los rumbos, dejando siempre ese sabor especial de su estado mental para dar colorido y forma al paisaje urbano y a la personalidad social de una ciudad que se niega, generación tras generación, a olvidarlos, o dicho de otra manera, cada generación tuvo sus propios locos. En un planteamiento más profundo se puede afirmar que cada pueblo tiene los locos que merece.

Ellos, con su actuar, sin el lastre de las trabas, prejuicios, valores, y tapujos sociales, ya sean del orden moral, legal, religioso o de cualquier otra índole, han quedado, y seguirán quedando insertados en lo más profundo de la conciencia colectiva y la memoria oral de nuestra gente. Mas allá de cualquier otro salvaterrense, por ilustre y destacado que haya sido. Con sus atributos, que sin duda Dios se los dió para trascender los tiempos idos; es relativamente fácil y común encontrar; en cualquier lugar a una persona que recuerde con lujo de detalles a algún loco en su existencia y pueda describir cómo vestía, por dónde vagaba, qué hacía o cuál era su gracia que lo hizo diferente a los demás.

Pero es casi imposible, encontrar a alguien que nos pueda decir cuando menos someramente quién fué Federico Escobedo, Agustín de Carranza y Salcedo o el Cardenal Posadas Ocampo, y menos de qué meritos gozaron para estar entre los hombres ilustres que ha dado la ciudad. Si a alguien le preguntamos por un loco, de inmediato obtendremos una amplia, rica y abundante respuesta colmada de datos de alguno de ellos, pero preguntémosle si sabe quiénes fueron los importantes hombres que dieron su nombre a algunas de nuestras calles como Fernando Dávila, Arteaga o González Ortega: estamos seguros de que no nos van a saber decir absolutamente nada.

Como salvaterrense,, yo tuve y tengo mis locos, con los que conviví y sigo conviviendo en mi existencia diaria, y me son tan importantes como el presidente municipal, el señor cura o el diputado, sin ellos Salvatierra no sería el Salvatierra que amo y quiero, rico en patrimonio histórico, cultural y lleno de tradiciones, pero sobre todo lleno de hombres y mujeres comunes y corrientes, que nos dan una inmensa riqueza humana.

Recuerdo en mi niñez a Correa, aquél loco que le daba por gritar en la Calle Hidalgo bronqueándose con medio mundo, ni los perros se le escapaban. A Margarita la Loca, siempre con su sonrisa sincera saludando en voz alta y por su nombre a todo aquél que se cruzara en su camino. Dimas, el loco que le daba por imitar a los agentes de tránsito en el cruce de las calles de Hidalgo y Guillermo Prieto, siempre con su remedo de cobija sobre sus hombros y despidiendo aromas y olores naturalmente originales. El “siete balazos”, aquel hombre largo, greñudo y chueco, armado siempre con un tremendo bordón con el que pretendía golpearnos a la bola de chiquillos cuando le gritábamos este apodo, correteándonos hasta la puerta de la escuela.

De mi adolescencia y juventud no puedo dejar de recordar a Cozo, el pacífico y servicial loquito que cotidianamente merodeaba en la terminal de los camiones Flecha Amarilla en la calle de Zaragoza. El Zugui todavía se me revela caminando por la entonces calzada de Alderete –hoy calle de H. Colegio Militar- - rumbo a la estación, para continuar por la vía del tren hasta la Esperanza y llegar a donde los comerciantes tiraban las frutas y verduras pasadas o podridas que ya no podían vender, para comer algunas de ellas y llenar la panza, o medio matar el hambre. Se me estaba olvidando, ¿recuerdan a la Endiablada?, aquella muchacha media loca que causó un verdadero tumulto en la puerta de la Parroquia cuando la metieron en el templo dizque para sacarle al pingo, la verdad es que nunca supe su paradero o si realmente traía hospedado en su espíritu a Lucifer.

De tiempos recientes, no debo dejar pasar a Güicho, caminando por nuestras céntricas calles y al que la gente le sacaba vuelta, no sólo por su aspecto, sino que andaba que se rebanaba de mugroso. También a aquel loco medio teporocho o teporocho medio loco, que conocimos como el ¡Ay Dolor! y al que cuando alguna vez lo metieron en la cárcel por hacer escándalo en la vía pública y se escapó en la madrugada por el caño del drenaje atormentado por la cruda para salir por una de las coladeras de la calle, llevando consigo aromas de todos los calibres, y se le rebautizó socialmente como el ¡Ay Olor!. A la inolvidable Santa, siempre acompañada por sus fieles perros y dándose unas marometas en la carretera.

A Alejandro “El Gasolino” quien desde chiquillo, repasaba a todos los carros estacionados sobre alguna de nuestras calles, tratando de destapar el ducto de la gasolina para inhalar sus vapores. Lo confieso, nunca supe el nombre de aquella loca mujer con rasgos europeos y de aspecto gitano que siempre cargaba un gano cuando caminaba por la calle, lo único que indagué fue que arribaba a la ciudad a bordo del tren que venía de Acámbaro. A Mari, la simpática y tierna loquita que vivió en la calle Zaragoza y a la que los estudiantes de la Prepa, para cumplir con su servicio social, se turnaban para procurarle su comida. Y a la “Huesitos”, siempre lanzando improperios a quién se le pusiera enfrente por el rumbo donde anduviera; los que menos se le escapan eran los policías, pienso que algo le han de haber hecho.

Mi mente se llena de recuerdos cuando veo quizá, al último exponente de esta aristocracia citadina, algunas veces en la Central de Autobuses, y otras, por las tardes y noches, frente al portal de la Luz tratando de ayudar a los conductores a estacionar su automóvil, es Quique, el loco que nunca usó zapatos en su vida, y le vienen guangos el frío, la lluvia, el sol y hasta los vidrios.

Pero sobre todo y sobre todos, guardo un recuerdo grato y una enseñanza valiosa de uno de ellos, el “Cinquito Bonito”. Se pasaba todo el día en las inmediaciones del Mercado Hidalgo estirando su mano a todo el que se encontraba para pedir una moneda con la consabida frase: “Cinquito bonito”. Cuando la palma de su mano se llenaba de esas “josefitas” de cobre, se dirigía a la cantina “Las Lomas de Porullo” en la calle de Escobedo y las intercambiaba por un buen trago de aguardiente que irremediablemente se incrustaba entre pecho y espalda. Hecho esto, volvía a la carga hasta llenar otra vez la palma de su mano con las dichosas moneditas para seguir libando las glorias de esas bebidas espirituosas y recitando los versos del Ánima de Sayula: “Por la vida del rey Clarión y la madre de gestas que… son éstas, las que me pasan a mí”.

Un buen día desapareció del escenario urbano, nadie supo decir qué fue de él o en dónde paró. Algunos años después, siendo yo un estudiante en Guanajuato, me encontré por el rumbo de Campanero a un grupo de turistas visitando la ciudad, para uno era común ver estos grupos, pero ese día, se me hizo conocida la persona que lo guiaba, ¡Era el “Cinquito Bonito!”, impecable, muy limpio, vistiendo de traje y corbata y, hablando en inglés: era guía de turistas. Como el Ave Fénix, resurgió de sus cenizas.

Ahora en mi madurez reflexiono sobre el valor intrínseco que todos los seres humanos tenemos y no lo sabemos sacar a flore cuando pensamos que todo está perdido y nuestra existencia vale menos que un comino. El hombre, por la gracia de Dios, tiene el gran poder de rehacerse a sí mismo, cuando quiere y tiene deseos de luchar, para dejar de seguir causando lástimas y vergüenzas. ¿Cuánta razón tenía Erasmo! Y me pregunto, en mi ciudad, ¿Quiénes serán los locos?

De Cuento…

No sé cuánto de cuento tenga la vida –aunque dados los acontecimientos cotidianos que acompañan a todo nacimiento, mucho debe tener-, pero dicen que transcurría el año 1644 cuando, una noche de tormenta torrencial y rayos, el Río Lerma parió, entre los islotes de carrizo, a una niña trigueña, azucarada y bien acicalada, y que el viejo Culiacán la bautizó, vestido de fraile con sotana, como Salvatierra la Chochona. Desde aquel oscurecer con lluvia que vió el amanecer de la ciudad, muchos ojos la han visto crecer y transformarse, sufriendo una muy larga metamorfosis que aún no llega a su final, y que parece nunca llegará.

Han de saber que nació persignadita y se sigue persignando, como si el diablo la persiguiera en cada callejón y esquina; pero no es tal, lo que sucede es que, cuando nacieron los Chochones, una sarta de hombres dizque bien intencionados, ataviados con capuchas, látigos y cruces, les hicieron creer que los demonios habitaban en su entorno y que era menester desterrarlos para que no se los fuesen a llevar a los más profundos pozos del infierno, y desde entonces, los espíritus de aquellos míseros incautos se pusieron a vagar por toda la ciudad, metiéndose en el ánimo de todos aquellos que nacían, transmitiendo el miedo y el oscurantismo a las nuevas generaciones; es por eso que a través de los tiempos el estigma se sigue perpetuando.

Diversas denominaciones religiosas se disputaron a sangre y fuego la posesión de aquel vasto territorio rico en pesca, agricultura, caza y mano de obra barata que, al final, construiría la propia destrucción de su cultura original y digna. Dicen que los sabinos centenarios, abuelos del tiempo, que bordean el río, gritaban de terror al contemplar la sangre derramada vertirse en la corriente; y fue así como brotaron, majestuosos, los templos y conventos que albergaron las mentes atroces de la Santa Inquisición y también los nobles ideales de algunos santos pensadores que amaron de verdad a los Chochones.

Se cuenta que cuando la niña Salvatierra comenzó a convertirse en señorita, en sus calles nacieron piedritas de río muy bien acomodadas, por donde paseaban carruajes tirados por troncos de machos, mulas, burros y caballos, y por sus banquetas de loza rústica caminaban los finos pies entaconados de las niñas y damas elegantes de aquel tiempo, y también los pies enhuarachados, unos, y otros a raíz, de los Chochones pobres, encalzonados de manta y engañados; y que por las noches unos faroles mortecinos daban luz a la ciudad, mientras los viejos narradores dejaban escurrir historias sobre el corazón de los mozuelos de ese entonces; que en los callejones los espíritus malos esperaban parroquianos para espantarlos, mientras los mesones se apretujaban de rebuznos y ronquidos.

Las eras transcurrieron. La joven Salvatierra, poco a poco, se convirtió en señora santurrona y rezandera, pero con un perfil señorial encantador, envidiable y envidiado por otras muchas señoras ciudades del estado. Con el paso de los siglos parió el Mayorazgo, el puente de Batanes, los recintos de El Carmen, Capuchinas, San Francisco, más reciente El Santuario Diocesano, y tuvo también algunos abortos, pero estos han sido poco tomados en cuenta, aunque han hecho mucho daño, tanto como la inquisición, descabezando casi a la ciudad. Le nacieron también los literatos, poetas, escritores, filósofos, músicos, médicos, arquitectos, militares, revolucionarios, religiosos y pedagogos; de los abortos arriba mencionados, tristemente son algunos que se autodenominan políticos, quizás no todos, pero sí los más dañinos en el metamorfoseo de la ciudad.

Hay voces en el eco que cuentan que la luna se bañaba desnuda en los remansos del río y que allí permanecía nadando, en espera de que el sol se aproximara a admirar sus formidables y sensuales formas redondeadas y que, una vez cumplido su capricho, daba un salto enorme y se escondía detrás del cerro de Tetillas para ver pasar por la tarde los caballos blancos que tiraban el carruaje del astro solar enamorado. Dicen que todavía se escucha el grito del auriga en todo el valle de Huatzindeo, azuzando los corceles.

Con el Corazón en Nuestras Calles y Plazas

Nuestras calles y plazas como las de todas las ciudades, pasaron por un proceso de transformación a través del tiempo y del espacio, no sólo en su paisaje arquitectónico, sino también en sus nombres con que fueron conocidas en las diferentes épocas de la historia de una ciudad. Esto se debe a una diversidad de factores: políticos, patrióticos, religiosos, hechos importantes, personajes ilustres o célebres y hasta caprichos populares. La cuestión es pues, la necesidad de que sean identificadas. En nuestra ciudad, las actuales calles no siempre fueron conocidas con un solo nombre en su totalidad, a sus diferentes tramos o cuadras se les conoció con nombres diferentes.

La historia de la calle Principal o calle Hidalgo es un buen ejemplo de lo anterior. Recién fundada la ciudad en 1644, esta calle fue de las primeras. Al tramo comprendido entre la carretera y la calle 16 de septiembre se le llamó calle Real a la Laborcita, eres ésta una fracción de terreno de labor agrícola relativamente pequeña situada atrás de lo que hoy es el templo de Santo Domingo entre las dos acequias, propiedad de doña Anna Talia Ponce de León, según lo hace constar don Agustín Gómez, escribano Real y de Cabildo de la ciudad en auto fechado el 23 de marzo de 1724. A partir de 1750, a este mismo tramo se le conoció como calle a la Cárcel o de la Cárcel, porque se instaló el reclusorio en la esquina que hoy forma ésta con la calle de Manuel Doblado. En la primera época independiente se le llamó calle de Iturbide, en honor al consumador de nuestra Independencia. Al quedar abolido el Primer Imperio en 1823 y al nacimiento de la primera República Federal, se le llamó calle Nacional, y a partir del I Centenario de la Independencia tomó su actual nombre.

A la parte céntrica de esta calle entre el jardín Principal y la calle de Guillermo Prieto se le conoció en la Colonia simplemente con calle Real. En la primera época independiente como calle Nacional. Y tomó el nombre actual junto con los demás tramos.

Al último tramo comprendido entre la calle de Guillermo Prieto y la fábrica la Reforma, se le conoció primero como calle al Molino y después calle de la Esperanza, por encontrarse el molino de la Esperanza en los terrenos que hoy ocupa la Fábrica. En la primera época independiente se le conoció como calle de Capuchinas. En 1867, al triunfo de los liberales y las Leyes de Reforma, a la fábrica y a la calle se les rebautizó con el nombre de Reforma. Este nombre duró hasta principios del siglo XX, en que se le homologó con los demás tramos con el nombre de calle Hidalgo. En conclusión, el nombre de calle Hidalgo en toda su longitud lo tomó a principios del siglo XX, con motivo del Primer Centenario de nuestra Independencia Nacional.

La Calle de Morelos es la de mayor longitud que atraviesa la ciudad. En la Colonia al tramo comprendido entre la calle de Guillermo Prieto y su prolongación hacia el Sur, se le conoció primero como camino viejo a Acámbaro o calle que sube al Barrio, después como calle de la Palma.

De los demás tramos, cada cuadra tuvo su propio nombre. Entre Guillermo Prieto y González Ortega se le conoció como primera calle del Biombo, y a la calle de Colón como la segunda del Biombo. Enseguida, por donde el canal Gugorrones corre en su costado, se le conoció primero como calle Nueva y luego como calle de las Tenerías, por la gran cantidad de curtidurías allí asentadas aprovechando el agua del canal y el desagüe del río.

A la parte dónde hoy se encuentran las escuelas Emperador Cuauhtémoc y la E.S.T. No. 2, se le denominó primero calle de San Francisco y luego como calle del Cementerio, por estar allí asentado el camposanto del convento, después se le conocería simplemente como La Tapia, por la larga barda que la colindaba. Y a la cuadra donde está el templo y convento Franciscano, se le conoció siempre como calle de San Francisco o calle Vieja de San Francisco.

Entre Madero y 16 de septiembre se le llamó calle del Molino, por estar allí el molino de la Ciudad que aprovechaba la caída del agua del canal, a este lugar se le conoció también como barrio de San Buenaventura, con el tiempo la cuadra cambió su nombre por calle de Rubí en honor al insurgente Juan Rubí, que juró lealtad a la Suprema Junta de Zitácuaro, hecho prisionero, fue fusilado en la plaza del Carmen.

De 16 de septiembre a Manuel Doblado, donde precisamente se encontraba la huerta de El Infiernito, se le conoció primero como calle de la Carnicería o Carnicería Vieja, allí se distribuía la carne que provenía del rastro ubicado a espaldas del templo de Santo Domingo, tomó por último también el nombre de calle de Rubí. Los demás tramos después de la calle de Manuel Doblado tuvieron varias denominaciones: calle a la Laborcita, calle del Indio Triste, pero se le conoció mejor por la calle del Calvario, por encontrarse en ella, a un costado de la hacienda de Sánchez y antes de construirse el templo de Santo Domingo, una pequeña capilla de adobe donde los indios veneraban al Señor de la Clemencia.

A la calle Juárez se le conoció poco después de la fundación de la ciudad como calle de Maguelles en su tramo de 16 de septiembre a la carretera, después los vecinos también le dieron el nombre de calle de las Ánimas. Al tramo comprendido entre las calles Zaragoza y Madero, se le conoció como calle del Carmen, y cuando se abrió el tramo que llega hasta el mercado Hidalgo al fraccionarse la huerta del Carmen a mediados del siglo XIX, se le bautizó con su nombre actual. Ahí se encontraba la puerta seglar del convento.

La calle de Guerrero durante la Colonia y la primera época independiente, existía solamente el tramo comprendido entre Guillermo Prieto y Altamirano, se le conoció como calle de la Mora. El tramo entre la calle de Guillermo Prieto y el mercado Hidalgo, fue trazado en la época Juarista cuando se fraccionó la huerta del Carmen. Y la cuadra comprendida entre Altamirano y H. Colegio Militar, se trazó en el último tercio del siglo XIX, se le conoció también como calle de la Estación.

La calle de Ocampo, que antiguamente llegaba hasta la altura de la calle de Zaragoza, se le llamó recién fundada la ciudad calle de las Zacaterías o de Zacateros, por venderse en ella el pasto para los animales. Durante todo el siglo XIX y principios del XX, se le denominó calle del Pinzán, por existir en ella algunos de estos árboles. Al fraccionarse la huerta del Carmen, la calle se prolongó hacia el Sur. Tomó el nombre de calle de la Estación en el Porfiriato cuando se tendió la vía del Ferrocarril y conducía a ese lugar.

La calle de Fernando Dávila fue dedicada a partir de 1920 al general que llevó este nombre, fue él quien en el año de 1917, al mando de sus fuerzas hizo posible la retirada del temido bandolero Inés Chávez García y sus huestes acantonadas en el pueblo de San Nicolás de los Agustinos, fue gobernador del estado en el año de 1916. A esta calle se le llamó en un principio calle del Portal, y en la primera época independiente se le conoció como calle de la Columna, ambos nombres se debieron a que empieza precisamente en el lado oriente del viejo portal de los Carmelitas, hoy de la Columna.

La calle de Degollado fue conocida como calle de la Carnicería, en ella se vendía este producto traído del rastro. Se le conoció después como calle de la Clemencia en honor al Santo Cristo venerado en el templo de Santo Domingo. Con el tiempo, tuvo dos nombres más: calle de la Parra a la cuadra donde se encuentra la Iglesia y calle de las Sinforosas a la cuadra siguiente, esto debido a una santa devoción de los vecinos, sobre todo de las mujeres, a Santa Sinforosa, esposa de San Getulio y sus siete hijos mártires, celebraban su festividad cada 18 de julio.

Atrás del templo de Santo Domingo está la calle de Zarco, se le conoció primero como calle del Rastro y después como de La Soledad. Al final de la Guerra de Independencia fue llamada Paraje de los Ajusticiados.

La calle de Manuel Doblado fue conocida durante la Colonia como calle de Pirindas a la cuadra comprendida entre las calles de Morelos e Hidalgo, por asentarse en ese lugar durante la Colonia, indígenas pertenecientes a esta etnia otomí y de oficio pescadores en el río Lerma. Al término de la Guerra de Independencia se le conoció como calle de Cortazar, en honor a don Luis Cortazar, uno de los consumadores de nuestra gesta histórica y padre de la esposa del 7° Marqués de Salvatierra. Después se le conoció como calle de Centeno en honor del insurgente salvaterrense Ignacio Centeno, ejecutado en 1811.

A la calle de 16 de septiembre, se le conoció en la Colonia como Calle de la Luz a un costado de la Parroquia, y al tramo comprendido entre Hidalgo y su prolongación hacia el río como Calle de la Cadena.

La calle de Madero tuvo varias denominaciones en sus diferentes tramos. Desde el costado del templo de San Antonio a la esquina que forma con Hidalgo, se le llamó primero calle de la Tercera Orden. Tiempo después, a la cuadra comprendida entre las calles de Hidalgo y Morelos, se le conoció primero como calle de los Esquiveles, por vivir allí la familia Esquivel y Vargas, luego como calle de l Alhóndiga, ya que en ella estaba tal edificio –hoy jardín de Niños Cuauhtémoc-, y por último calle de la Enseñanza por la escuela allí ubicada. Al tramo comprendido entre la calle Juárez y a la salida a Celaya, se le conoció como calle de San José y luego calle de la Capilla, ya que en la esquina que forma con la calle de Ocampo, se encontraba en la época colonial una capilla dedicada a este Santo Patriarca.

A la calle de Leandro Valle se le conoció con nombres diferentes en sus tramos. Entre Morelos e Hidalgo, calle de las Arrecogidas, entre Hidalgo y Juárez, calle del Señor de Chalma, y entre Juárez y Ocampo, calle del Sepulturero. Con el tiempo, a toda la calle se le conoció como callejón del Ángel, con excepción del tramo conocido en la Colonia como la calle de las Arrecogidas, al cual se le denominó después calle del Dr. Ruiz.

La calle de Zaragoza fue conocida siempre como calle de Zavala o calle Real de Zavala. Existen dos versiones acerca del origen de su nombre: la primera versión la sustenta el historiador Ruiz Arias, asegura que se debió al apellido del primer arrendador del molino del Mayorazgo o de las Ardillas, la segunda versión asegura que fue nuestra gente por no decirle camino Real a Zalaya –Celaya- le decían Zavala.

La calle de Federico Escobedo se abrió cuando se fraccionó la huerta del Carmen, se le conoció como calle de Salazar cuando se fraccionó la huerta del Carmen. A partir de los años veinte como calle de Obregón. Y a la muerte del ilustre humanista y escritor en 1949, se el bautizó con su nombre. A principios del siglo XX, el antiguo callejón de Cuauthemón, hoy calle de Arteaga, fue bautizada con este nombre en honor al general José María Arteaga, militar republicano de la época juarista que combatió a conservadores y franceses en esta zona, fue fusilado en la ciudad de Uruapan en el año de 1865. Esta calle fue abierta cuando se fraccionó la huerta del Carmen por motivo de la nacionalización de los bienes del clero decretada por el presidente Juárez.

El nombre de callejón del Padre Eterno tiene su origen en una conocida leyenda, para otros, el nombre se debió a un vecino que así apodaban por la larga barba que tenía. A esta calle de González Ortega se le conoció también como calle o callejón de Moctezuma.

A la calle de Guillermo Prieto, entre las calles de Hidalgo y Guerrero se le denominaba calle del Arco, por cruzarla en ese tramo el acueducto que llevaba el agua al convento del Carmen desde el molino de la Esperanza (hoy Fábrica La Reforma), había ahí también una pila que sirvió por muchos años como proveedora de agua a los vecinos. Al tramo que comprendido entre la calle Morelos y el puente, se le conoció simplemente por este nombre, calle del Puente o al Puente. La calle de Altamirano también ha sufrido modificaciones en su nomenclatura, se le conoció por diferentes nombres hasta principios del siglo XX: calle del Álamo y después calle del Bosque y calle del Fiscal. Su actual nombre se le impuso en 1920. Pero en definitiva el nombre más popular con que se le ha conocido siempre es calle de los Chirimoyos, por las ramas y frutos que colgaban sobre su tapia.

A la calle de Ignacio Ramírez se le conoció con los nombres de: calle de San Juan y calle del Socorro, por se la calle donde está el templo del Barrio de San Juan. El actual nombre se le impuso también en 1920.

La calle de H. Colegio Militar se llamó hasta hace unos veinticinco años calle de Alderete, es una calle relativamente nueva, se abrió hasta principios del siglo XX. La bautizaron con este nombre en honor a Andrés de Alderete, supuesto fundador de nuestra ciudad en el año de 1643. Esta versión de la fundación la plasma en su crónica el canónigo de la catedral de Morelia don José Guadalupe Romero en la visita que realizó a esta ciudad en el año de 1860. Según nuestros historiadores: el Lic. Melchor Vera, don Vicente Ruiz Arias, don Jesús García García y otros, coinciden en señalar que Andrés de Alderete no existió, y no se sabe de dónde tomó su nombre el canónigo Romero, pues el referido fundador no aparece por ninguna parte en los documentos de la fundación.

A la calle de Allende se le llamó calle de Cortés, pero no en honor al conquistador, sino por haber vivido en ella antiguos vecinos conocidos genéricamente como los Corteses. A principios del siglo XX, se le conoció como calle del Tres Dos, el nombre se debe a una piquera que con ese nombre en ella estuvo.

En lo que respecta a nuestras plazas. El Jardín Grande, como lo conocemos los salvaterrenses, se trazó en el momento mismo de la fundación de la ciudad. Se le llamó Plaza Mayor (Plaza Maior) durante el periodo Colonial, Plaza de Armas durante la primera época independiente, y Plaza de la Constitución a partir de 1917. Pero su nombre tradicional siempre ha sido el de Jardín Grande. A la plazuela del Carmen siempre se le conoció con este nombre, incluyendo la explanada o también Cementerio del Carmen. A esta última se le bautizó al ser demolido el Teatro Ideal, con el nombre de Agustín de Carranza y Salcedo, en honor al principal fundador de la ciudad. Y el jardín de Zaragoza se conformó en 1705 al alinearse la calle Real.

El Jardín de Capuchinas, siempre fué conocido con este nombre, se trazó como tal en 1942 y se le denominó jardín Amado Nervo. Volvió a ser rediseñado en 1962 dentro del Plan Guanajuato, y se trazó también la plaza de la Hermandad, en lo que fue la antigua casa del capellán de Capuchinas.

El jardincito de los Niños Héroes ha pasado también por un proceso de cambio de nombres. Durante la Colonia se le conoció como jardín del Diezmo y se conformó también en 1705, por estar allí la finca destinada para tal fin. Durante el Porfiriato se le bautizó con el nombre de jardín 2 de abril, en honor a la victoria de don Porfirio Díaz en Puebla. Posteriormente se le conoció también como Emiliano Zapata; muchos salvaterrenses lo conocen simplemente como el jardincito del Club de Leones.

Los portales de las plazas y jardines, datan unos de ellos del siglo XVIII y otros del siglo XIX. El primero en construirse fué el portal de los Carmelitas o de la Columna y se le conoció por el apeadero del Carmen, porque ahí fueron instalados varios mesones para dar hospedaje a los viajeros. El portal del Jardín de Zaragoza fué construido en 1790, y a partir de la época independiente se le bautizó como portal Guerrero. El portal de la Luz, frente a la plaza de la Constitución y sobre la calle de 16 de septiembre, fué construido a finales del siglo XVIII. El portal de la Presidencia se construyó en la segunda mitad del siglo XIX al construirse el palacio Municipal. En esta época se construyeron también los portales de la Explanada del Carmen y el pequeño portal de la Brisa en la bajada del puente de Batanes.

Estas son pues nuestras calles y plazas y sus nombres, dejo a su respetable criterio y buen gusto, cuál le parece mejor para cada una de ellas.

1 comentario:

Unknown dijo...

Yo Soy Jose Luis Hernandez Contreas , Hijo De Luis Hernandaez Alias El Torero . Y de Carmen Contreras ..... Naci en Salvatierra GTO Y es la Primera ves que Leo Tanta Informacion de Mi ciudad natal
muchas Gracias , Y a casi todos los Locos que mencionas Yo los conoci perzonalmente inclusive fui uno de los pocos que asistio al Entierro de Correa , Despues Sali de Salvatierra y solo e regresado de vicita en 2 o 3 ocasiones
Como Jalan los recuerdos y el Terruno una ves mas gracias

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