Editado el contenido de la revista "Por Amor al Arte" del Maestro Mario Carreño Godinez

sábado, 8 de septiembre de 2012

El rincón para niños

El Ratón de la Ciudad y el del Campo

Un ratón que vivía en el campo recibió cierto día en su ratonera a un ratón ciudadano. Estaban unidos desde antiguo por lazos de hospitalidad y amistad. El primero era un ratón severo consigo mismo. extremadamente económico, pero que, si llegaba la ocasión para festejar a un nuevo amigo, sabía salir de su parsimonia habitual. Le ofrece pues, sin tasa y sin disgusto, la avena y los guisantes que por oportuna previsión reservaba.

Le presenta granos secos de uva, trozos de grasa, todavía presentables aunque un poco roídos, esperando, por la delicadeza de sus manjares, triunfar de la soberbia inapetencia de un convidado que aparentaba no tocar a los platos sino con aire desdeñoso.

Mientras tanto, el dueño de la vivienda, tendido en la fresca paja, se contentaba discretamente con algunos granos de trigo y de cebada, dejando a su huésped los bocados más apetitosos.

De pronto, el ratón de la ciudad toma la palabra y dice a su huésped:

-¿Qué placer encuentras llevando tan triste vida en este lugar desierto y casi inaccesible? ¿Por qué no preferir la ciudad y los hombres a los bosques y a las bestias salvajes? Sigue mi consejo y vente conmigo. Todo lo que vive en la tierra está condenado a muerte; grandes y pequeños, nada escapa a esa ley fatal. Así pues, querido mío, aprovecha el tiempo que te está concedido, pasa alegremente la vida, y ¡piensa que es corta!

Aquel discurso impresiona al ratón campesino; de un ligero salto se precipita fuera de su agujero; los dos marchan de acuerdo hacia la ciudad, meditando en el modo de deslizarse por debajo de las murallas y a favor de las tinieblas.

Ya era media noche cuando llegaron y se introdujeron en un palacio en donde atraían sus miradas unas camas de marfil cubiertas con tapices de color de púrpura, y cestas en las que las viandas, restos de la cena, de la víspera, formaban pirámides.

El ratón de la ciudad empezó por establecer al ratón del campo sobre uno de los magníficos tapices; después, como diligente criado, corre de un lado para otro para buscar provisiones que hace suceder sin interrupción como atento maestresala y prueba primero todos los manjares que lleva.

El ratón campesino, muellemente tendido, se regocija del feliz cambio de su suerte, y demuestra su satisfacción como bueno y alegre convidado. Pero de pronto, las puertas se abres con estrépito; aquel terrible ruido hace saltar a los dos ratones fuera de sus lechos; corren por la sala desatinados y aturdidos; enormes perros que hacen temblar la casa con sus ladridos aumentan el espanto.

Amigo mío, -dice el ratón del campo-, este género de vida no me conviene nada, y me despido de ella como de ti: la seguridad de que disfruto en mi bosque y en mi agujero me consuela de la frugalidad de mis comidas.
Quinto Horacio Flaco

Tomada del Libro “Alma Latina”

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