Editado el contenido de la revista "Por Amor al Arte" del Maestro Mario Carreño Godinez

miércoles, 10 de agosto de 2011

Colaboradores

Un crimen de odio por
homofobia en Ciudad Juárez

Efraín Rodríguez*

Los crímenes de odio se caracterizan por su extrema crueldad; no solamente acaban con la vida del otro, sino que, simbólicamente, pretenden acabar con todo lo que significa el señalado como diferente. Los crímenes de odio por homofobia son la manifestación más acabada de la homofobia social, que es un fenómeno encarnado en nuestra cultura sexista, heterosexista y reproductora. Los asesinos, pocas veces, son aprehendidos y sentenciados, pero son apenas la parte más visible del problema: todos y todas participamos en la comisión de estos asesinatos en la medida en que reproducimos la homofobia social

Ramiro1 es un hombre joven, heterosexual, victimario y víctima de la homofobia promovida socialmente por instituciones básicas como la familia, la iglesia, la escuela y los medios de difusión. Ahora está sentenciado por el homicidio contra el amigo con quien sostuvo una relación significativa.Esa relación, sin homofobia, hubiera podido tener otro desenlace.

“¿Qué edad tienes?” Con voz pausada, cuidando que su pronunciación fuera clara, contestó: “veinticuatro años”. La entrevista tuvo lugar en el cereso municipal de Ciudad Juárez. El muchacho está sentenciado por asesinato en contra de un hombre con quien sostuvo una relación de un año de duración. Era una relación de amistad, una amistad donde el sexo no estaba ausente y que en la cultura latinoamericana no es una situación infrecuente. En el tiempo en que se conocieron era un joven de alrededor de 20 años, y el ahora occiso era un hombre maduro, quien le dijo que trabajaba en una mueblería. Después del asesinato sabría que se trataba de un sacerdote de la Iglesia Católica. En ambientes clandestinos la verdad no suele ser común. Por lo menos no la verdad completa. Se debe fingir un poco a veces, a veces mucho, para proteger el prestigio social de los involucrados. El prestigio va estrechamente relacionado con la retícula del poder, ese pedacito de poder que nos permite a todos y todas negociar un lugar en la trama social: ser alguien.

La homofobia en la prensa
de Ciudad Juárez

En los discursos de los medios de difusión, tanto escritos como electrónicos de esta ciudad, se advierte la presencia de una homofobia mal disimulada y una clara influencia de las iglesias. Algunos comunicadores son pastores y varios trabajadores y trabajadoras tienen compromisos muy fuertes con grupos religiosos, por lo que descuidan el importante trabajo de ayudar a construir una sociedad laica e incluyente, lo que se ha traducido en la reproducción de una ideología de exclusión, homofobia y agresión.

La Red de Organizaciones y Personas por la Salud, la Educación y los Derechos Humanos de las Diversidades Sexo Afectivas en Ciudad Juárez (reodissexs), que realiza actividades continuamente desde 2004, ha atestiguado cómo cierta parte de la prensa local ha cubierto sus eventos solamente cuando le han garantizado un espectáculo para alimentar el amarillismo y la homofobia.

Con motivo de la Quinta Marcha de las Diversidades Sexo Afectivas, un periódico local cabeceó una nota: “Desafían gays a grupos cristianos en marcha por la diversidad sexual”2. Aparentemente, un reportero de este medio se molestó por una de las mantas mostradas en la marcha, en la cual se leía: “Jesucristo no ha podido llegar a Ciudad Juárez porque se lo impide la homofobia”, y buscó inmediatamente la opinión del vocero de la Diócesis y de un pastor evangélico.

Al día siguiente, el vocero de la Diócesis católica declaró: “que no caerán en la provocación de los gays”3. Meses después, en una nota relacionada con la aprobación de los matrimonios entre personas del mismo sexo en el Distrito Federal, el mismo vocero afirmó que “la posibilidad representa una aberración y un atentado contra la naturaleza”, y llamó a los legisladores católicos a no apoyar la iniciativa que “atenta contra la vida45.

La homofobia, como el racismo, deshumaniza. La homofobia promovida por los medios de difusión masiva, las familias y las iglesias, entre otros, influyó en Ramiro e influye en otras personas. El discurso de desprecio, la ridiculización, la invisibilización y la injuria que despersonaliza preparan el exterminio.

Categorizar y no entender

¿Era la víctima de Ramiro un hombre homosexual? No lo sabemos. Él vivió clandestinamente su vida sexual: era oficialmente célibe y no sabemos con cuántas personas sostuvo relaciones de tipo homosexual, pero lo más importante: no sabemos si se asumía como homosexual. La homosexualidad no es una realidad que pueda ser determinada objetivamente; es una identidad. No se determina por el número de encuentros sexuales ni por el tipo de éstos, sino que lo determina la propia persona.

El entrevistado no se asume como homosexual. Siempre habla de los homosexuales en tercera persona, sin titubear. Sostuvo una relación de tipo homosexual durante más de un año y dice que ha sido acosado homosexualmente desde niño. No es homosexual.

La homosexualidad, al igual que la heterosexualidad, no es más que un concepto, una categorización. Tratar de entenderlas como realidades o, peor aún, como realidades antagónicas, una natural y la otra antinatural, una normal y otra anormal, le ha costado a la ciencia y al ser humano más de cien años de fracasos.

Hablar de sexualidad es hablar de diversidad, una diversidad que suma el número de personas que habitamos el planeta, es decir, casi siete mil millones, aunque haya gente que quiera hablar de sexualidad desde una dicotomía moralista (no moral), bueno-malo, y naturalizar lo que consideran bueno.

Las investigaciones que se han venido realizando, a partir del progresivo abandono de la búsqueda de las causas de las orientaciones sexuales, nos hablan de una diversidad que se niega a ser clasificada a pesar de todos los esfuerzos, tal vez porque la lista se volvería interminable y, por lo mismo, imposible.

En la vida diaria de las personas se superponen dinámicamente conceptos amplios como identidad, orientación, inclinación y prácticas sexuales, conceptos que se reconjugan de tal manera que los resultados son prácticamente infinitos.

El entrevistado va dejando muy claro, a través de sus palabras y de sus actitudes, que es un hombre y que pertenece a la mayoría heterosexual. Contesta a mis preguntas con una voz impostada, artificial. Parece muy meditada cada una de sus respuestas; no se niega a ninguna de ellas y se muestra cooperador. Me da la impresión de que está preocupado porque se entienda que su vida sexual actual es normal y satisfactoria: “estoy en unión libre ahorita, tengo dos hijos”. La califica de buena; se masturba, tiene fantasías sexuales en las que él y su esposa son los protagonistas.

La ideología de la cultura sexista y heterosexista que vivimos nos obliga a creer que una persona es hombre o mujer, es heterosexual u homosexual. Que las características tanto de género como de orientación sexual en una persona son algo esencial que de alguna manera define a la persona de manera total.

Se espera que si se nació en un cuerpo de macho, la construcción de género sea la de un hombre con todo lo que culturalmente significa ser hombre, y que su orientación sea heterosexual. Por el contrario, si se nació en un cuerpo de hembra, se espera que la construcción de género sea el de una mujer con toda su feminidad cultural, y que su orientación sea también heterosexual.

Esta manera de categorizar los géneros y las orientaciones sexuales puede ser muy tranquilizadora para las mentes tradicionalistas, pero la realidad que hoy sabemos es que la identidad homosexual, como la identidad heterosexual, son construcciones forzadas a partir de un erotismo que no reconoce, en principio, géneros, y que se inclina hacia uno preferentemente, sin dejar abandonado completamente al otro. Nada hay en el mundo de Ramiro que difiera de esta normatividad binaria. Su familia de origen está integrada por cuatro personas. Él es originario de Delicias, Chihuahua. Ha vivido en Ciudad Juárez desde que era un niño de cuatro años de edad, en una colonia popular, hasta su aprehensión, a pocas horas de cometido el delito. Después del asesinato ha recibido mucho apoyo de su familia y decidieron unirse él y la actual madre de sus dos hijos.

Respecto al homicidio, Ramiro no ha sido cuestionado socialmente; ha recibido una aprobación implícita, que es resultado de la homofobia social. Su familia de origen lo apoyó: “ni se enojaron ni nada, me apoyaron, creyeron en mí”. Los custodios y otros internos hicieron algunos comentarios: “decían: ‘¿qué, si te chingabas al padrecito te daba los diezmos?’, y cosas así, burlándose. Yo lo siento como de ataque, pero sé que juegan”. La burla, la broma, el juego, el silencio y el apoyo, además del odio explícito, son formas que presenta la homofobia.

Hay un interés de parte de la ideología (cristiana) dominante en que las personas reduzcan su actividad sexual a la reproducción dentro de unidades familiares, donde los padres y madres puedan ser responsabilizados de la normalización de los hijos. En esta figura familiar uno de los valores más reverenciados es la obediencia. No es fortuito. Hay intereses políticos y económicos que están detrás. Al mismo tiempo se privilegia la actividad sexual reproductora de la mano de obra (interés económico) y se educa en la obediencia ciega a normas y superiores jerárquicos (interés político). La familia constituye el núcleo básico de la sociedad, pero no de cualquier sociedad, sino de las sociedades de clases.

Por lo anterior podemos entender que hemos vivido como cultura un proceso milenario de normalización de la sexualidad, particularmente los últimos dos mil años. Un proceso lento, zigzagueante pero eficaz, si tomamos en cuenta los resultados actuales: la esencialización y la naturalización de la norma social heterosexista, reproductora y subordinante.

La aceptación de que la sexualidad humana es dinámica y cambiante da paso al reconocimiento del derecho a ser como se es, o como se está. No hay una forma de ser sexual,sino muchas. Hay también muchas formas de ejercer lo sexual, de estar. Todas las maneras son válidas mientras quienes participen en ellas lo hagan consciente y libremente. Ramiro estuvo homosexual durante más de un año en su relación. Ahora está heterosexual. Nada hay en su discurso ni en su emocionalidad que nos indique que está mintiendo con respecto a su orientación sexual, si bien su actual heterosexualidad le reporta indudables beneficios sociales. Ni la heterosexualidad ni la homosexualidad son fenómenos de todo o nada.

De todas las maneras alternas al heterosexismo en que se puede vivir la sexualidad, tal vez la que más presente se encuentre en el imaginario colectivo sea la homosexualidad. Estamos, pues, ante una serie de prácticas complejas y numerosas, no heterosexuales, que han sido categorizadas de manera simplista en una sola.

La homosexualidad es la categoría de la que más se habla, la que más se señala y condena. Es la categoría que engloba a la mayoría de las otras, la más calumniada, y es muy común que una conversación sobre temas sexuales derive hacia la homosexualidad. En la predicación de los propagandistas de las distintas iglesias cristianas es tema frecuente. En los medios de comunicación se trata continuamente de una manera o de otra. Se sataniza o se idealiza.

Ya en la década de los años cuarenta del siglo pasado, Alfred Kinsey y sus colaboradores, después de un estudio de varios años, dieron a conocer que no existe una separación entre heterosexualidad y homosexualidad. No hay una barrera que nos permita ubicarnos en uno u otro lado, en extremos imaginarios.

En el caso que nos ocupa, Ramiro ha experimentado sexualmente de manera dinámica. Él no se percibe como bisexual y nos equivocaríamos si tratáramos de clasificar su orientación sexual desde nuestra visión ajena y necesariamente lejana. Quien determina su orientación es solamente él.

El continuum propuesto por Kinsey no ha podido, hasta el día de hoy, derribar la falsa idea de la diferencia sustancial entre homosexuales y heterosexuales, a pesar de haber sido elaborado hace más de sesenta años. La inercia social, pero sobre todo la intolerancia hacia quienes son percibidos y percibidas como diferentes, sigue estando presente y actuando, a veces, criminalmente.

Son muchas las voces que se expresan de manera discriminadora contra toda práctica no convencional de ejercicio sexual. La visión maniquea está presente en la forma en que las personas suelen plantearse la sexualidad. También existen amplios movimientos que reivindican una sexualidad cada vez más humana y, por lo mismo, diversa, así como el derecho a la igualdad sexual.

En muchas ocasiones, los grupos de poder se antagonizan alrededor de algunos temas y experimentan momentos de tensión, como en discusiones donde ciertas políticas públicas incluyentes encuentran resistencia en grupos afiliados a poderes fácticos, como la Iglesia católica y diversos sectores políticos y empresariales de nuestro país.

Cuando tratamos de entender una vida sexual como la de Ramiro desde el heterosexismo, separamos las prácticas sexuales de la persona de otras áreas, como su afectividad, sus fantasías, su autopercepción, el grado de aceptación de la ideología dominante, etc. Sin embargo, la sexualidad de cada persona es construida de tal manera que resulta inseparable y es percibida como algo sumamente íntimo donde está involucrada la totalidad de la persona.

La sexualidad es relativa y ampliamente diversa, donde las reglas sociales con sus obediencias y sus necesarias transgresiones están ineludiblemente presentes. La diversidad es precisamente la clave para saber que no hay una sexualidad naturalmente determinada.

A medida que avanzan los estudios en sexualidades humanas, y que más disciplinas contribuyen con otras miradas, resulta más y más evidente que la normalidad ha sido construida culturalmente y que es una imposición desde el poder. Por lo mismo, la normalidad es imposible de seguir.

El estudio de las sexualidades de las personas no nos dice mucho acerca de su biología, si bien ésta no está ausente; pero sí nos dice mucho acerca de sus valores, de las imposiciones por ellos sufridas, de su grado de obediencia o desobediencia a patrones culturales, de sus necesidades personales y su relación con la visión hegemónica de la normalidad sexual, de sus temores y fantasías.

Tratar de vivir sexualmente de manera estrictamente en pareja monogámica heterosexual, con una fidelidad total, aun en el pensamiento, con prácticas sexuales sumamente empobrecidas y reducidas a las potencialmente reproductivas, son formas, aparte de imposibles, sumamente frustrantes, tanto por la insatisfacción que supone la reducción de la diversidad sexual a una sola vía, como por lo inalcanzable de un ideal malévolo.

No es posible sujetar lo natural a preceptos irracionales. De ahí que cuando no existen las circunstancias personales personales o sociales para transgredir la norma, la fantasía de las personas se convierte en el terreno de lo innombrable.
No hay ser humano que no haya fantaseado con escenas sexualmente prohibidas, a menos que haya vivido de manera satisfactoria una vida sexual prohibida. A pesar de ser universal,la transgresión sexual no es gratuita; los mecanismos de control están siempre presentes para evitarla si no se ha dado, o para castigarla si ya se dio.

Los mecanismos coercitivos pueden ser emocionales a través del sentimiento de culpa; sociales a través de la reprobación pública; jurídicos a través de la norma legal; o también pueden ser mecanismos criminales a través de acciones extrajudiciales que realizan individuos violentos, quienes muchas veces justifican sus actos al pensar que están beneficiando a la sociedad liberándola de personas perversas y pervertidoras.

Cuando Ramiro entró a la adolescencia el corrillo de amigos hacía ciertas bromas que nos revelan uno de estos mecanismos de coerción. Había, entre ellos, “pláticas de que si te chingarías a uno6, de que si te chingarías a otro, o sea, pláticas nada más, dicho en un ambiente jocoso. Si alguien decía que sí, pues se burlaban de él y lo agarraban de bajada toda la semana”.

Esta serie de mecanismos coercitivos es cultural, los grupos que los utilizan son similares entre sí y tienen bases comunes: la ideología hegemónica y su intolerancia. No están muy alejados del asesino el predicador religioso que usa el púlpito para exacerbar la homofobia social o el reportero que escribe en términos discriminatorios, pues en todos encontramos falta de respeto por el ser humano real y deseo de venganza contra el transgresor. Uno habla de la muerte espiritual, independientemente de lo que eso signifique; otro condena socialmente o se burla, y el tercero arrebata la vida de la persona percibida como transgresora.

Para la persona intolerante es necesario diferenciarse radicalmente del otro, del malo, del perverso. Una acción imposible, pues la perversión no existe en sí misma en tanto que constructo cultural. Todos y todas presentamos deseos y fantasías perversas, transgresoras, que el cristianismo ha llamado pecados de pensamiento, para distinguirlos de los pecados de obra y omisión.

Tal vez la angustia del agresor, asesino o no, por verse a sí mismo como diferente, como transgresor, sea una de las causas de los ataques más violentos.

Por lo profundos y gravemente amenazantes que son para la identidad del victimario, los crímenes de odio se caracterizan por su extrema crueldad. No solamente acaban con la vida del otro, del percibido como diferente, sino que simbólicamente pretenden acabar con todo lo que significa.

Ramiro no recuerda muchos detalles de la agresión, solamente una lucha feroz en la que se defendió mucho. “Cuando lo estaba atacando, dije: ‘¡Ay güey, se me hace que ya me llevó la chingada a mí!’, porque me quitó el cuchillo y forcejeamos bastante”.

La identidad de sí mismo que el agresor ha construido y que no puede percibir como muy alejada de la identidad de quien ha significado como pervertido, puede ser la amenaza simbólica. Después de todo, en la diversidad sexual humana, tanto la que se pone en práctica como la que se queda en deseo, todos y todas vivimos lo mismo en cuanto que personas: vivimos transgresoramente nuestra sexualidad. Hay quienes viven la trasgresión en la práctica, quienes la viven en la fantasía y quienes la viven tanto en la práctica como en la fantasía. La intolerancia a la hegemonía de las muchas formas no convencionales (por darse fuera del matrimonio y de la intencionalidad reproductora) de ejercicio sexual es la génesis de la homofobia.

Al igual que la infancia de cualquier niño, la infancia de Ramiro, como la de Pancho en la novela de Donoso, está marcada por la homofobia7. Pancho es objeto de la injuria8, y Ramiro también es agarrado de bajada cuando, adolescente, se atreve a visibilizar frente a otros sus deseos por algún homosexual de la colonia donde vive. Ni él ni Pancho son homosexuales ni afeminados, pero nadie escapa a la injuria. Donoso deja en claro el impacto de la injuria en el niño, su magnitud. Es menos doloroso pasar hambre, si se compara con el dolor que le provoca que le digan marica.

Es ese dolor que queda como huella, es el miedo a volver a experimentar ese dolor, el origen de la homofobia. El dolor de la pérdida de prestigio, el dolor que acompaña a la reasignación en las relaciones de poder:

Que Octavio no sepa. No se dé cuenta. Que nadie se dé cuenta. Que no lo vean dejándose tocar y sobar por las contorsiones y las manos histéricas de la Manuela que no lo tocan, dejándose sí, pero desde aquí desde la silla donde está sentado nadie ve lo que le sucede debajo de la mesa, pero que no puede ser, no puede ser y toma una mano dormida de la Lucy y la pone allí, donde arde9.

Tanto victimario como víctima han sufrido violencia homofóbica. La masculinidad se construye dolorosamente. El miedo a la injuria son cicatrices de la violencia sufrida en la infancia que se actualiza. En esta violencia compartida podemos encontrar una de las causas profundas de la homofobia y sus graves consecuencias.

La homofobia es parte importante en la construcción de la masculinidad. La homofobia permite un acercamiento, solamente si éste es muy regulado, a los cuerpos de otros y otras. Para mantener bajos los niveles de angustia, los límites deben ser muy claros en cada grupo social. Cuando esos límites son rebasados, es cuando aparece la angustia, que se transforma a veces en miedo, y el miedo en odio.

Ramiro sufrió en su niñez un abuso. Lo que sucedió se pierde en el proceso de reelaboración de la experiencia que necesita explicar lo sucedido y, de alguna manera, justificarlo. El acoso sufrido puede formar parte de esas cicatrices que nos menciona Gutmann junto a la injuria10. Ramiro lo relaciona con el acoso sufrido más tarde, varias veces, acompañado de la amenaza de ser denunciado con sus familiares y su novia. El miedo, producido por la angustia, es el detonante de la violencia homofóbica.

Ramiro sintió miedo en la relación con su amigo. Habían sostenido relaciones sexuales durante un tiempo, pero ya no quería seguir, por lo menos no con la parte sexual. Tenía novia. Quería vivir una sexualidad normal, alejarse y olvidarse de la parte homosexual de su vida, que ponía en riesgo su prestigio y actualizaba la injuria y el miedo.

La psicodinamia de la homofobia

La víctima, con quien Ramiro ya no quería continuar la relación de tipo sexual, le dijo que “quería… porque yo tenía mi novia y ya teníamos bastante tiempo, este… me dijo que tuviera relaciones con él o si no, le iba a decir a mi novia que las teníamos [relaciones sexuales], y a mi familia. Me dijo: ‘y vas a perder a tu novia y vas a perder a tu familia, así que mejor hazlo y evitas esa bronca’ ”. Ramiro siguió frecuentando el departamento del ahora occiso. Coexistía el deseo de continuar una relación amistosa con el miedo, producto de la injuria internalizada desde la niñez.

La construcción de un sistema sexo-género dual y excluyente (hombre-mujer, heterosexual-homosexual, subordinante-subordinado) pretende evitar la existencia de elementos aparentemente contradictorios en la estructura psíquica del sujeto.
Sin embargo, los diferentes deseos, aceptados y no aceptados, coexisten y causan conflictos importantes que, en ciertas circunstancias, amenazan con fragmentar al Yo y su identidad (de sexo, de género y de orientación sexual).

La homofobia actúa como defensa del Yo para hacer frente a la amenaza que constituyen los deseos homoeróticos, presentes en todas las personas: “Por medio de la represión, logra el Yo que la representación sustentadora del impulso afectivo indeseable, quede mantenida lejos de la conciencia”11.

Los elementos básicos que intervienen en la dinámica de la homofobia son los deseos homoeróticos, la injuria, el miedo a la pérdida de prestigio12 y el odio contra el diferente (Figura 1).



Los deseos homoeróticos, en mayor o menor medida, están presentes en todos y todas. Son parte de los “instintos”, de los que hay “tantos como necesidades corporales, puesto que un instinto es el representante mental de una necesidad corporal”13. Estos deseos son pro sociales, pues nos permiten relacionarnos socialmente, afectivamente y a veces sexualmente, con personas del mismo género, pero son inaceptables en las sociedades heteronormadas y reproductivistas, por lo que deben ser estrictamente controlados. Para eso se crean reglas muy detalladas sobre los acercamientos corporales y afectivos, tanto entre personas del mismo sexo como entre personas de sexo diferente. La observancia de estas reglas es finamente supervisada por todas las personas, cercanas y lejanas, familiares y extrañas.

La injuria homofóbica está presente durante toda la vida social y se manifiesta explícitamente a veces, casi siempre implícitamente, pendiente, controladora y amenazante. Se interioriza. Pone en riesgo emocionalmente a la persona. Es posible que tanto la intensidad de la injuria como la intensidad de los deseos homosexuales estén relacionadas con la intensidad del odio homofóbico. Cuando quien odia presenta fuertes deseos homosexuales, puede proyectar el odio contra alguien más, a quien identifica como más perverso. Éste sería el origen de los erróneamente llamados por la criminología crímenes pasionales.

El miedo a la pérdida de prestigio es el resultado de la injuria. La injuria amenaza directamente al prestigio social de la persona y de las personas cercanas. Tiene como finalidad desalentar las manifestaciones afectivas y sociales de los deseos homoeróticos inaceptables en la persona, al mismo tiempo que construye alianzas con quienes pueden tener cierta influencia con ésta, con la finalidad, también, de desalentar esas manifestaciones.

Ramiro ha soportado el acoso en una relación donde desea eliminar la parte sexual, probablemente a consecuencia de la amenaza interna de la pérdida de prestigio. Un acoso que reactualiza el abuso sufrido en su niñez y que le permite justificar su odio. Lo que no puede soportar es la amenaza de ser exhibido ante su familia y su novia.

El odio contra quien es percibido como diferente se puede manifestar de manera explícita a través de la injuria y el ataque, a veces criminal, casi siempre de manera implícita, en forma velada o bajo argumentaciones racionalizadas del tipo: “no soy homofóbico, pero…”

La injuria es el elemento social que inicia la dinámica. El miedo es el detonante del odio y la violencia. Ésta se manifiesta en diferentes gradaciones: son manifestaciones violentas del odio homofóbico desde el intento por invisibilizar a las personas no heterosexuales, la negación de derechos básicos, la exclusión, hasta el exterminio. No son diferentes maneras de odiar; son diferentes grados de odio. Las diferencias son cuantitativas.

El miedo a la pérdida de prestigio se traduce en odio: Ramiro sintió mucho coraje y agredió a su amigo. Utilizó un cuchillo que fue adquirido esa misma tarde, específicamente para asesinar a su víctima. El asesinato fue consumado alrededor de la medianoche.

El miedo al dolor que se actualiza, el miedo a la pérdida de prestigio, a una reasignación en la retícula del poder, lleva a la violencia contra el otro. A veces no es emitida cualquier violencia física: es todo el odio acumulado, todo el miedo, toda la necesidad de afirmación masculina, que brotan al mismo tiempo buscando no solamente herir ni solamente asesinar, sino el aniquilamiento total del estigmatizado. En la dinámica de la agresión contra el otro intervienen la violencia, la homofobia y el riesgo. Todos elementos que construyen la masculinidad tradicional.

Cuando se inicia la agresión, todo lo vivido por el victimario en forma de miedo, frustración y odio a su propio deseo homosexual, emociones todas que se le agolpan, son descargadas violentamente en el cuerpo de la víctima, que es despedazada literalmente en un intento por hacer desaparecer simbólicamente de sí mismo todo cuanto odia.

El odio interiorizado por el victimario contra sus propios deseos homosexuales, no necesariamente más intensos que en otras personas, es proyectado hacia la víctima y simbólicamente destruye esos deseos al destruirla. Ramiro aún no sabe cuántas cuchilladas le asestó a su amigo. Recuerda la lucha desesperada de éste por defenderse de la muerte y después al cadáver profusamente ensangrentado por hemorragias de tórax y abdomen.

En la fantasía del victimario, muerta la persona, mueren los deseos: “Cuando lo vi muerto como que sí me desahogué: ‘ya se acabó esto. Ya hasta aquí quedó. Ya’. Y yo me decía en mi mente: ‘a empezar otra vez’ ”. A reiniciar una vida sin la práctica homosexual, sin el estigma. Una vida libre de acoso, de amenaza para el propio prestigio social: una vida normal.

Ramiro no se liberó de sus deseos homosexuales presentes en toda persona. Nadie se libera, pero ahora, como la mayoría, tendrá que vivir esos deseos de manera socialmente aceptable y reordenar los elementos emocionales que lo llevaron al homicidio. Habrá de cohibir su odio homofóbico hasta hacerlo socialmente tolerable.

La homofobia social y los asesinatos

La homofobia social en Ciudad Juárez es alta. Una medición hecha por este autor en una población de clase media, con estudios universitarios, es decir, en una población privilegiada en lo económico, social y educacional, arrojó que el 68% se sentiría a disgusto si en una reunión social estuvieran presentes personas homosexuales; para el 65% sería difícil mantener una conversación con una persona homosexual; el 64% sentiría incomodidad si descubriera que una persona de su mismo sexo le es atractiva; el 62% no se sentiría a gusto trabajando cerca de una persona homosexual; y el 55% sentiría que ha fallado como padre o como madre si supiera que su hijo o hija es homosexual (Cuadro 1).


En esta ciudad, dicen personas cercanas a la Subprocuraduría, en coincidencia con defensores de derechos humanos, se cometen alrededor de treinta asesinatos por odio homofóbico cada año. Casi todos se invisibilizan.

Cuando se comete un crimen de odio por homofobia, en el aparato de justicia y en los medios de difusión masiva, se trata de buscar la supuesta culpabilidad de la víctima. Esta situación debe cambiar si queremos construir una sociedad más justa. En palabras de Daniel Borrillo: “es la homofobia del ‘verdugo’ y no la homosexualidad de la víctima la que debe convertirse en objeto de oprobio y de sanción”14, y también la homofobia social, que es el origen de la homofobia del homicida.

Los crímenes de odio por homofobia no son asesinatos entre homosexuales. Muchas veces el asesino no es homosexual y hay víctimas que tampoco lo son. Son asesinatos provocados por el odio que los grupos de poder han ido construyendo en la sociedad a lo largo de siglos contra toda forma de deseo y práctica sexual no convencional, y no solamente contra los homosexuales y la homosexualidad. La causa de estos crímenes es la homofobia que produce miedo y deseo de exterminio.

El brazo ejecutor que empuñó el arma homicida fue el de Ramiro, quien es víctima y victimario de la homofobia, pero no es el único responsable. Parodiando a Benedetti, hay otros más duros y siniestros que probablemente duermen tranquilos porque el asesino ya está en la cárcel; muy probablemente piensan que ya se hizo justicia. Son quienes en Ciudad Juárez promueven la homofobia de manera muy activa. Estas personas se encuentran libres y así van a seguir porque la homofobia aún no es considerada delito, a pesar de su carácter claramente antisocial, su promoción del odio, de la exclusión y del exterminio de seres humanos.

Articulo tomado de REDALYC

* Educador, psicólogo y sexólogo. Maestro en Ciencias Sociales por la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez y Master Degree of Sciences in Human Sexuality por la Akamai University, Hawaii, USA.

1 Nombre ficticio, a petición del entrevistado,para proteger su identidad.

2 Redacción. “Desafían gays a grupos cristianos en marcha por la diversidad sexual”, El Mexicano, Ciudad Juárez, Chih., 30 de junio de 2009. Obtenido el 30 de junio de 2009 de http://www.oem.com.mx/elmexicano/notas/n1225702.htm.

3 Juan Ramón Rosas. “No caeremos en la provocación de gays, dice Esiquio Trevizo”, El Mexicano, Ciudad Juárez, Chih., 2 de julio de 2009. Obtenido el 2 de julio de 2009 de http://www.oem.com.mx/elmexicano/notas/n1228448.htm

4 Estas declaraciones fueron denunciadas por el ciudadano Eduardo Pinal Medina ante el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (conapred). Este organismo admitió la queja bajo el expediente conapred/dgaqr/538/09/dg/ii/nal/Q254.

5 Pedro Sánchez. “Polemizan aquí por iniciativa de bodas gay en la Ciudad de México”, El Diario, Ciudad Juárez, Chih., 25 de noviembre de 2009. Obtenido el 25 de noviembre de 2009 de http://www.diario.com.
mx/nota.php?notaid=b80f65alce0377daa6aebbeadf40ddb7
.

6 Que si penetraría analmente a un homosexual conocido.

7 Donoso, José. El lugar sin límites. España, Bruguera, 1984.

8 Eribon, Didier. Una moral de lo minoritario. Variaciones sobre un tema de Jean Genet. España, Anagrama, 2004.

9 Donoso, José, op. cit., p. 170.

10 Gutman, Matthew C. The Meanings of Macho: Being a Man in Mexico City. Berkeley University of California, 2007.

11 Freud, Sigmund. Inhibición, síntoma y angustia. México, Grijalbo, 1970, pp. 14-15.

12 Núñez, Guillermo. Sexo y poder entre varones. Poder y resistencia en el campo sexual. México, Miguel Ángel Porrúa/El Colegio de Sonora/pueg-unam, 1999.

13 Hall, Calvin, S. Compendio de psicología freudiana. México, Paidós,
1996, pp. 65-66.

14 Borrillo, Daniel. Homofobia. Barcelona, Bellaterra, 2001, p. 130.

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