Editado el contenido de la revista "Por Amor al Arte" del Maestro Mario Carreño Godinez

martes, 10 de abril de 2012

Leyendas

El Encuentro

Era el 6 de diciembre de 1899, faltaban escasos 25 días para que terminara el siglo XIX. En la ciudad de Huamantla Tlax. recibía la ordenación sacerdotal Federico Escobedo.

Salvatierra prometía mucho, contaba con dos fábricas textiles: “La Reforma” desde 1845, y la de “Batanes” desde 1880. La primera fundada por Don Eusebio González y la segunda por Don Juan Argomedo. el ferrocarril había llegado por primera vez en 1882. A unos meses de despertado el siglo XX; en 1900 se introdujo la luz eléctrica producida por los hijos de Argomedo en Batanes, en lo que hoy es el Seminario Menor de “Cristo Rey” de los sacerdotes Operarios del Reino de Cristo. Para 1908 el jefe político Don Enrique Montenegro empezó a construir el Mercado Hidalgo, en lo que había sido la Plaza de los Perros, fué inaugurado en 1910 y se terminó su fachada en 1912.

Pero llegó el movimiento revolucionario que sacudió a todo México, por ende, a nuestra ciudad. La región era asolada por el gavillero Inés Chávez García, que llegó hasta el pueblo de San Nicolás de los Agustinos. El bandolero salvaterrense Sacramento Vieyra sembró el pánico en los pueblos de Santiago Maravatío y San Pedro de los Naranjos. Y Benito Canales hacía de las suyas en el norte del municipio, sin embargo los salvaterrenses siguieron trabajando y el “Teatro Ideal” fué inaugurado en 1914.

Todavía no salíamos de las luchas intestinas por el poder en el país, cuando llegó el conflicto cristero y la consecuente suspensión de cultos, los templos fueron cerrados quedando en manos de juntas de vecinos a partir del 1 de agosto de 1926. El curato hizo entrega de los objetos valiosos a Don Jesús Nieto para su cuidado y resguardo. El párroco Don Rafael Lemus buscó refugio en el curato de Pénjamo. Al año siguiente, otro salvaterrense el Dr. Jesús Guisa y Acevedo, perseguido por sus ideas, buscó refugio en los Estados Unidos, donde permaneció hasta el término del conflicto.

La feligresía salvaterrense se conmocionó en 1928, con el martirio y muerte del sacerdote franciscano Fray José Pérez, que fué velado en el anexo al templo de Santo Domingo, recibiendo cristiana sepultura en nuestra ciudad.

Todos estos hechos fueron más llevaderos gracias a la prudencia y sapiencia del entonces Presidente Municipal, el Dr. Díaz Barriga.

Con el correr de los años llegó 1939, con ello, la Coronación Pontificia de Nuestra Señora de la Luz. Ese 24 de mayo en la noche, en la velada cultural que se ofreció en el “Teatro Ideal”, se dio la magia del encuentro de salvaterrenses, magia de reflexión y comunión con Salvatierra, y su Protectora. El retórico discurso de Don Jesús Guisa y Acevedo; la poesía del Padre José de la Luz Ojeda; y la presencia del humanista y Arcade Romano Don Federico Escobedo. Hoy, a casi sesenta años de esa noche, ¿no necesitaremos los salvaterrenses otro encuentro, para poder prometer algo en este fin de siglo, como hace cien años?. Ojalá se volviera a repetir aquella velada.

Leyendas Tomadas del Libro: “Leyendas, Cuentos y Narraciones de Salvatierra, Recopilación” de Miguel Alejo López


La Perla de La Angostura

Viejas crónicas prehispánicas de la región recogidas y perpetuadas por los primeros misioneros y pobladores llegados al Valle de Guatzindeo, nos trasmiten una bella leyenda de estas tierras. El fértil valle rodeado de bellos cerros y montañas, atravesado en toda su magnitud por el imponente río Tololotlán o Chilchahuapan -hoy Lerma-. Fué lugar de encuentros y desencuentros entre los pueblos de razas y costumbres diversas que en él confluyeron.

El gran río era una frontera natural; al sur Mesoamérica, donde habitaban los refinados y cultos tarascos en su bien organizado Reino de Michoacán; al norte Aridoamérica, donde moraban pueblos nómadas de costumbres bárbaras, conocidos genéricamente como chichimecas.

Mientras las leyes y costumbres de los tarascos estaban destinadas a mantener el orden social; las normas de convivencia de los chichimecas lo eran para la supervivencia en función de los alimentos existentes.

Estos últimos se organizaban en pequeñas bandas nómadas, sobreviviendo con los frutos y raíces silvestres que las mujeres recolectaban y el producto de la caza que realizaban los hombres.

Eran diestros en el manejo del arco y la flecha, dormían en el suelo o hasta en pantanos, vestían pieles o andaban desnudos sin bañarse y con la cara pintada o rayada. Sus costumbres hoy nos llenarían de pavor o de indignación moral, eran crueles rayando en lo espartano; si nacían gemelos, al más débil lo abandonaban para que muriera presa de las inclemencias del medio; si nacía con algún defecto físico sufría igual suerte; si por desgracia la madre moría en el momento del parto, se le enterraba con el recién nacido aún vivo, pues no había quién se hiciera cargo de él.

Pero el valle era lugar de confluencia de razas y el gran río su frontera. Como tal y como todas las fronteras del mundo, lo mercantil no podía faltar. El comercio es el mecanismo por excelencia para que el hombre se allegue bienes y cosas para satisfacer sus necesidades.

A orillas del Tololotlán se realizaba esta actividad según costumbre era cada mes en la noche de luna llena. Los tarascos traían peces, conchas y moluscos frescos de Pátzcuaro, jícaras matizadas de colores y frutas exóticas de la Tierra Caliente recibiendo a cambio de los chichimecas: sal, ayates y pieles, cuentas de ópalo de la Sierra Gorda y saetas de obsidiana. Este comercio se realizaba por trueque; es decir, cosa por cosa.

En una noche de tianguis en la que la luna brillaba como nunca, unos nobles tarascos vieron a una hermosa joven chichimeca asomándose entre los sabinos del río. A la luz de la luna se dejaba ver la silueta de la muchacha de formas exquisitas coronadas por una hermosa cabellera negra, que le caía sobre los hombros, dándole un aspecto atractivo y enigmático.

Los nobles pensaron que la hermosa chica era digna de ser una de las mujeres de su rey. Decidieron comprársela a su padre a cambio de una hermosa perla de gran tamaño.

El trato se cerró.

De la muchacha nunca se supo más, pero el padre lleno de remordimientos caminaba las noches enteras sin rumbo fijo, llevando fuertemente apretada en una de sus manos la perla que le habían dado a cambio de su hija, sin que su recuerdo se borrara de su mente.

Una noche, desesperado caminando por el campo, se detuvo en un pequeño montículo de piedra, en el silencio de la noche vió la inmensidad del valle y las imponentes siluetas de los cerros que lo rodean como celosos guardianes. Con todas sus fuerzas y gritando lastimeramente lanzó al vacío la hermosa perla que tantos y tristes recuerdos le provocaba.

Dicen las crónicas que en el lugar donde cayó la perla, nació un hermoso manantial de aguas claras y frescas que apagaron la sed de los habitantes del valle.

Así brotó y así nació nuestro venero de la Angostura.

La Calle de las Ánimas

Era de madrugada en una de esas calurosas noches de mayo cuando las lluvias todavía no llegan. Delfino caminaba presuroso por la acera de nuestro atrio parroquial, tomando la Calle de Juárez rumbo a la clínica del Seguro Social, había tenido qué salir de emergencia de un retiro espiritual que estaba tomando con sus compañeros del grupo cristiano al que pertenecía, le avisaron que su esposa estaba enferma y había sido internada en ese lugar.

Cruzó la Calle de Manuel Doblado, frente a la Plaza de Toros, se le apareció de pronto un gran perro negro, tenía los ojos enrojecidos como brazas de carbón y mostraba un hocico blanco de espuma lista para arrojarse sobre él.

Delfino sintió un frío extraño en su espalda, sus cabellos se pusieron tiesos y se le enchinó la piel. Lo único que atinó a hacer fué apretar con toda la fuerza de su mano el Cristo que pendía de su cuello, era el que usaba en sus reuniones de Cristiandad. Como por arte de magia, dando un fuerte alarido de dolor, el perro desapareció en veloz carrera rumbo a la carretera.

Este tramo de la Calle Juárez comprendido entre la de 16 de septiembre y la carretera, data casi inmediatamente después de la fundación, cuando se hizo el reparto de solares entre los primeros pobladores. Se le conoció primero con el nombre de Calle de Maguelles por más de medio siglo. Con motivo de la secularización del curato tomó el nombre de Calle de la Luz, nombre que duró unos treinta años hasta 1808 aproximadamente.

Por esos años del siglo XIX, a esta calle se le empezó a conocer como la Calle de las Ánimas, por los sucedidos que en ella acontecieron y que paso a relatar. En una vieja casona de adobe y teja aledaña al Pantano de Cantarranas, nombre con el que se conoció por muchos años a un baldío ubicado en lo que hoy es la Plaza de Toros, se había asentado una congregación de adeptos al espiritismo y los ritos satánicos.

Tal cofradía tenía muchos socios y socias, casi todas de edad madura, teniendo como rasgo común; ser mediocres, fracasados y renegados.

Por esos días llegó al Convento de los Carmelitas Descalzos en Salvatierra, un sacerdote joven que al decir de la gente poseía dones extraordinarios, entre ellos; carismático, ahuyentador de demonios y de espíritus del mal. El fraile pronto se dio cuenta de la existencia de tal congregación, decidiendo desterrarla para siempre de Salvatierra.

Se presentó a una de sus reuniones disfrazado de un viejo pordiosero, entre la penumbra de la sesión pudo observar que un ser extraño la presidía. Llegado el momento más importante del rito, el fraile sacó de entre sus ropas un Santo Cristo, levantándolo enseguida con su mano derecha y pronunciando fuertemente unas palabras ininteligibles para todos los presentes.

Exhortó al espíritu del mal a abandonar el lugar y a la congregación, enseguida se escucharon fuertes truenos y gemidos lastimeros entre destellantes relámpagos rojos y amarillos.

Pasado esto, los asistentes a la reunión se arrodillaron ante el Cristo que portaba el fraile, juntos se arrepintieron y oraron para suplicar el perdón del cielo por semejantes actos. Para ahuyentar el mal, se decidió encomendar esta calle a las Ánimas Benditas del Santo Purgatorio, de ahí su nombre que perduró casi cien años.

El perro no es más que uno de esos espíritus malignos que vagan por el mundo para la perdición de las almas, buscando adeptos ahora que la calle ha perdido su nombre.

Leyendas Tomadas del Libro: “Leyendas, Cuentos y Narraciones de Salvatierra, Segunda Parte” de Miguel Alejo López

Los Carcamanes

Hace más de siglo y medio que vinieron a establecerse a esta ciudad dos hermanos extranjeros procedentes de Europa, según se decía por entonces. Su apellido Karkaman fué degenerado en “Los Carcamanes” para referirse a ambos.

Su ocupación de comerciante, pronto los hizo muy populares. La casa en que vivieron, aún puede verse al fondo, a la izquierda, de la que se llama Plazuela de San José, por su proximidad al Templo de este nombre. Es una casa de tres pisos, de la cual los hermanos ocuparon el entresuelo.

La vida transcurría tranquila y bonancible para los hermanos, pero un mal día, al amanecer la mañana del 2 de junio de 1803, ocurrió como reguero de pólvora la noticia de que los vecinos habían encontrado los cuerpos yertos de los hermanos “Carcamanes”. Y cuentan cuando entraron a la casa que se hallaba abierta, el cuadro que se ofrecía a su vista era horrible, trágico y espeluznante.

Un doble asesinato para robarlos, fué la primera hipótesis que se formó en torno a su inesperada muerte. Sin embargo, la realidad fué otra. Una joven también bella como frívola que allí vivía, fué hallada también con una tremenda herida en medio del corazón esa misma mañana del 2 de junio, la frívola doncella sostenía relaciones amorosas con los hermanos, Arturo y Nicolás.

El primero, poseído de profunda cólera, esperó a que llegara el segundo y, como acontece en estos casos, ni el parentesco ni la vida en común a través de los años fueron obstáculo para que ocurriera la terrible tragedia.

En ciega e iracunda pelea se trabaron los “Carcamanes”, de la cual quedó tendido Nicolás. Arturo, a pesar de hallarse muy mal herido, apoyándose en la pared con las manos ensangrentadas llegó hasta donde vivía la infiel y en su propio lecho la asesinó, volviéndose luego a su casa, donde se suicidó con la misma arma homicida.

Tomada del Libro: “Leyendas de Guanajuato, Historia y Cultura”

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