Editado el contenido de la revista "Por Amor al Arte" del Maestro Mario Carreño Godinez

jueves, 1 de agosto de 2013

Historia

La Epopeya y la Leyenda
El Otro Rostro de la Historia
por: J O G

La división política novohispana, también varió; pues la usanza de Intendencias desalojó a las antes llamadas “Alcaldía Mayor”. Esto acarreó como derivación, fuerte centralización en lo intendente de todo la circunscripción de la urbe guanajuateña. De esperarse era que esta maniobra arrojara fuerza y unidad en lo político, imprimiéndole monolítica presencia a todo el territorio, debilitando como reflujo, las cabeceras de vetustas Alcaldías Mayores como León, San Miguel el Grande y el muy distante San Luis de la Paz.

Ante el rey topó el clero

La Iglesia tampoco escapó a las reformas despóticas de los Borbones, pues la sometieron a férreo control. De arranque, sería Carlos III el gran catapultador de avances científicos en esos tiempos, asuntos que para su mala fortuna, la iglesia vería con severidad y ceño fruncido. Aparecería por ese ayer en las universidades españolas el Método Científico, del que el monarca fué entusiasta propulsor. El clero peninsular y el americano no eran los principales monopolizadores, de modo que casi un tercio de los terrenos mexicanos estaba en sus manos. Como era de esperarse, al entrar la reforma, ya se habían acongojado por el lucro de vastos acaparadores de tierras y aguas, y no había realmente discernimiento legítimo para que a la Iglesia no le aquejaran sus descomunales posesiones que todos miraban por toda la colonia.

“Guanajuato era una menuda evidencia de la presencia casi monopólica de tierra por parte de la Iglesia, con colosales propiedades como la que los Agustinos tenían por el rumbo sur. Como de suponerse era, la hispana gente de rezo, cotidiana misa y sotana, satanizaron tal acción por impía, arguyendo que aquello estaba distante de bonificar precisamente a los nativos, siempre lindantes con la miseria”

De esa situación de fragmentación entre las diversas órdenes religiosas, del rey supo beneficiarse bien. Ellos se encaraban entre sí para poder influir recio en su propia organización, y aprisionar el control del crecimiento monástico. La otra trama vital de control eclesial, era el de agenciarse para la autoridad real el poder entrometerse en nombramientos de altos puestos religiosos como los obispos, arzobispos y superiores generales. Aún cuando Carlos III escrutó en la autoridad papal un escollo grande para este designio, no lo arredró y prosiguió.

Al poco transcurrir, el monarca divisó satisfacer su mira en gran porción, logrando hacer de los moradores de España una sociedad civil menos sometida al clero y solo comprobada por el monarca. El racionar las tierras a nobles e iglesia, había coronado su designio.

Aquellos diligentes Jesuitas

La Compañía de Jesús con sus singulares sacerdotes arribaron a la Nueva España en 1572, sonando el 28 de septiembre, donde al poco acontecer, se hicieron estimar por su modo, sabiduría y fundar gran puñado de escuelas superiores y misiones. No bien tocaron americanas tierras, cuando ya estaban esparciendo gente, evangelización y sapiencia por todos rumbos, arribando igual la inhóspita Panamá, tirada más al sur del continente.

En la Nueva España, abrazaron deberes con misiones como las de las Californias y todas las del rumo noroeste. Sus colegios se esparcían por sitios como Guanajuato, México, Yucatán, Guadalajara, Tepozotlán y Pátzcuaro. La aguerrida San Luis de la Paz, miró un buen día cómo habían ya arribado los jesuitas a la alcaldía de Guanajuato, en 1585 a pedimento del virrey, villa que a su llegada, les propinó un recibimiento de tenor muy diferente al otorgado en poblaciones como León, Guanajuato y Celaya, pues los padres no bien habían puesto sandalia en tierra, cuando tuvieron ya que batallar con los naturales que resistían la conversión, en particular las etnias otomíes Pames y Guaxabanes, que solo ya rebasado un buen trecho de tiempo, en conclusión, se los granjearon con tratos buenos y procurando educación a las criaturas primero, y luego a los maduros, que habían vivido la fundación de sus poblados.

Ante la provechosa posición, el peculiar soberano hispano les confirió dineros anuales, para que su única labor fuera la apostólica. Pero, los frailes que además de acatar su cotidiana esencial religiosa, también abrieron tiempo y afanes para fundar y poseer la Hacienda de Manzanares, cuyas rentas designaban para mitigar la miseria de la comunidad, en obrar del pequeño caserío. Levantaron también un colegio que suministraba el saber a todos los grupos sociales sin distingos.

“Su hacer humanista entre los naturales fué vasto, tanto, que al momento de su destierro, y llegado el rumo a los Panes, los propios religiosos hubieron de salir a hurtadillas nocturnas, para eludir choques entre soldadesca e indios, que desembocaran en violencia y sangre”.

Por estos días, la bonanza de las haciendas de propiedad jesuita Los Lobos, Santa Ana y Manzanares, caminaban cargando generosa producción. También, los diligentes e ingeniosos frailes brindaban consejos para que minas como la del Palmar y Vega Mayor abonara rendimiento mayor; es la que hoy nombran como “Pozos”.

Celaya, en su caminar. La congregación y a solicitación de don Manuel de la Cruz Sarabia arribaron en fila solícitos sacerdotes como Manuel Valtierra, Cristóbal Cordero, José Solchaga, José López y José Astudillo, poniendo pie en la villa de Zalaya, andando el 2 de octubre de 1719. Recién admitidos los frailes, dispusieron a su mando la dádiva de un olivar de 500 plantas, en el que pronto pusieron manos a la obra. Además de su colegio, ejercían la cátedra en la Universidad Franciscana, donde sin variar, el servicio religioso era de balde en la recién levantada obra de la Iglesia de Nuestra Señora de los Dolores, fábrica que sufrió martirio y muerte por pico y marro del Plan Guanajuato del gobernador Torres Landa cuando corría 1960, y se erigió en su lugar un boulevard que nombraron López Mateos.

León, un buen acogimiento. Luego de la ardua y penosa experiencia de San Luis de la Paz, fueron convidados a la villa de León, aseverándoles que a su arribo serían obsequiados con tierras y menesteres que los leoneses fraternos Marcos, Manuel y Nicolás Aguilar y Ventosillo convidarían. Ya por esos días, la nombradía de los jesuitas era abundante, tanto así que la villa de León vistió sus domingueras galas el día de su arribo. Las haciendas que percibieron en heredad fueron San Nicolás de los Aguirre, La Laborcita, La Loza y Albarradones, que ya andando, afamarían por laboriosas.

“También caminaron como edificadores, de modo tal que al poco transcurrir, erigieron templos y claustros como los de La Compañía y La Compañía Nueva; ésta conocida hoy como La Catedral. Sería el 2 de julio de 1732 en que legaron a la villa una pictórica imagen de la Madre Santísima, que prontamente fué nombrada Patrona de la Ciudad. También construyeron y echaron andar su centro escolar que al ser expulsados mudó involuntariamente a seminario diocesano... a la fecha”.

El Guanajuato de aquellos días. Sería allí donde subrayarían más su trascendente hacer los jesuitas, que aunque hubieron de disputar fuerte los papeleos burocráticos civiles y eclesiásticos, encontraron tomando una esquina con sus grandes bienhechores: doña Josefa Teresa de Busto y Moya, Don José Sardenetta y Legaspi, don Manuel de Saldívar; notable al extremo fué la amplitud de don Pedro Bautista Lascuarain de Retana quien les legó haciendas provechosas como las de San Nicolás de Parangueo, San Miguel Quiriceo y La Iglesia, todas asentadas por el rumbo de Valle de Santiago.

Sonaba aquel lejano primero de octubre de 1732, cuando clareaba apenas el día, arribaron la cerril villa de Guanajuato. La petición de su llegada se había escrito y signado desde 1676. Ya instalados y en faena, levantaron el Hospicio y Colegio de la Santísima Trinidad, que luego caminaría como Colegio del Estado y más tarde la Universidad de Guanajuato. También se echaron a cuestas la erección pétrea del templo de La Compañía mientras se encargaban de encaminar la educación superior. La edificación de dicho sacro edificio demoró 18 años, que echó a andar hasta 1765 con pompa, alegría popular y repique de campanas. Todo Guanajuato vistió sus mejores galas, regocijo que amadrinó la imagen de Nuestra Señora del Santo Rosario, que más adelante sería nombrada, venerada y reverenciada como Nuestra Señora de Guanajuato.

¡Espada y cruz se confrontan!

La cotidianidad despótica de Carlos III le asesoraba a comprobar antes que lo demás, a una iglesia de obediencia institucional a Roma, mejor que a su soberano. Por ello él miraba como prioridad poder ejercer también su potestad sobre las testas religiosas, engrilletando así la autoridad eclesiástica terrateniente casi monopólica, e intransigentemente rica. Sopesó el soberano el golpe que debería asestar con el que todos los frailes discernirían, incluido el Papa, que el rey es la autoridad única sin debate cual ninguno... Se divisaba ya a una encarnizada batalla entre el absolutismo del rey Carlos III y los eclesiásticos de la Compañía de Jesús con Roma escuchando, observando y aguardando tras Bambalinas.

Desde que el rey avanzó a su entronización, ya se respiraba opacidad en el ambiente, desmedido enigma que se sospechaba, tendría injusto colofón con la expulsión de los jesuitas de todas las tierras del mundo de dominio hispano. Sin embargo, en simplista vana intentona de Carlos III por acreditare ante el Papa, le expidió una dilatada misiva, cuyas primeras letras rezan:

“Desde la gloriosa exaltación del rey al trono de España y desde las Indias manifestaron los jesuitas una aversión decidida a la persona de S.M. y su feliz gobierno”.

Es dable que tal actitud la mirara el rey, pues casi de inmediato de ejercer el trono, fueron retirados los jesuitas que ejercían como confesores de la corte. Las inculpaciones contra la Compañía de Jesús, que todavía hoy son argumento de discusión, se predice más bien como porción de un intento que le diera a Carlos III el control del poder, más que motivos de los padres que propiciaran su expulsión.

Al urgirlo a señalar sobre los móviles específicos, aseveró que:

“Tanto orquestar un motín en contra del Marqués de Esquilache, donde estuvo su vida y hacienda en gran peligro, y en cuyas acciones la misma autoridad monárquica cuestionó el propio pueblo, como haber incumplido con el secreto de confesión, no reconocer el cambio de soberanía en las misiones del Alto Panamá a favor de Portugal; y que en sus clases enseñaban la doctrina del “Probabilidad” en el que cabía el regicidio en el caso probable de un mal gobierno. También, que defendieron los ritos especiales para las culturas de lejano oriente, en particular las de China y la independencia de los obispos, asunto del que hacían ostentación los jesuitas, y que en sus misiones, ellos disponían a su arbitrio de los diezmos eclesiásticos.”

Tomado del Libro: “La Epopeya y la Leyenda, el Otro Rostro de la Historia
de Jorge Ojeda Guevara”


Aztlán: origen y destino

América Salvaje, Europa demoníaca (conclusión)

España, que había sido pionera en la búsqueda de nuevas rutas hacia el oriente, ahora se encontraba rezagada. Esto la hizo replantearle nuevamente al destituido Almirante Colón, la realización de un cuarto viaje, con el objetivo de llegar a las Indias por el occidente. Los reyes le restituyeron muchos de sus privilegios y lo convencieron para que realizar dicho viaje. Colón ya estaba cansado, enfermo y decepcionado, pero por agradecimiento a la reina Isabel, su protectora incondicional, decidió realizarlo: zarpó de Cádiz el 11 de mayo de 1502.

Para el tercer y cuarto viaje, fué difícil conseguir voluntarios para completar la tripulación, por lo que nuevamente gran parte de ésta estuvo compuesta por presos liberados de las cárceles españolas. En este cuarto viaje, Colón recorrió y exploró Centroamérica, buscando un paso hacia el océano pacífico, pero nunca encontró dicho paso por lo que, dos años después, decidió regresar a España, donde desembarcó el 7 de noviembre de 1504.

A su llegada se encontró con la triste noticia de que la reina Isabel, su protectora, y admiradora (probablemente incluso su enamorada, así lo veía su propio esposo, el rey Fernando de Aragón); había muerto. Esto ocasionó que nuevamente perdiera la mayoría de sus derechos y privilegios. Colón padecía de gota y en los últimos años de su vida se fué acentuando el problema hasta que murió en Valladolid, el 20 de mayo de 1506, despojado de sus títulos, de sus privilegios, enfermo y olvidado por el pueblo español, a quien convirtió en la primer potencia del mundo por más de tres siglos.

Descubierto el Nuevo Mundo y confirmada su posesión por el Papa Alejandro VI, los españoles fueron apoderándose de todas las tierras que se encontraban de este lado de la Línea Alejandrina. Sin importar la presencia de los habitantes naturales y originales del Nuevo Mundo. A cada lugar que llegaban, leían a los indígenas su absurdo “Requerimiento”, como ellos llamaban al acta de posesión de las tierras que tomaban. Claro está que no tomaban en cuenta que los naturales no entendían español.
Requerimiento
(Acta de posesión otorgada por la corona española y por el papado)

“Se les dice en nombre de los monarcas de España que sólo hay un Dios, que su representante en la tierra es el Papa y éste ha otorgado a los reyes españoles las tierras en las que están viviendo, por lo que a partir de ese momento pasan a control de las tropas españolas y se les aconseja su comprensión pacífica.”

Así es como la Europa civilizada tomó posesión de todo el Nuevo Mundo, repartiéndolo entre España y Portugal, según lo decidió el Papa Alejandro VI, pero el mandato, o Bula, no fué respetado ni por los ingleses, ni los franceses, ni los holandeses, ni los rusos. Apenas un siglo después de la repartición del mundo entre España y Portugal, llegaron los ingleses, franceses y holandeses al norte de América por el Este, y Rusia por el Oeste. Llegaron, se instalaron y nombraron propios los terrenos que empezaron a ocupar, no se respetaron entre ellos como europeos civilizados, no respetaron su religión como creyentes que se manifestaban, desconocieron al Papa para entrar en la lucha de tierras.

Dejaron su religión como cambiarse de ropa y al día siguiente, amanecieron con nuevos linajes religiosos cortados a la medida. Se apropiaron de terrenos “no ocupados” en el norte de América, aunque sí estaban ocupados por las tribus nativas, claro que éstas no contaban para ellos. En fin, los europeos continuaron invadiendo y empezaron a arrebatar terrenos, aunque ya estaban reconocidos y colonizados por otros europeos: los españoles, que habían colonizado primero el norte de América.

Tiempo después de la Independencia de México, los europeos ingleses nos despojaron de más de la mitad de las tierras que los mexicanos habíamos recuperado de los españoles. Estos europeos salvajes, sin palabra, sin respeto por nada, que siempre se han burlado de cualquier acuerdo, que aún hoy en día se empeñan en hacer tratados que nunca cumplen, que juran decir la verdad sobre una Biblia y son los más mentirosos del planeta, que luchan y pelean por la libertad y son partidarios de la esclavitud, que fueron corridos o huyeron de su país y llegaron a América de Norte con la bandera de inmigrantes ilegales y hoy quieren hacernos creer a nosotros, los mexicanos, que nosotros somos los inmigrantes ilegales de América del Norte.

Esos europeos inmigrantes ilegales, con el poco cerebro que les dio Dios (del cual reniegan), pudieron conectar dos neuronas y en América quisieron lucirse al crear su “Destino Manifiesto”, el que dice: “Los europeos y sus descendientes deben en sometimiento de su destino, regir en América. Somos la raza dominante y por tanto responsable de los indios, sus bosques, tierras y minerales”

Es clara la existencia de la ley del más fuerte y en América nos la aplicaron a los nativos y a los españoles, que eran los dueños de medio mundo, en el sentido estricto de la palabra. ¿Pero dónde es que se da más esta ley? Precisamente en el mundo salvaje, y ese es el que representan los inmigrantes ilegales ingleses, hoy falsamente llamados americanos; la parte salvaje de la humanidad, la que no pudo adquirir la neurona de la concordia, del respeto, del buen vecino, del compañero y menos aún; la del hermano genético. Por esta razón fueron desterrados de Europa y hoy imponen su ley, pisoteando los derechos naturales e históricos de los mexicanos, y de muchos otros hermanos naturales e históricos de los mexicanos, y de muchos otros hermanos que han llegado al norte de América, buscando mejores condiciones de vida de las que las tiene en su lugar de origen, igual que lo hicieron los habitantes del norte hace mil años, cuando bajaron hacia México, buscando mejores condiciones de vida y como lo hicieron también todos los inmigrantes ilegales que llegaron de Europa a Norteamérica. hace 500 años.

América, el Nuevo Mundo

Durante los primeros años de los viajes de Colón, a pesar de que sólo hizo cuatro y nunca siquiera tocó territorio mexicano, siempre creyó e hizo creer a los demás que América era la parte más oriental del continente asiático. También se pensó, al encontrarse con aquellos bellísimos paisajes vírgenes y naturales, que habían llegado al bíblico Edén, el cual, según los teólogos, se encontraba en las tierras orientales más lejanas del continente asiático. La proeza de determinar que las tierras que se habían descubierto, no eran la región oriental más lejana del continente asiático, ni la India, ni China, ni Japón, como creía Colón, le tocó a otro italiano, al florentino Amerigo Vespucci.

Amerigo, que más tarde castellanizó su nombre por el de Américo Vespucio, era hijo de una familia pudiente de Florencia. Esta situación le proporcionó la oportunidad de adquirir una educación muy completa, lo que posibilitó que obtuviera conocimientos como: Latí, Literatura, Física, Geometría, Astronomía y Cosmografía. En 1491, fué enviado de Florencia a Sevilla, por parte de la empresa para la que trabajaba, la cual se encargaba de aprovisionar barcos. A Américo Vespucio, le tocó preparar las carabelas en las que Colón viajó a América.

Tomada del Libro: “Aztlán: origen y destino”
de: Melquiades González Gaytán


Historia y Evolución de Salvatierra

La Vida Colonial Salvaterrense, 1644-1810 (continuación)

La Secularización del Curato y la Vida Clerical (conclusión)

Los párrocos seculares que siguieron al Sr. Rivera durante la época colonial, fueron: don Felipe Lagunas (1771-1787), continuó la construcción de la Iglesia Parroquial, murió en 1787 y fué sepultado en el panteón de Santo Domingo; don Vicente Ochoa (1787), duró solamente un año a cargo del curato; don Manuel Francisco Manríquez de Lara (1788-1805), originario de León, Gto., impulsó la construcción del templo Parroquial, trabajando inclusive los días domingos y festivos, murió en su ciudad natal; don Miguel Velásquez (1805), duró solamente un año en calidad de interino: don Ignacio Basurto (1805-1810), nació en Salvatierra el 9 de abril de 1755, impulsó el culto a Ntra. Sra. de la Luz y terminó la construcción del templo Parroquial, bendiciéndolo solemnemente el 8 de septiembre de 1808, escritor prolífico preocupado en la formación de los niños, murió en esta ciudad, el 28 de enero de 1810; los Sres. Párrocos don Pedro Alfaro, don Francisco Castañeda y don Francisco Jiménez (1810-1815), estuvieron en calidad de interinos, les tocó la difícil época de la turbulenta guerra de Independencia; y don Don Basilio Quezada y Quezada (1815-1831), originario de la ciudad de Guanajuato, vivió en el curato la parte final de la guerra de Independencia y su consumación, se ocupó de la construcción del altar mayor del templo Parroquial y mandó hacer la ráfaga de oro macizo que aún conserva la sagrada Imagen de la Virgen, pasó a ocupar una prebenda en el Cabildo de la catedral de Morelia en 1831.

En 1743, comenzaron las gestiones para obtener el permiso de construcción de una nueva capilla para la Sagrada Imagen de Ntra. Sra. de la Luz, primero ante el obispo de Michoacán y luego ante el virrey. Así, el 26 de marzo de ese año don Pedro Cebrián y Agustín, Conde de Fuenclara, concedió la licencia para que el vecindario de Salvatierra procediese a la construcción de la nueva capilla con el título de Ntra. Sra. de la Luz. Reunido Cabildo y vecindario el 4 de julio de ese año, acordaron colaborar con limosnas para su construcción, nombrándose a don José Esquivel y Vargas recolector y a su hermano don Gerónimo depositario.

El sitio elegido fué designado desde la fundación de la ciudad, al lado Oriente de la plaza Mayor, colocándose la primera piedra el domingo 3 de mayo de 1744. Para el año de 1767, la Sagrada Imagen recibía culto en la pequeña capilla levantada junto a lo que sería la iglesia grande. Con los años, el 7 de septiembre de 1808, la iglesia se terminó; vino después la construcción del altar mayor, obra del ilustre arquitecto Francisco Eduardo Tresguerras, hacia 1835, se construyó el altar de San José, el primer órgano que funcionó, data del año de 1845, y los altares del crucero fueron construidos en 1885.

La vida clerical en Salvatierra se desarrolló en torno a la veneración y devoción de la Sagrada Imagen de la Virgen de la Luz. Antes de formalizarse y jurar el Patronato de la Virgen, se presentó un acontecimiento clerical que tardó la iniciativa, el 6 de agosto de 1737, el Cabildo y Regimiento de la ciudad, acordó se celebrara jurar el Patronato de la Virgen de Guadalupe, como se había hecho tanto en la capital del virreinato, como en toda la Nueva España, aunque no existen documentos al respecto, es de suponerse que dicho Patronato sí se juró, por haberse declarado para toda la Nueva España, y haberse agregado al calendario oficial de festividades de tabla.

Este acontecimiento provocó que los vecinos y autoridades solicitaran al obispado de Michoacán a través del juez eclesiástico y vicario, iniciara de parte o de oficio, las informaciones sobre el origen y antigüedad de la Soberana Imagen de la Virgen de la Luz, así como los testimonios sobre el origen de cómo le vino su título y advocación, sus prodigios y milagros.

El 20 de marzo de 1765, el obispo de Michoacán don Pedro Anselmo Sánchez de Tagle, comisionó al Pbro. y Lic. don José Xavier de Rivera recibiera las informaciones según las cláusulas del pedimento, con toda claridad e individualidad en los testimonios. Entre los más notorios se encuentran, los del alcalde ordinario don Antonio de Estrada, y los de los presbíteros don José Antonio Ramos y don Antonio José García. Por fin, el 22 de septiembre de 1766, el obispo Sánchez de Tagle aprobó y confirmó el Título y Advocación de Nuestra Señora de la Luz, Patrona de Salvatierra.

Por esos años, se presentó también el conflicto sobre el derecho de asilo de que gozaban los templos. Cuando un delincuente perseguido por la justicia lograba entrar a un templo o a una casa de cadena, no se le podía detener y había de seguir la autoridad civil un procedimiento especial para arrestarlo. Esto también podía suceder si un reo escapaba de la cárcel. Si iba a ser ejecutado y lograba correr y entrar a un templo o a una casa de cadena, se le conmutaba la pena de muerte por otra menor.

Los templos en la Colonia eran considerados verdaderas casas de Dios, y las casas de cadena cuyos propietarios habían adquirido ese título por favores hechos a la corona española, gozaban también de inmunidad. Ante esta situación, el emperador Carlos III informado de la frecuencia con que se cometían los delitos, y no se procedía al castigo porque los delincuentes se refugiaban en estos lugares, sin permitir sacarlos los eclesiásticos, porque pedían que se declarara si debía valer o no la inmunidad, y en ésta forma se burlaba a los ministros que debían ejercer la jurisdicción real.

El 5 de abril de 1764 se logró definir el procedimiento, por Cédula Real dada por el Emperador en Pardo. Se solicitaba al juez eclesiástico por escrito su consentimiento, si se negaba, las justicias sacarían al reo, asegurándolo en las reales cárceles sin molestarlo hasta que se declarara, si debía gozar o no de la inmunidad. El monarca español solicitó a la Santa Sede la reducción de los asilos, señalando cuáles debían tener esta jerarquía, procurando que los templos estuvieran lejos de cárceles, porque los refugiados causaban molestias a la propia comunidad y se hacía más fácil su fuga. A las casas de cadena no se les reglamentó. El Virrey de la Nueva España, para el obispado de Michoacán, autorizó la relación de templos que debían tener esta categoría. Para Salvatierra fué señalada la capilla de Nuestra Señora de la Luz.

A partir de esta época, nuestros templos y conventos empezaron a acumular un rico acervo de arte sacro. En Salvatierra tenemos un tesoro, está a la vista y es de todos. Es de las pocas ciudades en que la generalidad de los templos pueden ofrecer un conjunto de imágenes exquisitamente bellas: San Nicolás de Bari y el Señor de la Clemencia, en el templo de Santo Domingo; la suave melancolía del Patriarca de Asís y la conmovedora representación de Jesús Cautivo, en el templo de San Francisco; la Virgen del Rosario y el Señor del Desmayo en Capuchinas; la Sagrada Familia en la parroquia del Ranchito; la Virgen del Carmelo -tan bella la del altar mayor, como la “Güerita” de las peregrinaciones-, el Niño de Praga y Santa Teresita del Niño Jesús, en el templo del Carmen; la Dolorosa del Oratorio, que difícilmente tendrá igual y allí mismo la Magdalena, el Apóstol San Juan y el Señor de la Flagelación; el Niño Limosnerito, San Pedro, San Andrés, el Sagrado Corazón y el San Juan Bautista en la Parroquia, y allí mismo, la bellísima imagen de Nuestra Señora de la Luz con su enigmática y misteriosa sonrisa que nos ha dispensado por más de cuatrocientos años.

¿Cuánto podrán valer las joyas que luce Nuestra Señora de la Luz?, ¿Cuánto podrán valer también los altares del Oratorio y de San Francisco, labrados finamente en cantera rosa por el humilde artesano Don Eligio Sanabria? ¿Y cuánto ese portón y ese cancel de la parroquia, realizados por el humilde ebanista casi ciego, Don José Dolores Herrera?, ¿Y el sagrario del Santuario de Guadalupe, que hiciera él mismo y que es una réplica exacta del famoso “Pocito” de la Villa de Guadalupe y que consta de más de mil piecesitas pequeñas labradas todas a mano?

Otra parte del acervo está en el portón del templo de San Antonio y la puerta lateral del templo de San Francisco conocida como la “puerta de los arcángeles”, ambas construidas hace más de doscientos cincuenta años. También el retablo de la sacristía parroquial, que fuera el altar de la capilla del Mayorazgo. Y las esculturas sevillanas del convento de las Capuchinas, así como el acervo de valiosísimas pinturas que hay en casi todos nuestros templos y tienen un valor incalculable. Incrementando este tesoro, existen en el templo de San Francisco una hermosísima imagen del Señor de las Tres Caídas, el más bello retrato de Cristo que existe en la ciudad de Salvatierra. Esta imagen, hoy privada de altar propio –sel suyo estaba a mitad del templo en el muro del lado del evangelio- y sin el cuidado que su hermosura amerita, está relegado a una capilla a la entrada del templo. Es lástima, porque en muchas leguas a la redonda no se encuentra fácilmente otra imagen de Jesús que a la belleza de sus líneas reúna la suficiente serenidad que muestra esa escultura.

Es de goznes y era fama que en la ceremonia de las tres caídas, que se hacía en muy devota procesión por las calles de la ciudad, podía dar tres pasos antes de caer bajo el peso de la cruz. Comentaban los viejos que en el momento de doblarse en la caída, lanzaba un dolorosísimo gemido, debido a una combinación que tenía en los goznes, la cual, por orden de un jefe político de la segunda mitad del siglo XIX, se le quitó, porque la impresión que producía ese gemido causó en no pocas ocasiones sustos muy grandes a no pocas personas, contándose que una vez una pequeña niña, que padecía del corazón, murió al escuchar el lastimero lamento.

Otra imagen hoy desaparecida en Salvatierra, era la de un Cristo que fué venerado en el templo de Santo Domingo, se le conoció como el Señor del Buen Despacho, era más grande que los Cristos normales, impresionaba su gran tamaño. De esta imagen existen pocos datos, casi nulos, pero resulta que se formó todo un expediente acerca de él por los hechos extraordinarios que sucedieron, al decir de los viejos devotos, ¡lloró sangre! Es difícil, casi imposible separar en esta época colonial la vida civil de la eclesiástica, ambas se dieron en una sola. Por lo que es obligado que para entender nuestro desarrollo histórico, debemos contemplar el entorno en forma íntegra.

La Educación, literatura y filosofía

Desde los primeros tiempos de vida de la ciudad y con la llegada de los religiosos Carmelitas, hubo la seria intención de trasladar a esta tierra colegios de estudios superiores. Los Carmelitas plantearon la conveniencia de establecer el colegio de Estudios Mayores de Teología Moral en 1657, y seis años después, en 1663, se pensó fundar el colegio de Artes de Salvatierra, como un apéndice del de Coyoacán. Lo cierto, es que en Salvatierra como en todas las ciudades pequeñas, la educación no alcanzó niveles superiores, ni nuestra ciudad se distinguió por tener escuelas de prestigio. Es hasta principios del siglo XVIII, cuando se tienen noticias de una pequeña escuela de primeras letras que funcionó a cargo de un maestro autorizado en el arte de enseñar a leer, escribir y hacer cuentas, según consta en el siguiente documento fechado 29 de septiembre de 1719, fué suscrito ante el escribano público y de cabildo de Salvatierra.

Tomado del Libro: “Historia y Evolución de Salvatierra”
de Miguel Alejo López

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