Editado el contenido de la revista "Por Amor al Arte" del Maestro Mario Carreño Godinez

martes, 6 de marzo de 2012

Narraciones

Adiós, Mariquita Linda

Allá, en aquellos tiempos de los años mil novecientos cuarentas, cincuentas y sesentas, mis padres y mis hermanos vivíamos en una casa antigua de mi hermosa y colonial Salvatierra, Gto.

La casa estaba situada en las calles de Hidalgo, esquina con Zaragoza número cuatro, su portón de madera medía varias veces mi estatura; se cerraba con una aldaba de fierro tan grande que nos servía de columpio. Tres de sus cuartos que tenían salida a la calle, se usaban como locales comerciales.

Su interior estaba dividido en dos partes por cinco arcos que formaban, por un lado, un pasillo fresco y sombreado y que estaba separado del patio con una barda formada por tres escalones; en ellos mi madre Mariquita tenía macetas con rosales, geranios, granduques, huele de noche, azucenas, margaritas, claveles, siempre vivas, helechos que llenaban de perfume y alegría toda la casa.

En el patio había más flores, un árbol de naranjas agrias y una lima de Palestina. El resto del patio estaba cubierto con baldosas de piedra gruesas y pesadas.

En este ambiente, por las noches mi madre nos arrullaba, viendo la luna y las estrellas, cantando: “En esta noche clara de inquietos luceros, lo que yo te quiero te vengo a decir. Abre el balcón y el corazón mientras que pasa la ronda”. O con aquella otra que dice: “Adiós Mariquita linda, ya me voy porque tú ya no me quieres como yo te quiero a ti”.

Allí, con ella, recibimos las enseñanzas para ser hombres de bien y fieles servidores de Dios.

Nos decía:

“Hijo, aprende a ser agradecido porque podrás pagar el favor, pero nunca la buena voluntad.

Acomídete, no te quedes parado... granjéate a las personas. Muéstrate útil, bien dispuesto y confiable; pero no servil con los poderosos. Sé parco y frugal; comparte, no seas “comesolo” y no demuestres el hambre. Sé digno, que nadie te compre con un taco.

No olvides tu origen humilde, si has de ser pobre, sé pulcro de pies a cabeza. No te rebajes a tratar con inferiores, date tu lugar, respeta a quien lo merece y exige respeto para ti, porque no somos iguales, no, porque ustedes no maldicen, porque ustedes respetan a los ancianos y a los niños, porque ustedes trabajan y son aseados.

Nunca agarres lo que no es tuyo ni entres en componendas y no hurgues, respeta la propiedad y la intimidad ajenas.

Enseña a tus hijos que no sean “agarriches”, que no toquen nada durante una visita, que no se metan en las pláticas de los adultos.

Que tu mano no sea la primera en tomar del platón de la mesa.

No rezongues, no retobes, no arrastres los pies para hacer tus deberes y no los hagas de mala gana.

No seas mala cabeza, no seas hijo de la mala vida y no esperes a que te regañen, a que te reprochen; corrígete día a día para que seas mejor.

No seas lento y torpe para tus cosas, nadie quiere a los tontos, a los buenos para nada.

No seas inútil, búscale, resuélvelo, mantente siempre ocupado, levántate temprano porque hay mucho qué hacer en el día.

Come bien, que sea sustancioso y sano, sin remilgos.

Atiende a tus hermanos menores, ellos también tienen frío y sienten hambre, necesitan de tu amistad. Enséñales, porque la experiencia y el ejemplo no bastan, corrígelos cariñosamente, en una palabra; sé hermanable.

Que tus sueños sean grandes, más allá de tus recursos: sueña, anhela, desea y no te detengas.

Nunca me avergüences”.

Las fechas se acumularon, los hermanos crecimos y tomamos diferentes rumbos, cada uno formó su familia, cada uno tenemos un tesoro que no se acaba: el ejemplo y los consejos de una madre, Doña Mary, mamá María.

Adiós, Mariquita linda.

R R S

“La Parábola del Hijo Pródigo”
Por : R M P

En días pasados tuve la suerte de encontrar un CD-MP3 con más de 60 alabanzas, cantos religiosos y carismáticos, de los cuales seleccioné minuciosamente 15 de ellos y los mandé grabar en un CD de grabación normal. Uno de esos cantos es una bellísima interpretación poética y musical de “La Parábola del Hijo Pródigo” de Nuestros Señor Jesucristo que se encuentra en el Capítulo 15, versículos del No. 11 al 32 del Evangelio de San Lucas de la Santa Biblia Católica.

Los cantantes, como el coro y el narrador, son verdaderos maestros del arte literario, musical y religioso; además de sus voces privilegiadas. Por ello, al oír tal composición, nuestro espíritu queda como embelesado y con una grata disposición, de acercarse a Dios en estos días de tiempo de cuaresma. Pues bien, el canto y la narración empieza así:

Se marchó, se marchó, en busca de otras tierras.
Se marchó, se marchó, un día se marchó.
Desertó de los suyos, de sus campos de olivo,
recorrió mil caminos y llegó a la gran Ciudad.
Encontró la extrañeza de no tener amigos
y comenzó a pensar: Hijos pródigos somos de nuestro
Padre Dios y vamos por la vida mendigando amor…

Se marchó, se marchó, un día se marchó.

Narrador
“Una vez, había un hombre que tenía dos hijos. Un día,
el menor de ellos le pidió la herencia que le tocaba y se fué
de la casa paterna, lejos de su hogar y lejos de su tierra,
empezó a vivir disolutamente y todo lo que tenía lo gastó. Por
aquel entonces, en el lugar donde se encontraba el muchacho,
sobrevino una gran hambre. El muchacho logró conseguir
un trabajo cuidando puercos. Pero era tal la escasez de
alimentos, que él deseaba comerse las bellotas que le echaban
a los animales, pero ni eso le daban. Un día se puso a pensar:
¿cuántos trabajadores de mi padre tienen pan de sobra? y yo
aquí muriéndome de hambre. Regresaré a la casa de padre y le
diré: Padre, he pecado contra el Cielo y contra ti; ya no merezco
llamarme hijo tuyo, considérame como uno de tus trabajadores.

Canto
Se marchó, ser marchó, en busca de otras tierra, un día se marchó…

Al caer de la tarde un día volvió. Su padre que lo vió venir
desde lejos, corrió a su encuentro, le echó los brazos al cuello y
lo cubrió de besos. El muchacho le decía: “Padre, padre, ya no
merezco llamarme hijo tuyo…” Pero su padre no lo dejó continuar,
llamó a sus criados y les dijo: “¡Pronto!, traigan el mejor vestido y
pónganselo. Pónganle también el anillo y los zapatos en sus pies.
Maten el becerro gordo y comamos todos llenos de alegría, porque
este hijo mío, estaba muerto y volvió a la vida. Estaba perdido y lo
hemos encontrado….

Se marchó, se marchó, en busca de otras tierras.
Se marchó, se marchó, un día se marchó.
El muchacho volvió aquella tarde… Su padre lo esperaba con
el mismo amor de siempre. Le dio vestido nuevo y una manta
caliente, alzó sus ojos al cielo y dijo: ¡Bendito sea Dios! He
recuperado a mi hijo amado y vuelve a mi casa la dicha y la
felicidad.
Pausa.

DIOS TE ESPERA ESTA CUARESMA

Para perdonarte tus pecados. Para devolverte la paz y la
tranquilidad. No le importa lo que hayas hecho; sino lo que
harás de aquí en adelante.

DIOS TE ESPERA ESTA CUARESMA

No le importa que hayas muerto por el pecado, si ahora
decides volver a su casa.

DIOS TE ESPERA ESTA CUARESMA

Para que empieces una nueva vida, sin cosas pendientes. En
cualquier iglesia encontrarás la persona de cualquier sacerdote
joven o anciano, donde el tribunal, da siempre la sentencia
“del perdón”.

DIOS TE ESPERA ESTA CUARESMA

Con el mismo amor con que aquel padre esperaba a su hijo que
se le había ido. Para ayudarte a lavar tu cuerpo espiritual de
toda inmundicia.

DIOS TE ESPERA ESTA CUARESMA

Sí, amigos míos en humanidad. Dios Nuestro Señor nos espera a todos en esta Cuaresma, partiendo del “Miércoles de Ceniza” como el mejor tiempo para obtener nuestro perdón, de las culpas acumuladas durante cierto tiempo. Para lavar nuestro cuerpo espiritual mediante una buena confesión; renunciando a todos aquellos hábitos perniciosos que afectan seriamente nuestra personalidad y nos alejan de nuestro Padre Dios.

Puedo decirte mucho más, pero no quiero cansar tu atención, solamente quiero decirte: que ojalá y una voz venida de lo alto fuera escuchada por nuestro corazón diciéndonos: DIOS TE ESPERA ESTA CUARESMA.

Salvatierra, Gto. Marzo del 2012.



La Muchacha de las Piernas Largas

Seis años de diferencia de edad en la infancia, son muchos años. Se refieren, por ejemplo, a un niño de sexto grado y a uno que apenas inicia la primaria. Las posibilidades de que se relacionen, de que jueguen juntos o que platiquen, son mínimas, o en todo caso, esporádicas y pasajeras. Si además se trata de niños de diferente sexo y sin parentesco, la relación difícilmente existirá.

En la adolescencia las cosas cambian. Si bien las posibilidades de interactuar siguen siendo reducidas, es factible que alguien de doce años, digamos, desarrolle sueños, ilusiones, deseos secretos sobre alguien de dieciocho años. A esa edad, una diferencia de seis años es idónea para encontrar el objeto del despertar sexual, de las primeras pasiones, de los primeros sueños húmedos.

Y digo esto por experiencia propia. Pues el sexto año de primaria fué para mí, y me imagino que así debe haber sido para muchos, un año verdaderamente crucial. Empezaron a surgir en mí todos esos cambios hormonales, esas sensaciones nuevas y estado de ánimo y gustos cambiantes. Además, al finalizar el ciclo debía elegir si iba a continuar mis estudios en Salvatierra, en la Escuela Técnica Industrial y Comercial número 18 (ETIC 18); o ingresaría al Seminario Diocesano de Morelia, como era tradición familiar y anhelaba e influía con todo su poder el señor cura don Ruperto Mendoza. Era ésta una decisión por demás difícil, de consecuencias importantes para toda mi vida, y me tuvo preocupado y confundido. Al final, como era de esperarse, opté o dejé que decidieran por el seminario, donde cursé los dos primeros años de secundaria, pero al tercero regresé a Salvatierra, a la ETIC 18. Aunque ésa es otra historia.

De vuelta al sexto año de primaria, debo decir que fué entonces cuando la vi por primera vez, o para ser más preciso, cuando merced a dichos cambios hormonales pude darme cuenta que ella existía. Debió ser al inicio del año escolar, porque todo ese tiempo me afané en buscarla e imaginarla. La primera vez vestía una minifalda roja y una blusa amarilla con figuras en rojo y pedaleaba una bicicleta de mujer, mostrando generosamente las piernas más bellas y largas que jamás había visto en mi vida, y aún ahora me parecen de lo mejor que me ha tocado conocer. Era de tez blanca, el pelo rubio y largo, y una cara angelical, muy parecida a la muñeca Barbie –de hecho, así le apodaban sus alumnos, según me platicó muchos años después-,era natural que me dejara extasiado y prendado.

En mi estado de perplejidad logré darme cuenta que se dirigía al Club de Leones y supuse que ahí trabajaba, y que su hora de entrada era la misma que la mía a la escuela, las nueve de la mañana. Todo ese día me lo pasé pensando en ella y esa noche, me parece aún recordar, descubrí las sensaciones de un orgasmo.

Mis suposiciones resultaron correctas. Al día siguiente la volví a ver en su bicicleta rumbo al Club de Leones, y a partir de ahí seguí la rutina de pasar por dicho lugar a las 8:50 de la mañana. Cuando por alguna razón llegaba más temprano, me entretenía observando los artículos del aparador de la papelería “Vea y compre”, situada al otro lado de la calle del club.

Y así continué en ese estado de excitación permanente, con un comportamiento a veces extraño para los demás –ya no me gustaban los fines de semana, por ejemplo- y transcurrió el año y tuve qué resignarme a que la muchacha de las piernas largas se convirtiera en un mero recuerdo, maravilloso si se quiere, pero recuerdo al fin. Esa experiencia, por supuesto, hizo muy difícil mi estadía en el seminario. El prefecto decía que me faltaba concentración y que no daba muestras de una verdadera vocación.

Pasaron doce años sin saber de ella. Los recuerdos se volvieron difusos y la excitación de aquellas piernas se fué debilitando hasta desaparecer. Durante estos años realicé mis estudios profesionales en Monterrey y luego me trasladé a la ciudad de México a trabajar en el Gobierno Federal, invitado por un maestro que se había convertido en una especie de tutor.

En los primeros meses de mi llegada a la capital viajaba cada semana a Salvatierra aprovechando su cercanía relativa, era un viaje corto en carretera y muy agradable. Recuperé entonces a mis amigos de la infancia y juventud, y volví a asistir a los bailes y reuniones sociales de mi ciudad natal.

Fue en uno de esos viajes –de los primeros- cuando la vi otra vez. De nuevo se agolparon toda suerte de sentimientos que me causaron una estremecimiento muy especial e inolvidable. La encontré más bella que antes, aunque un poco mayor: representaba más años de los que tenía y creí percibir en su cara un gesto de amargura o de tristeza. Por un amigo me enteré entonces de su nombre y supe que trabajaba y residía, igual que yo, en la ciudad de México. ¡Qué suerte la mía! Pensé, emocionado.

Mis expectativas de lograr una relación con ella se fueron al cielo, pues la diferencia de edad entre nosotros no era ahora impedimento para establecer una relación vigorosa, con enseñanzas mutuas e intercambio de experiencias. Pasé varios días pensando cómo abordarla. Deseaba que nuestro encuentro pareciera, algo natural, espontáneo, en lo posible. No podía ser de otra forma, ya que ninguno de mis amigos sabía dónde trabajaba ni conocía su teléfono.

La ocasión se presentó muy pronto. Algunos podrán pensar que fué obra del azar, pero yo sostengo –y quienes no creen en las coincidencias estarán de acuerdo conmigo- que mi intenso deseo fué el causante de ese encuentro con la preciosa muchacha de las piernas largas. Todo sucedió de la siguiente manera:

En ésa época, cada domingo a las cinco de la tarde, un autobús de la Flecha Amarilla partía de Salvatierra a la ciudad de México, haciendo una sola parada en Celaya. Y no sé si lo intuí o lo deduje, pero la primera y única vez que utilicé el autobús de las cinco, la muchacha de mis sueños también lo abordó. Su asiento daba a la ventana, del otro lado del pasillo respecto del mío. Es decir, había dos asientos vacíos y un pasillo entre ella y yo, distancia que en ese momento me pareció enorme, hasta que observé que las dos pasajeras que subieron en Celaya y que iban a ocupar los asientos vacíos viajaban juntas.

Vi mi oportunidad y en un arranque de valor le ofrecía a una de ellas cambiarle de asiento, lo que fué recibido con una amplia sonrisa y muestras de agradecimiento: fué una de esas operaciones de ganar-ganar. De esa forma, por fin, tuve la posibilidad de convertir mi sueño en realidad, de iniciar una relación con la mujer que había deseado desde niño, y esperaba que se volviera íntima.

Empecé por presentarme como hermano de los padres tal y tal –dos de mis hermanos eran curas y al referirme a ellos, siempre me daba resultado para generar confianza- y enseguida le solté la historia que hasta en ese instante había sido un secreto. Tratando de no parecer cursi o, peor aún, falso, le dije:

-Fíjate que desde chico tú fuiste la mujer que más me gustaba. Siempre te veía cuando llegabas al Club de Leones.

Se sonrojó y me contestó:
-¿De veras?
-Sí. Usabas unas minifalditas en ese tiempo.

Y así se rompió el hielo. Cuando llegamos al Distrito Federal, después de tres horas, ya nos habíamos tomado de la mano y nos habíamos besado.

No se piense que lo siguiente fué fácil. Al contrario. Ella había pasado por un matrimonio bastante desafortunado con un golpeador, un hombre que le había producido, entre otros traumas, una aversión enfermiza a las relaciones sexuales. Eso explicaba, creo, su gesto de amargura.

No sé cómo superó esa aversión. No quiero presumir, ni arrogarme dicho mérito, pero un día –después de múltiples pláticas y ruegos- se decidió, y entonces se entregó sin ataduras ni culpas. Por mi parte, lo único que se me ocurre para comunicar lo sucedido esa primera vez, es citar a García Lorca: “Aquella noche corrí/ el mejor de los caminos,/ montado en potra de nácar/ sin bridas y sin estribos.”

A partir de ahí desarrollamos una hermosa y profunda relación que terminó, de mutuo acuerdo, cuando me fui a estudiar un posgrado al extranjero. Eso me marcó, pues soy de los pocos o de los muchos bienaventurados a los que la vida les dió la oportunidad de realizar el más intenso y anhelado sueño de la adolescencia. Y claro que lo tomé.

Tomada del Libro: “Relatos de Salvatierra y otros lugares”
de: Víctor M. Navarrete Ruiz

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