Editado el contenido de la revista "Por Amor al Arte" del Maestro Mario Carreño Godinez

jueves, 16 de agosto de 2012

El rincón para niños

Los Tres Ladrones

Llevaba un mujik al mercado de la ciudad un jumento y una cabra, con objeto de venderlos. Del cuello de la cabra pendía un cascabel.

Tres ladrones vieron al mujik y uno de ellos dijo:
-Voy a robarle la cabra sin que lo note siquiera.

Otro exclamó:
-Pues luego le robaré yo el jumento.
-La cosa no es tampoco difícil, dijo el tercero, y por lo que a mí se refiere, estoy resuelto a robarle toda la ropa que lleva puesta.

Acercóse furtivamente el ladrón a la cabra, le quitó el cascabel que ató a la cola del jumento y se llevó el animalito. Engañado el mujik por el sonido del cascabel, sólo notó en una revuelta del camino que la cabra había desaparecido, y sin pérdida de tiempo, corrió en su busca.

Entonces salió el segundo ladrón al encuentro del mujik y le preguntó si había perdido algo. El mujik contestó que le habían robado una cabra.

-La acabo de ver en este instante, -repuso el ladrón-, en poder de un hombre que pasaba por el bosque. Aún puedes alcanzarla si te das prisa. Durante tu persecución te guardaré yo el jumento...

Cuando volvió el mujik y vió que el jumento había desaparecido, rompió en amargo llanto y echó a andar como un desesperado. Junto a un estanque, encontróse de manos a boca con un hombre que también lloraba.

Como es natural, preguntóle el mujik lo que tenía.

El hombre le refirió que le habían encargado que llevara a la ciudad una talega llena de dinero, que se había dormido junto al estanque, y que durante su sueño se había caído al agua el saco.

Entonces le preguntó el mujik por qué no se arrojaba al agua en busca de su tesoro:
-Porque tengo miedo, -dijo el hombre-, y sobre todo, porque no se nadar. Pero de buena gana daría veinte monedas de oro al que lograra pescarme la maldita talega.

El mujik no pudo ocultar su alegría y pensó:
-Sin duda quiere Dios reparar la pérdida que acabo de experimentar con el robo de mi cabra y de mi jumento.

Desnudóse con toda la rapidez que le fué posible y se sumergió en el agua; pero no pudo dar con la talega de oro.

Cuando salió del estanque, vió que su ropa había desaparecido del sitio donde la había puesto. El tercer ladrón era quien se la había robado.
L T

El Tren y el Asno

Mudo, grave, terco hostil,
marchaba un asno servil,
de esos de a legua por hora,
ante la locomotora
de un tren de ferrocarril.

Monstruo que agitó el problema,
del progreso fiel emblema,
que avanzaba raudo y ciego,
con las entrañas de fuego
y una nube por diadema.

-¡Paso!, gritaba el coloso
con acento pavoroso,
y el burro, sin hacer caso,
proseguía al mismo paso,
displicente y desdeñoso.

-¡Aparta! ¿No me conoces?
dijo la máquina a voces;
y el borrico, con desdén,
dió un rebuzno de: ¡Alto el tren!
y le soltó un par de coces.

Mártir de la vil acción
fué el soberbio garañón;
y siempre ha de ocurrir eso,
cuando en el tren del progreso
da coces la tradición.

L C

La Piedra en el Camino

Había una vez un hombre muy rico que habitaba un gran castillo cerca de una aldea. Quería mucho a sus vecinos pobres y siempre estaba ideando medios de protegerlos, ayudarlos y mejorar su situación. Plantaba árboles, hacía obras de importancia, organizaba y pagaba fiestas populares, y junto al árbol de Navidad que preparaba para sus hijos.

Pero aquella pobre gente no amaba el trabajo, y esto les hacía ser esclavos de la miseria. Un día el dueño del castillo se levantó muy temprano, colocó una gran piedra en el camino de la aldea y se escondió cerca de allí para ver lo que ocurría al pasar la gente.

Poco después pasó por allí un hombre con una vaca. Gruñó al ver la piedra, pero no la tocó. Prefirió dar un rodeo siguió después su camino. Pasó otro hombre después del primero, e hizo lo mismo. Después siguieron otros y otros. Todos mostraron disgustos al ver el obstáculo, y algunos tropezaban con él; pero ninguno lo removió.

Por fin, cerca ya del anochecer, pasó por allí un muchacho, hijo del molinero. Era trabajador, y estaba cansado a causa de las faenas de todo el día. Al ver la piedra, dijo para sí:

-La noche va a ser obscura y algún vecino se va a lastimar contra esa piedra. Es bueno quitarla de ahí. Y en seguida empezó a trabajar para quitarla. Pesaba mucho, pero el muchacho empujó, tiró y se dió trazas para irla rodando hasta quitarle de en medio. Entonces vió con sorpresa que debajo de la gran piedra había un saco lleno de monedas de oro. El saco tenía un letrero que decía:

-”ESTE ORO ES PARA EL QUE QUITE LA PIEDRA”.

El muchacho se fué contentísimo con su tesoro, y el hombre rico volvió también a su castillo, gozoso de haber encontrado un hombre de provecho que no huía de los trabajos difíciles.

Tomados del libro “Alma Latina”

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