Editado el contenido de la revista "Por Amor al Arte" del Maestro Mario Carreño Godinez

domingo, 2 de febrero de 2014

Biografía

P. José Luz Ojeda

José Luz Ojeda nació el 27 de septiembre de 1899. Estudió sus primeras letras en Salvatierra, y sus estudios profesionales los hizo en la ciudad de Morelia, en el Colegio Seminario, donde se ordenó sacerdote. El P. Ojeda siempre se distinguió por ser un amante de las letras y por producir poesía de una eximia calidad.

Le P. José Luz Ojeda publicó algunos libros de poemas, en los cuales fué manifestando su grandioso don de poeta, de entre ellos mencionó: Claridad, del cual se han hecho varias ediciones; y Agua que corre. Además trasladó al verso los libros bíblicos de Job y El Cantar de los Cantares, los cuales se publicaron en España.

La obra poética del P. José Luz Ojeda está marcada por un encanto suave y hermoso, por ello vale la pena profundizar en sus poemas, tarea que queda a cada uno. Cuán grande y hermoso poema dedicado a la Virgen del Carmen venerada en Tlalpujahua, Michoacán, y recitado por su autor el 15 de octubre de 1942, con motivo de su Coronación Pontificia. Les presentamos esta joya de la literatura; disfrútenla.

Poema Secular

Un rincón de verdura,
perdido entre ramales seculares.
Muy arriba, opulencia de pinares;
muy abajo, el misterio de la hondura;
y en el pinar la música del viento,
y en la hondura el acento
del lamento
del agua.
Eso era Tlalpujahua:
rinconcillo sin gloria.
Escondido a los ojos y a la historia.
Pero en aquella tierra exuberante
cada palmo de monte, bajo el pinar sonoro,
guardaba el misterioso temblor alucinante
de una veta de oro.
¿Qué estupor en el alma del primero
que, en la hondura ignorada,
de un golpe de su pico de minero,
descubrió la primera llamarada.
¡Qué pasmo de la tierra!
Cómo luego se abrieron los caminos
a través de la sierra,
y el lugar se llenó de gambusinos.
Y se alzó la ciudad adormecida
por el golpe que en todas sus montañas
rasgaba las entrañas,
como un himno de vida.
Entre tanto, en el muro de una ermita olvidada,
en donde no se escuchan ni voces, ni rumores
una mano ignorada,
va combinando sombras y colores.
¿Qué pinta aquella mano tan segura,
si en el adobe frágil y grosero
ni hay trazo duradero,
ni esplende la belleza, ni figura?
¡Es una dulce imagen de María!
En la cara de guindas y azucenas
tiene el frescor del despertar del día;
en las pupilas claras y serenas,
un inefable encanto;
en los brazos abiertos, y en el manto,
un asilo de paz y de dulzura,
con suavidad de flores y calor de ternura,
encima de la frente
-campo de nieve con rubor de rosa-
la luz del sol naciente
y una regia corona esplendorosa.
Pobre artista ignorado,
que pintas las paredes en humildes capillas,
¿Sabes lo que has pintado…?
Dichoso pintorcillo enamorado,
deja el pincel, y…ponte de rodillas…
Mas la obsesión del oro
prende en los ojos su fulgor extraño,
y en los oídos su clamor sonoro.
Y el minero se olvida, por su daño,
de la Imagen divina,
para seguir la sombra de un engaño,
por el negro agujero de la mina…
Fueron corriendo los años
como las aguas de un río,
que no parecen pasar,
y van dejado el manantío,
y van camino del mar…
Y una fresca alborada
los mineros hallaron el techo derruido,
por el viento y la lluvia que azotan la quebrada,
el bardal, como un bosque florecido,
y por toda la ermita abandonada,
la huella del silencio y del olvido.
Tan sólo una pared de la capilla
resistió los zarpazos de los vientos y el agua:
¡aquella que el artista de alma ingenua y sencilla
pintó la maravilla
de la Virgen que adora Tlalpujahua!
Al rumor del prodigio se alzaron otros muros;
la pared se hizo altar, y el altar, esplendores,
y las almas, mejores,
y los labios, más puros.
Y de las manos bellas y amorosas,
cayeron los milagros como lluvias de rosas.
Y de las manos bellas y amorosas,
cayeron los milagros como lluvias de rosas…
Pero en torno del templo venerado
no todo era cantares de las almas sencillas:
el torvo Sembrador había sembrado
su maldito puñado de semillas,
que llenaba de negras floraciones
el camino, el hogar, los corazones.
En tanto, por el cielo,
una nube ligera, breve como una huella,
se alzaba lentamente, como aquella
que subió desde el más hasta el Carmelo.
¿Iba a caer en lluvia bienhechora,
o en terrible tormenta vengadora…?
No muy lejos de ahí, se mira apenas
una inmensa muralla,
como un monte de arenas
que las olas hubieran aventado a la playa.
Es el residuo que abandona el oro:
basura despreciable,
escoria de la escoria miserable
en que cifran los hombres su tesoro.
Una alborada trágica y sangrante…
-¿Quién empujó, Dios mío…?-
la tierra se cimbró por un instante,
se movió la montaña y… se lanzó al vacío…
Un estruendo se alzó de la hondonada,
como el tumbo de inmensa marejada…
Tras el choque gigante,
aquella masa enorme cayó al río,
y, hecha fango espumante,
restallante,
se lanzó, como tromba, al caserío,
que arrasó, como arrasa las mieses la metralla,
y subió a las laderas,
como el mar al candil de las riberas,
cuando el tifón estalla.
Ya baja, y hacia atrás se precipita.
¿Y a dónde va, más rápida y más fuerte?
¿No es esa la cañada que conduce la ermita…?
Madre, ¡detén la ondada de la muerte!
Y más largo y más hondo que el rugido
que produjo, al vaciarse, la espantosa avenida,
se escuchó el alarido
que lanzó la ciudad, estremecida…
No causa tanto daño la tormenta,
cuando azota implacable,
como causó la cólera sangrienta
del lurte formidable.
Dondequiera el lamento, dondequiera el estrago…
“ubique pavor, et plurima mortis imago”…
Y, por ninguna parte, las manos amorosas,
que regaban milagros, como lluvia de rosas…
¡Cómo no has de llorar llanto de mares,
ciudad de los destinos,
si lloran, en la cumbre, tus pinares,
si lloran, en la hondura, tus caminos…!
Pero olvida un instante tus pesares;
deja tu llanto, y ven: bajemos a la ermita.
¡Mira! ¡Sobre las ruinas y la escoria,
se ha quedado tu dulce Virgencita,
y la torre del templo, para cantar su gloria!
Aparta los escombros, y mira tu tesoro;
mira ese dulce rostro que olvidaste,
¡y dile a todo el mundo que encontraste
aquella veta espléndida de oro
que cuatro siglos, con amor, buscaste!
Y la ciudad en medio de todos sus dolores,
tuvo un sueño de audacia y maravilla:
llevar el bloque inmenso de la pared de arcilla,
para alzarlo en un trono de esplendores.
Y allá va, por el piélago cubierto
del fango de la muerte, y por el fango avanza:
¡Es Israel que va por el desierto,
y que conduce el Arca de la Alianza…!
Ya está la Virgen pura
sonriendo a su ciudad desde la altura.
Y es su ciudad el trono de esplendores,
que quiso conquistar con sus favores
y el divino fulgor de su hermosura.
Pero en sus sienes bellas,
donde tiemblan las gotas de luz de las estrellas,
falta el sol encendido
del amor de su pueblo agradecido.
Porque el artista y Dios, una mañana,
la hicieron Reina, Reina soberana.
Y ahora, Tlalpujahua, ponte en pie, reverente,
levanta las dos manos a María
¡y que todos sus oros se vuelvan pedrería
sobre la albura intacta de su frente!
Y después, junta en una todas tus notas vivas:
las voces de cristal de tus mañanas,
el rubor de tus pinos y tus aguas furtivas,
el son de tus campanas,
el cantar de oro y plata de tus minas
y el grito de Rayón en tus colinas.
¡Y entonces, toda entera, en tu grandeza,
en nombre de tus vivos y tus muertos,
saluda a tu Princesa,
y cae ante la anchura de sus brazos abiertos…!

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