Editado el contenido de la revista "Por Amor al Arte" del Maestro Mario Carreño Godinez

viernes, 7 de diciembre de 2012

Las Posaditas

Llegaron los conquistadores europeos. Eran pocos en número, eran muchos en codicia, como todo conquistador en la historia del hombre. No eran más valientes, ni eran más cultos, pero traían armas poderosas e iban montados en unos monstruos llamados caballos, iban por los fértiles campos saqueando y sembrando el terror. Ante los arcabuces, los mosquetones, las espadas y la pólvora, de nada sirvieron el arrojo y la valentía de la raza de bronce.

Con ellos llegaron otros hombres, éstos no querían la guerra, no acumulaban oro, plata, piedras preciosas ni plumas, raras por su belleza y variedad. No, ellos no querían riquezas materiales para sí mismos ni para enviarlos a un rey; ellos vinieron a traer ideas; de parte del cielo trajeron a un Dios, de parte de la Iglesia trajeron una caterva de santos y prohibiciones. Ellos no querían el maltrato a quienes llamaron indios, no consideraban bestias a los habitantes encontrados, los consideraban iguales a la raza humana y también hijos de Dios.

Eran monjes salidos de monasterios vestidos siempre con la misma ropa, fueron buenos y amables con los sometidos y les brindaban consuelos y amor. De los nombres de los conquistadores sólo quedaron en la historia los de sus principales, el nombre de todos los monjes evangelizadores, persiste, algunos de ellos fueron Motolínia, Bartolomé de las Casas, Benavente, Vasco de Quiroga, y muchos más.

Para enseñar la nueva doctrina utilizaron varios recursos como las pequeñas obras teatrales llamadas coloquios o pastorelas. También se creó la costumbre de preparar la fiesta de la Natividad con un novenario que inicialmente se realizó en los templos y en los atrios. Posteriormente el pueblo realizó estos novenarios en sus casas y en las calles. Cada día corresponden los gastos y la organización a una familia.

Para realizarla se necesita un conjunto de figuras de barro, de paja, hoja de lata, fierro, porcelana y otros materiales artísticamente trabajados y otros que representan a los padres del niño que nacerá en la noche del veinticuatro de diciembre. Ellos eran la Virgen María y el casto José. Son cargados en andas y, en cada casa de los vecinos participantes, solicitan un lugar para dormir. Siempre se les niega y, solamente una casa, la última de este peregrinar, les da posada. Esto se repite durante nueve días.

Pero no es tan simple, el pueblo mexicano es alegre, bullicioso, dicharachero, actor y canta-autor, lo que no sabe, lo inventa, es luchón, es trabajador y, en los momentos de diversión no acepta límites.

Cuando lo cree conveniente, hace a un lado la solemnidad. Pues bien, para pedir posada, lo hace cantando:
-Os pido posada amado casero.
-Mi nombre es José, mi esposa es María, y madre va a ser del Divino Verbo.
-No me importa el nombre de quien lo solicita o su esposa es una reina, sigan adelante, no sea un tunante.

Al final de un largo peregrinar, los dueños de la última casa cantando también, dicen:

-Si es la Reina del Cielo, quien lo solicita, entre pues no los conocía.
-Entren santos peregrinos, reciban este rincón, no sólo de esta posada, también de mi corazón.


En estas celebraciones los actores de primerísima línea, son los niños porque para ellos están hechas, para su aprendizaje y para su diversión. Se reparten pequeñas velas y silbatos para la procesión, se les regalan dulces contenidos en envoltorios adornados o en canastitas repletas de colaciones, caramelos y pequeños juguetes; también se les regalan bolsas con naranjas, trozos de caña, cacahuates y guayabas.

Los niños mitigan el frío cantando, jugando y golpeando la piñata y a los adultos se les sirve ponche, una bebida caliente hecha con caña de azúcar, canela, tejocotes, uvas y ciruelas pasas, con un “piquete” de tequila.

Al final se rompe la piñata hecha con una olla de barro adornada con papel multicolor y repleta de frutas y dulces.

La piñata representa al mal. Los niños, en riguroso orden, son vendados de los ojos y provistos de un garrote. Tratan de golpearla hasta que uno de ellos la rompe cayendo al suelo los dulces y frutas que ávidamente son recogidos por los niños. A quien trata de romper la piñata, se le anima cantando:

¡Dale, dale, dale!, no pierdas el tino, porque si lo pierdes, pierdes el camino.

Entre rezos, cantos y alegrías, se realiza y se termina la fiesta, para repetirla al día siguiente, con la esperanza de que la próxima mejore a la anterior en cantidad y en calidad de los aguinaldos.

No faltan las bromas para los anfitriones y se les canta:

“Esa posada no estuvo buena y yo, por venir, me quedé sin cena”.

La enseñanza religiosa está garantizada, aún más la diversión o,

¿Tú qué dices?


Rodolfo Ruiz Silva

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