Editado el contenido de la revista "Por Amor al Arte" del Maestro Mario Carreño Godinez

martes, 1 de enero de 2013

Narraciones

Un Señalamiento de Dios poco Atendido

Estimado lector: todos sabemos, porque lo estamos mirando, que cada día nuestra moral religiosa Católica y Apostólica, así como nuestra ética civil y patriótica disminuye en lugar de crecer, a pesar del esfuerzo de nuestro gobierno por la vía de la educación y de nuestros predicadores religiosos sostienen una lucha continua para superar nuestras deficiencias, a pesar de que sabemos dónde está el mal, pero parece ser que le damos poca importancia al extremo de negar su existencia. Tal causante de todos los males de la humanidad es un Ser terrible, maléfico, invisible y enemigo acérrimo de nuestro Padre Dios, conocido con el nombre de Satanás y su jerarquía de seres malignos igual que él... Esto lo sabemos a través de la palabra de Dios escrita en la Sagrada Biblia Católica.

Como hay muchos incrédulos que dicen: “¿El diablo? ¿Cuál diablo? Esas son creencias son de gente ignorante y supersticiosa. Todos esos mitos no existen. Pues bien, para todas esas gentes van dirigidas las pruebas suficientes, basadas en las liberaciones de enfermos por posesiones diabólicas que realizan los Sacerdotes Exorcistas. En esta ocasión, estimado lector, me voy a permitir presentar la transcripción de un caso ocurrido en España, el cual principia en el número de este mes, para finalizar en el próximo. Te ruego leer con mucha atención.

Exorcismo | Marta, la Poseída

El Exorcismo que yo viví en Madrid
José Manuel Vidal


-”Hic est dies” (éste es el día), dice el exorcista con el crucifijo en la mano.
-No, responde una voz ronca de hombre que sale de la garganta de la posesa, una preciosa chica de 20 años.
-”Exi nunc, Zabulon”, (sal ahora, Zabulón), repite el sacerdote.
-No
-¿Por qué no quieres salir?
-Para servir de testimonio
-¿De testimonio de qué?
-De que Satanás existe.

Se corta la tensión en el ambiente penumbroso de la capilla. Satán luchando contra Dios. Una batalla a la que asisto atónito y en primera fila por primera vez en mi vida. “Esta debe ser la razón por la que me invitó a presenciar el exorcismo. El diablo quiere publicidad”, pienso en medio del shock. Mi mente gira a toda velocidad. Estamos en el clímax de un ritual que, hasta ahora, no encajaba en mis esquemas. Y eso que en el seminario los curas siguieron alimentando mi miedo infantil al Maligno, siempre dispuesto a tomar posesión de un alma. Después del Concilio Vaticano II, el dogma de la existencia del diablo pasó a ser una “parte vergonzosa de la doctrina” y, como tantos otros católicos, también yo prescindí de ella..

El exorcista, José Antonio Fortea, párroco de Nuestra Señora de Zulema, está exhausto. Y eso que sólo tiene 33 años. Pero lleva ya más de una hora luchando, crucifijo en ristre, contra Satanás. Marta (nombre ficticio de la posesa), en cambio, se encuentra tan fresca como al principio y no deja de rugir, bufar, revolverse y agitar su cuerpo como un resorte. Con una fuerza inusitada para una chica de 20 años, más bien menudita y de rasgos dulces. Son las 12:30 de la mañana de un día cualquiera y llevo hora y media presenciando un exorcismo.

Un par de días antes, recibí en mi móvil una llamada especial. Especial no por ser de un cura (recibo muchas), sino por ser de un exorcista católico (hay un par de ellos en España) que suelen mantenerse muy alejados de los periodistas. Quiere invitarme a presenciar un exorcismo. Me quedé de piedra. Asistir a un exorcismo oficiado por un sacerdote autorizado por el vaticano es un auténtico caramelo para alguien especializado en información religiosa. Hasta ese momento y a pesar de llevar más de 20 años en la profesión, lo único que había conseguido fue entrevistar al exorcista oficial de Roma, el padre Gabriel Amorth. Ya entonces, al dedicarme su libro había escrito: “A José Manuel, con mi gratitud y con la advertencia de no tener jamás miedo del diablo”.

Confieso que por miedo decidí devolverle la llamada al padre Fortea y pedirle que dejase venir conmigo a un compañero de la agencia EFE, también especialista en información religiosa. Aceptó. Nerviosos, el día señalado nos desplazamos en coche hasta la Diócesis de Alcalá. Era un día radiante. Llegamos a la parroquia con mucha antelación. Cuestión de prepararse psicológicamente. Por el camino, bromitas y nervios. El exorcista nos había citado en su parroquia, una iglesia moderna, de ladrillo rojo, situada entre pinos. El interior, sencillo y limpio, con un retablo y una gran cruz en medio. En un lateral, la pila del agua bendita con una inscripción: “El agua bendita aleja la tentación del demonio”.

A las 10:30, el exorcista sale del templo y viene a nuestro encuentro. Es alto y delgado. Lleva gafas y una barbita bien recortada. Su aspecto impone. Quizá, por relacionarlo con su profesión de echador de demonios. Embutido en una sotana de un negro inmaculado, su tez blanquecina y su frente despoblada todavía resaltan más. Nos invita a dar un paseo para ponernos en antecedentes del caso.

Siete Demonios

“No soy ningún showman ni quiero publicidad. Si estáis aquí es porque os necesito para liberar a la chica. Tendréis que ser muy prudentes. No podréis dar pista alguna que permita la identificación ni de la muchacha ni de su madre. Prefería que tampoco me nombraseis a mí, pero acepto ese sacrificio en aras de una mayor credibilidad. Pero sólo Dios sabe lo que me cuesta y los problemas que me puede acarrear. Y no tengáis miedo. A vosotros no os pasará nada”. Insiste en la seriedad del tema. Asegura que en el Antiguo Testamento aparece 18 veces la palabra diablo y 21 la palabra demonio. El propio Jesús hizo muchos exorcismos o lo que los Evangelios llaman “expulsar demonios”. Fortea recuerda también que Juan Pablo II ha realizado al menos tres exorcismos reconocidos y advierte que la creencia en el diablo constituye uno de los pocos rasgos comunes a la práctica totalidad de las religiones. “Es el punto ecuménico por excelencia”. Aprovecha para hacer un pequeño repaso por las distintas religiones y épocas históricas y las diversas teorías. Sigo mostrándome incrédulo. Me da la sensación de que trata de condicionarnos buscando justificaciones en la historia.

Para hacerlo aterrizar en lo concreto, le preguntamos detalles del caso. Nos cuenta que se trata de una chica poseída por siete demonios. Que ya expulsó a seis, pero que el último se resiste. “Se llama Zabulón, es un diablo casi mudo pero muy inteligente. Su nombre ya sale en la Biblia. Siempre queda el jefe para el final. Llevo ya 16 sesiones y todavía no he conseguido expulsarlo, cuando en los casos más normales, basta con dos o tres”. No quiere dar más detalles de la endemoniada. Sólo dice que vendrá acompañada por su madre, “que es una santa”, y que la posesión se debió a un hechizo que le hizo una compañera de instituto, a los 16 años. “En una de las primeras sesiones le pregunté cómo había entrado y me respondió un nombre que yo no conocía. Su madre me dijo que era una compañera de clase, que había invocado a Satán para hacer un hechizo de muerte contra ella. Y de hecho, primero estuvo gravísima y a punto de morir. Una vez que sanó, comenzaron los fenómenos raros”.

Desde entonces, su madre empieza a detectar cosas raras en su hija: muebles que se mueven, objetos que se rompen y, sobre todo, una inquina especial hacia los objetos religiosos, cuando era de misa dominical. Hasta que un día, de noche, oye ruidos extraños, se levanta y, cuando abre la puerta de la habitación de su hija, la ve sobre la cama, levitando.
Como no quiere perder a su única hija, comienza a buscar remedios. Habla con el párroco, que la remite a dos famosos psiquiatras. Pero ambos diagnostican que la chica es absolutamente normal. Ninguna explicación científica para los constantes dolores de cabeza que torturan a su hija. Y entonces, María (nombre ficticio de la madre), a sus 60 años, se lanza a la búsqueda de un exorcista. Recorre casi todas las diócesis españolas. Ningún obispo quiere saber nada de su caso. Está ya dispuesta a trasladarse con ella a Italia a ver al padre Amorth, cuando le hablan de un exorcista español que acaba de salir en la tele porque ha publicado un libro, Demoniacum, sobre los exorcismos.

En ese instante vemos llegar un taxi. “Son ellas”, dice Fortea. María, la madre, es pequeña, delgada. Su mirada es todo dolor: “Creo en Dios y sé que, tarde o temprano, liberará a mi hija de las garras de Zabulón. Llevo cinco años de calvario. No lo sabe nadie de mi familia. Ni mis hermanos”, confiesa. María es viuda y, cada vez que se desplaza desde su casa a la cita con el exorcista (prácticamente, una sesión por semana), tiene que inventarse alguna excusa. “No lo entenderían y no quiero que mi hija quede marcada para siempre”.

El Ritual

A su lado, Marta sonríe tímidamente. Pequeña, de grandes ojos negros, un poco tristes, tiene la cara picada de una mala adolescencia. Pelo negro, recogido en una coleta. Los labios gruesos y sin pintar, aunque contraídos en una mueca casi de dolor. Lleva unos vaqueros, un niqui azul cielo de manga corta y cuello alto y unos zapatos negros. Es guapa. Sus ojos llaman la atención, pero más que timidez desprenden miedo, mucho miedo. Me parece una chica de lo más normal que, nos cuenta, estudia Matemáticas en la Universidad. “Es imposible que esté poseída”, pienso para mis adentros.

El padre Fortea abre la capilla, en los bajos de su parroquia donde dice misa a diario, y vuelve a cerrar con llave por dentro. Es pequeña, acogedora. Dentro, penumbra y silencio absoluto. Fuera, un sol radiante. El exorcista pide ayuda para transportar una colchoneta forrada de plástico verde, grande y pesada, para colocarla al pie del altar. La capilla, rectangular, tendrá unos 25 metros cuadrados. Sin ventanas. En el centro, un altar enorme. Encima un mantel blanco y seis velas encendidas, amén de una gran Cruz de Trinidad, apenas iluminada por la luz mortecina de un halógeno. Al fondo, la imagen de un Pantocrátor iluminado y el Santísimo. En un lateral, una imagen de la Virgen con el Niño en brazos.

Nada más entrar en la capilla, madre e hija se preparan para el rito. Marta se pone unos calcetines blancos, mientras su madre saca del bolso un rosario, un crucifijo de unos 15 centímetros y una postal de la Virgen de Fátima, y los coloca al lado de la colchoneta. Trato de registrar el más mínimo detalle en mi mente. Sigo pensando que asisto a un montaje. Marta se recuesta en la colchoneta boca arriba, mirando a la cruz. María se arrodilla a su lado, una postura que no abandonará durante las siguientes dos horas y media. El padre Fortea reza un rato de rodillas, se quita la sotana, bebe agua y se sitúa sobre el extremo de la colchoneta más alejado del altar.

Presiento que el rito va a comenzar. Me siento expectante, en el banco. El exorcista extiende su mano derecha y la impone sobre el rostro de la joven, sin tocarla. Luego, cierra los ojos, agacha la cabeza y susurra varias veces una plegaria ininteligible. Un alarido desgarrador, el primero, rompe el silencio de la capilla, penetra en mi alma y me pone la carne de gallina. No es humano. Es un chillido sobrecogedor y profundo el que sale de la garganta de Marta. Pero no puede ser ella. No es su tono de voz. Es ronco y masculino. El padre Fortea sigue rezando y los rugidos se sucede. Poco a poco, el cuerpo de la joven se estremece vivamente. Su cabeza se mueve de un lado a otro con lentitud al principio, con inusitada rapidez después.

“Sal, Zabulón”
Ante la salmodia del exorcista, la joven gime y se retuerce sin parar. Al instante, el gemido se convierte en rugido desgarrador, altísimo, furioso. El exorcista acaba de colocar el crucifijo sobre su vientre y entre sus pechos, mientras la rocía con agua bendita. Patalea con tanta furia que el crucifijo se cae y la madre lo recoge una y otra vez y se lo vuelve a colocar de nuevo, mientras le acerca el rosario que Marta arroja a lo lejos, con furia. Parece tranquilizarse un poco pero, inmediatamente, vuelve a rugir. No hay un momento de respiro. El padre Fortea acaba de invocar a San Jorge y, al oírlo, la joven grita, bufa, pone los ojos totalmente en blanco, arquea el cuerpo y se levanta toda entera un palmo de la colchoneta. No doy crédito.
-Besa el crucifijo, -dice el exorcista.
-No.
-Jesús es Rey.
-Assididididaj.
-Estás haciendo mucho bien. Por tu culpa, mucha gente va a creer en Dios.
-No.
-Sal, Zabulón, te lo ordeno en nombre de Cristo. Te espera la condenación eterna. No hay salvación para ti.

(continúa en el próximo número)

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