HISTORIA DE LA MÚSICA POPULAR MEXICANA
Palmerín: florecimiento de la canción yucateca, 1922-1928
El punto de florecimiento más alto de la trova yucateca coincide sin lugar a dudas con la aparición de Ricardo Palmerín (1889-1944) y la generalización del empleo del bambuco colombiano. Sin embargo, a partir del uso que hizo Palmerín de la forma del bambuco, éste puede considerarse como algo típicamente peninsular. Hay cualidades absolutamente inimitables en Palmerín que lo pusieron indiscutiblemente a la cabeza de sus contemporáneos.
Su fino instinto musical creó sensibles contrastes en sus modulaciones que van desde la tonalidad menor a la mayor. Tenía además una gran habilidad para manejar todas las posibilidades de una tonalidad pero, sobre todo, para distribuir equilibradamente sus motivos. “Peregrina”, tal vez su canción más conocida, es un ejemplo notable en ese sentido. El salto de cuarta ascendente con que se inicia la melodía se convierte, con una absoluta lógica, en un salto descendente al concluir la pieza. El esquema rítmico del motivo se mantiene durante toda la canción y a cada aparición de él se crea un efecto diferente.
Palmerín se distinguía por su identificación con las letras, de manera que verso y música coincidían armoniosamente para formar un solo estado de ánimo en el oyente. Escribió más de cien canciones, la mayoría de ellas creada al impulso o solicitud de la ocasión. “Las golondrinas yucatecas”, “El rosal enfermo”, “Flores de mayo”, “Novia envidiada” y “Semejanzas” son verdaderas obras maestras del género. Desgraciadamente, parte de su producción ha desaparecido, aunque de vez en cuando reaparezca alguna canción que se creía perdida como aquella “Como una estrella”, con letra de Aguilar Alfaro, que ya había sido musicada, poco antes de morir, por el joven Guty Cárdenas con el nombre de “En un minuto de ilusión”:
En un minuto de ilusión que añoro
vertí champaña en una copa azul
y en el fondo tembló una gota de oro
como una estrella trémula de luz.
Así tu vida se filtró en la mía
así me diste amor y juventud
como la estrella trémula que un día
brilló en el fondo de la copa azul.
Afortudanamente, el cantante istmeño Saúl Martínez la rescató para los oyentes en un magnífico disco de homenaje a Palmerín.
Durante los años veinte, la producción de canciones fué inmensa el ambiente, los cantantes, los numerosos eventos (concursos, conciertos de canciones, revistas de tema yucateco en el Teatro Peón Contreras) y una relación con un público en continua demanda de ellas, fueron un constante estímulo para los numerosos cancionistas, de los cuales se podrían mencionar como de primera línea a Enrique Galaz, Ernesto Paredes, Mateo Ponce, Pepe Domínguez, Pepe Gómez, Lalo Santamaría, Pedro Baqueiro, Chucho Herrera y Cirilo Baqueiro García Rejó, hijo de Chan Cil.
Dos acontecimientos del año 1925 son característicos: el concurso de la canción yucateca en el Teatro Principal y el recital de Wilson se dividió en dos partes: en la primera parte cantó arias de ópera, en tanto que en la segunda, acompañado por el conjunto de Ricardo Palmerín, cantó “Peregrina”, “Languidece una estrella”, “Las golondrinas” y “Cuando las aves se alejan”. Parece ser que la combinación de estilos cultos y populares era la costumbre de aquellos años. En 1927, se dió un concierto en el Teatro Principal en donde alternaban un Mosaico mexicano, el Rondo caprichoso para violín de Saint-Säens y más canciones de Ricardo Palmerín Parra, entre ellas dos estrenos: “Cómo puedes pedirme que te quiera?” y “Rosas de primavera”.
También por aquellos años se comenzó a resentir la influencia de los artistas del centro de la república que llegaban en caravanas a la ciudad de Mérida. Por esos años llegó el cuarteto Tamaulipeco, integrado por Barcelata, Cortázar, Agustín Ramírez, Antonio García Planas y Alberto Caballero. “Lirio azul de la montaña” de Barcelata con letra de Luis Rosado Vega es obviamente una obra de inspiración y estilo yucatecos. También en aquella época hizo su aparición en la península la Orquesta Típica Lerdo de Tejada. Esta visita se tradujo en una definitiva influencia en algunos cancioneros yucatecos como Pepe Domínguez, cuya “Mañanita, gentil mañanita” es de indudable inclinación lerdista.
Los Letristas
Sin una amplia referencia a los letristas que participaron en la creación del cancionero peninsular, la historia de la canción yucateca permanecería incompleta. La canción yucateca está construida sobre un verso cuidado lleno de imágenes simbólicas y cuyo ritmo está sabiamente calculado para su traducción en clave, bambuco o bolero.
La mayoría de estos letristas fueron en realidad poetas y literatos de significación en la historia de la literatura peninsular como es el caso de José Peón Contreras, el asiduo colaborador de Chan Cil, y Rafael de Zayas Enríquez, autor de “¿Te acuerdas?” (con música del mismo Chan Cil) y poeta de la Revista Azul, autor de una novela histórica titulada El teniente de los gavilanes y algunas obras de teatro.
Uno de los más fructíferos letristas y principal colaborador de los trovadores fué Luis Rosado Vega (1873-1952) también poeta modernista y autor de novelas y ensayos de carácter social. Dentro de sus obras podrían mencionarse El libro de ensueño y dolor (1907), En los jardines que encantó la muerte (1936), Romancero yucateco (1949), El alma misteriosa del Mayab (1919) y varias obras que hablan de su compromiso con el proletariado y las ideas de Carrillo Puerto: El desastre, Explotaciones cínicas y Un pueblo y un hombre. Rosado Vega fué el autor de una gran cantidad de letras para Palmerín, entre ellas podrían mencionarse, además de la imprescindible “Peregrina”, las canciones “Xkokolché”, “Vestida de blanco”, “Las avecillas” y “Las golondrinas”.
Ermilo Padrón López (1889) es un letrista no menos importante; a su pluma se deben más de setenta canciones, entre ellas “Rayito de sol”, “Cocotero”, “Lirio”, “Rosita de Francia”, etcétera. Probablemente la personalidad de más trascendencia entre los letristas yucatecos es el poeta Antonio Mediz Bolio (1884-1957), excelente mayista, apasionado de las cosas de Yucatán y traductor del libro del Chilam Balam al español. Su inclinación por la evocación maya encontró un fino intérprete en el talentoso Guty, ya que a él se deben las letras de “Yukalpetén”.
Yukalpetén, Yukalpetén
todo pasó, todo acabó
ya se fué Chichén
ya se fué Zaci
y se fué también
Ichcancihó.
Así como el famoso “Caminante del Mayab”: que “va por los viejos caminos y ve arder de tarde las alas de xtacay y de noche los ojos de Cocay”. Ambas canciones son interesantes porque inauguran un estilo de canción culta con sugerencias mayas que no tuvo continuadores.
(continuará…)
Palmerín: florecimiento de la canción yucateca, 1922-1928
El punto de florecimiento más alto de la trova yucateca coincide sin lugar a dudas con la aparición de Ricardo Palmerín (1889-1944) y la generalización del empleo del bambuco colombiano. Sin embargo, a partir del uso que hizo Palmerín de la forma del bambuco, éste puede considerarse como algo típicamente peninsular. Hay cualidades absolutamente inimitables en Palmerín que lo pusieron indiscutiblemente a la cabeza de sus contemporáneos.
Su fino instinto musical creó sensibles contrastes en sus modulaciones que van desde la tonalidad menor a la mayor. Tenía además una gran habilidad para manejar todas las posibilidades de una tonalidad pero, sobre todo, para distribuir equilibradamente sus motivos. “Peregrina”, tal vez su canción más conocida, es un ejemplo notable en ese sentido. El salto de cuarta ascendente con que se inicia la melodía se convierte, con una absoluta lógica, en un salto descendente al concluir la pieza. El esquema rítmico del motivo se mantiene durante toda la canción y a cada aparición de él se crea un efecto diferente.
Palmerín se distinguía por su identificación con las letras, de manera que verso y música coincidían armoniosamente para formar un solo estado de ánimo en el oyente. Escribió más de cien canciones, la mayoría de ellas creada al impulso o solicitud de la ocasión. “Las golondrinas yucatecas”, “El rosal enfermo”, “Flores de mayo”, “Novia envidiada” y “Semejanzas” son verdaderas obras maestras del género. Desgraciadamente, parte de su producción ha desaparecido, aunque de vez en cuando reaparezca alguna canción que se creía perdida como aquella “Como una estrella”, con letra de Aguilar Alfaro, que ya había sido musicada, poco antes de morir, por el joven Guty Cárdenas con el nombre de “En un minuto de ilusión”:
En un minuto de ilusión que añoro
vertí champaña en una copa azul
y en el fondo tembló una gota de oro
como una estrella trémula de luz.
Así tu vida se filtró en la mía
así me diste amor y juventud
como la estrella trémula que un día
brilló en el fondo de la copa azul.
Afortudanamente, el cantante istmeño Saúl Martínez la rescató para los oyentes en un magnífico disco de homenaje a Palmerín.
Durante los años veinte, la producción de canciones fué inmensa el ambiente, los cantantes, los numerosos eventos (concursos, conciertos de canciones, revistas de tema yucateco en el Teatro Peón Contreras) y una relación con un público en continua demanda de ellas, fueron un constante estímulo para los numerosos cancionistas, de los cuales se podrían mencionar como de primera línea a Enrique Galaz, Ernesto Paredes, Mateo Ponce, Pepe Domínguez, Pepe Gómez, Lalo Santamaría, Pedro Baqueiro, Chucho Herrera y Cirilo Baqueiro García Rejó, hijo de Chan Cil.
Dos acontecimientos del año 1925 son característicos: el concurso de la canción yucateca en el Teatro Principal y el recital de Wilson se dividió en dos partes: en la primera parte cantó arias de ópera, en tanto que en la segunda, acompañado por el conjunto de Ricardo Palmerín, cantó “Peregrina”, “Languidece una estrella”, “Las golondrinas” y “Cuando las aves se alejan”. Parece ser que la combinación de estilos cultos y populares era la costumbre de aquellos años. En 1927, se dió un concierto en el Teatro Principal en donde alternaban un Mosaico mexicano, el Rondo caprichoso para violín de Saint-Säens y más canciones de Ricardo Palmerín Parra, entre ellas dos estrenos: “Cómo puedes pedirme que te quiera?” y “Rosas de primavera”.
También por aquellos años se comenzó a resentir la influencia de los artistas del centro de la república que llegaban en caravanas a la ciudad de Mérida. Por esos años llegó el cuarteto Tamaulipeco, integrado por Barcelata, Cortázar, Agustín Ramírez, Antonio García Planas y Alberto Caballero. “Lirio azul de la montaña” de Barcelata con letra de Luis Rosado Vega es obviamente una obra de inspiración y estilo yucatecos. También en aquella época hizo su aparición en la península la Orquesta Típica Lerdo de Tejada. Esta visita se tradujo en una definitiva influencia en algunos cancioneros yucatecos como Pepe Domínguez, cuya “Mañanita, gentil mañanita” es de indudable inclinación lerdista.
Los Letristas
Sin una amplia referencia a los letristas que participaron en la creación del cancionero peninsular, la historia de la canción yucateca permanecería incompleta. La canción yucateca está construida sobre un verso cuidado lleno de imágenes simbólicas y cuyo ritmo está sabiamente calculado para su traducción en clave, bambuco o bolero.
La mayoría de estos letristas fueron en realidad poetas y literatos de significación en la historia de la literatura peninsular como es el caso de José Peón Contreras, el asiduo colaborador de Chan Cil, y Rafael de Zayas Enríquez, autor de “¿Te acuerdas?” (con música del mismo Chan Cil) y poeta de la Revista Azul, autor de una novela histórica titulada El teniente de los gavilanes y algunas obras de teatro.
Uno de los más fructíferos letristas y principal colaborador de los trovadores fué Luis Rosado Vega (1873-1952) también poeta modernista y autor de novelas y ensayos de carácter social. Dentro de sus obras podrían mencionarse El libro de ensueño y dolor (1907), En los jardines que encantó la muerte (1936), Romancero yucateco (1949), El alma misteriosa del Mayab (1919) y varias obras que hablan de su compromiso con el proletariado y las ideas de Carrillo Puerto: El desastre, Explotaciones cínicas y Un pueblo y un hombre. Rosado Vega fué el autor de una gran cantidad de letras para Palmerín, entre ellas podrían mencionarse, además de la imprescindible “Peregrina”, las canciones “Xkokolché”, “Vestida de blanco”, “Las avecillas” y “Las golondrinas”.
Ermilo Padrón López (1889) es un letrista no menos importante; a su pluma se deben más de setenta canciones, entre ellas “Rayito de sol”, “Cocotero”, “Lirio”, “Rosita de Francia”, etcétera. Probablemente la personalidad de más trascendencia entre los letristas yucatecos es el poeta Antonio Mediz Bolio (1884-1957), excelente mayista, apasionado de las cosas de Yucatán y traductor del libro del Chilam Balam al español. Su inclinación por la evocación maya encontró un fino intérprete en el talentoso Guty, ya que a él se deben las letras de “Yukalpetén”.
Yukalpetén, Yukalpetén
todo pasó, todo acabó
ya se fué Chichén
ya se fué Zaci
y se fué también
Ichcancihó.
Así como el famoso “Caminante del Mayab”: que “va por los viejos caminos y ve arder de tarde las alas de xtacay y de noche los ojos de Cocay”. Ambas canciones son interesantes porque inauguran un estilo de canción culta con sugerencias mayas que no tuvo continuadores.
(continuará…)
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