Editado el contenido de la revista "Por Amor al Arte" del Maestro Mario Carreño Godinez

martes, 10 de julio de 2007

FEDERICO ESCOBEDO TRADUCTOR DE LANDIVAR (I).

INTRODUCCION.

Para situar a los dos personajes que son el asunto de este libro, es necesario mirar atrás. Se trata de Rafael Landívar (1731-1793), autor de la Rusticatio Mexicana, y de Federico Escobedo (1874-1949), traductor del poema de aquél.

Landívar fue un humanista de nuestro siglo dieciocho, pero tiene antecedentes. Es producto de toda una tradición, la clásica, que recorre nuestra enseñanza a partir de la Colonia. El mismo camino nos sirve para conocer a Escobedo, distante de Landívar en algo más de un siglo, pero, como él, fruto de la misma tradición clásica.

Dentro de ese marco será posible comprender a Escobedo como traductor de Landívar. Se trata de una traducción-interpretación de la Rusticatio Mexicana, según se estilaba hacer dichas versiones en el siglo XIX y principios del XX. Pero de cualquier manera llega, sustancialmente fiel en la lengua de Castilla, el rico y hermoso contenido del poema. Yo sólo presento la belleza del poeta que recrea a otro poeta.

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HUMANISMO MEXICANO.

I. VITAL

Dice Gabriel Méndez Plancarte: “El humanismo grecolatino es una de nuestras más hondas y fecundas raíces, uno de los elementos vitales y específicos que han plasmado nuestra fisonomía espiritual y han contribuido a formar lo que bien podemos, sin rústica. jactancia, llamar la cultura mexicana”1.

Quizá la razón de lo afirmado por el eminente humanista se encuentra en que el humanismo grecolatino arranca de las raíces mismas del hombre. Todos los que de cualquier forma lo realizaron tenían conciencia de una íntima comunión con lo humano. Nada de ello les era despreciable o ajeno. Así lograron universalizarse y cobrar perpetua vigencia.

Fueron forjadores de un tipo de perfección humana: moral, social, política, económica y cultural. Doy los nombres de los insignes varones que, partiendo del humanismo grecolatino, entre otros, fundaron el humanismo mexicano. Ellos fueron: Fray Julián Garcés, Don Vasco de Quiroga, Fray Bartolomé de las Casas, Fray Juan de Zumárraga.

II HUMANISMO DOCENTE Y LITERARIO.

Las órdenes religiosas desempeñaron un importantísimo papel en la fundación y desarrollo de este humanismo en México.

Franciscanos, Dominicos, Agustinos, La Universidad fundada por el Emperador Carlos V a solicitud del Virrey Don Antonio de Mendoza, a petición de la Ciudad de México, y finalmente los Jesuitas, muchísimo hicieron por este humanismo docente y literario. Dice Alfonso Reyes: “Poco a poco, se llega a la educación normal y las humanidades. Los Jesuitas competirán un día con la Universidad y acabarán por dictar la ley del país en materia de educación. Pronto se crea entre los indios una población escolar que no sólo habla y escribe en español, sino también en Latín”2. Los Jesuitas mucho advirtieron de la necesidad de que en la Universidad se impartieran cursos de Latín, pero encaminados a la práctica. Asimismo, fundaron colegios internados para los estudiantes venidos de provincia, con el fin de impulsar los estudios humanísticos.

El primer sitio que establecieron los jesuitas con ese fin fue el Colegio de San Pedro y San Pablo, cuyo método de enseñanza, en lo que a letras y humanidades clásicas se refiere, puede ser el exponente del sistema jesuítico en la materia. El Colegio Romano debería ser tenido como el prototipo de los Colegios de los jesuitas para la enseñanza clásica, teniendo como nervio de la enseñanza referida el método de la Universidad de París que se fundaba en esa solidez del conocimiento de la gramática, en su conjunto y en cada una de sus partes componentes. Y tanto en gramática como en cualesquiera otros cursos, el alumno se ejercitaba oralmente y por escrito, hasta llegar a expresarse en latín como en su propia lengua materna. A la luz de estos preceptos rectores del Colegio Romano se condujo, por espacio de dos siglos, el Colegio de San Pedro y San Pablo.

III.HUMANISMO MEXICANO DEL SIGLO XVIII.

No es de extrañar el rendimiento de frutos opimos surgidos de tales premisas. Sin desconocer el profundo humanismo que realizaron las Ordenes Religiosas, el clero diocesano y otras personas ajenas a la clerecía, quiero destacar al grupo de insignes humanistas jesuitas del siglo XVIII.

Ya he hablado de un sistema especial, de tipo humanístico eminentemente práctico de los colegios de la Compañía para la enseñanza y aprendizaje de las Humanidades Clásicas. Fruto de ese sistema son los humanistas a que me refiero ahora. Han construido monumentos “más duraderos que el bronce”, como dijera de sí mismo el Venusino. Sus nombres han de pronunciarse con orgullo y respeto que ganaron en buena lid. Con el profundo conocimiento de las lenguas sabias que manejaban con la misma destreza y amor con que se valían de la lengua materna, como instrumento de trabajo, pudieron penetrar en la heredad grecolatina como a su propia casa, para crear como los clásicos. Pero, sobre todo, para beber el humanismo y darle vida nueva. Escuchemos con atención: Francisco Javier Clavijero, Andrés Cavo, Francisco Javier Alegre, historiadores y éste último, además, teólogo; Andrés Guevara y Basoazábal, Pedro José Márquez, filósofos y el segundo, además, portador de Culturas Prehispánicas al destierro; Manuel Fabri y Juan Luis Maneiro, insignes biógrafos; Diego José Abad, teólogo, que se expresa en hexámetros latinos; Andrés Diego Fuentes, Vicente López y José Mariano Iturriaga, entre otros poetas; Agustín Castro y José Rafael Campoy, filósofos y humanistas; finalmente, y para no alargar la lista, Rafael Landívar, poeta, autor de la “Rusticatio Mexicana”, toda ella en versos latinos: la Elegía a Guatemala en 17 dísticos, compuestos de hexámetro y pentámetro, y los quince libros y el apéndice “La Cruz de Tepic” en 5323 hexámetros.

IV EL CREADOR DE LA RUSTICATIO MEXICANA

Rafael Landívar nació en Guatemala, en la ciudad de Santiago de los Caballeros, un 27 de octubre de 1731. Sus padres fueron Pedro Landívar y Caballero y Xaviera Ruiz de Bustamante. Sus primeras letras y la Filosofía las estudió en el Colegio de San Borja de su ciudad natal. Los estudios de Teología los hizo en la Universidad de San Carlos de Guatemala. Entre los quince y dieciséis años había alcanzado los lauros de Bachiller, Licenciado y Doctor.

De su patria vino a México para ingresar al noviciado de los jesuitas, cosa que hizo el 17 de febrero de 1750 en Tepotzotlán. Desempeñó algunas cátedras: Sintaxis, en el Colegio del Espíritu Santo, en Puebla; Retórica, en el Colegio Máximo de México; Gramática y Filosofía, en el Colegio de San Borja de Guatemala.

Landívar fue ordenado sacerdote en 1755. Su estancia en México fue de unos diez años, regresando a su patria en 1760, donde se dedicó a la enseñanza en el Colegio San Borja hasta 1767, en que los Jesuitas fueron expatriados del Imperio Español por Carlos III. Murió en el destierro a los 62 años, el 27 de septiembre de 1793.

El poema Rusticatio Mexicana fue escrito en Bolonia, Italia, en las estrecheces del exilio aliviadas por el recuerdo de su patria, a la cual dedica la bella elegía con que principia el libro.

Landívar, en el preámbulo de su RUSTICATIO MEXICANA, nos advierte cuanto sigue:

1- Que su poema no tiene nada ficticio, que es testigo de que conoció todo lo que narra, salvo algunas cosas, pocas en verdad, que le dijeron algunas personas merecedoras de crédito, pero que comprobó personalmente cuanto le dijeron.

2- Que en el libro sobre las minas faltó mucho por decir, pero que a propósito no lo dijo, por requerir para ello un espacio mucho más amplio.

3- Que cuantas veces nombra a las divinidades antiguas, lo hace como un recurso poético y nada más. El sabe que son nada.

4- Que cuando encontremos algunos pasajes oscuros, tengamos presente la ardua tarea que supuso el poner temas muy difíciles en versos latinos.

Contenido del poema:

Libro primero: Descripción de la ciudad de México y de los lagos de Chalco y Texcoco. Pondera al lago de Chalco como superior a la fuente Castalia, admirando el ingenio de los indios, pues pudieron discurrir cómo poblar el lago con flotillas de huertos movedizos conocidos con el nombre de chinampas.

Libro segundo: presenta el valle del Jorullo con la pincelada ondulante de sus plantíos de caña, con la triscadora alegría de sus ganados. Singularmente bella es la estampa familiar de las aves de corral, con el abanderado -el pavo real-, obsesionado en izar sus colores. El Jorullo con una erupción terrible acabó con todo; no obstante la ruina, sobrevinieron el bienestar y el sociego.

Libro tercero: El asunto de este libro, único en que no se canta a México, es la destrucción de la Antigua Guatemala, por las inundaciones primero y, después, por un fortísimo temblor, como pórtico para entrar a una aldea llamada Pedro Mártir muellemente tendida al pie de la montaña. Cerca de la aldea la tierra se agrieta a toda profundidad y un río con frenética demencia por allí despeña sus aguas que ofrecen a la vista triple espectacular caída, formando las cataratas guatemaltecas.

Libro cuarto: Trata de la grana y la púrpura. De cómo el gusano purpúreo vive, se multiplica, a qué usos se ajusta su existencia, de los cuidados extremos que requiere para convertirse en grana.

Libro quinto: se ocupa del añil y su cultivo, azul venero de prosperidad, ya que se comercia en el mundo entero.

Libro sexto: Aquí, el objeto de la inspiración landivariana es la república de los castores. El poeta se muestra como un perfecto conocedor de su mundo.

Libro séptimo: describe las Minas de Plata y de Oro. Asunto que proseguirá en el

Libro octavo: con el título de “Beneficio de la Plata y del Oro.

Libro noveno: nos enseña el cultivo de los campos destinados a la siembra del azúcar. Cómo eran el trapiche y la molienda. Se hace una minuciosa descripción de cómo se transforma el jugo de la caña hasta quedar convertido en níveos terrones.

Libro décimo: Titulado “Los Ganados Mayores”, estudia todos los pormenores de los ganados equino y vacuno.

Libro undécimo: obedece al nombre de “Los Ganados Menores”. En él desfilan los rebaños de ovejas con su interminable triscar festonado de balidos; los rebaños de cabras con obsesión montaraz. La piara y la zahúrda, con una detallada enseñanza de los beneficios que se obtienen del ganado porcino.

Libro duodécimo: Las Fuentes, contiene algunos nombres de la geografía mexicana: “La Villa de Guadalupe”, “Zapopan”, “Uruapan”, “San Bartolomé”. “Aticpan”, “Ixtlán”, “Tehuacán”, “Nexapan” y “Quinceo”. Muy bella es la descripción de la fuente de Uruapan que da origen al río Cupatitzio, “río que canta”, cuyas voces se unen para entonar la estrofa más solemne en la Tzaráracua. De ninguna manera es exhaustiva la enumeración; no olvidemos lo afirmado por el mismo Landívar, que sólo atestigua lo que vio o aquello para lo cual tuvo testigos de primerísima mano.

Libro décimo tercero: “Las Aves”, en que la musa de Landívar se muestra más generosa, el poeta se muestra allí un implacable perseguidor del canto y los colores del mundo alado. La conjunción del poeta inspirado, su sensibilidad y fantasía logra singular encanto. El faisán, la perdiz, el yulqueo, el cardenal, la calandria, el pito-real, el Centzontle, el rise, el cuatro colores, el colibrí, el canario, la tzacua, la guacamaya, el águila, el halcón, el gavilán, son algunas de las aves presentes. Aquí, Landívar borda con sutiles agujas los más bellos primores.

Libro décimo cuarto: “Las fieras”. Muy distinta es la impresión que se experimenta al leer este libro. A cada paso podemos encontrarnos con el búfalo irascible, el león y el tigre, el oso, la pantera, el lobo, el coyote, el jabalí, el puerco espín, o con el ciervo que se desplaza imprimiendo agilidad al paisaje. El poeta nos enseña el modo de cazar a las diferentes fieras.

Libro décimo quinto: “Los juegos”. Si Landívar debió encontrar dificultades para los temas hasta aquí tratados, mayores aún encontró para las diversiones mexicanas, Imaginemos al poeta describiendo en hexámetros latinos: la pelea de gallos, las corridas de toros, el juego de los indios voladores, el palo encebado, el juego de pelota, todo con gracia y precisión.

El poema termina con un canto a “La Cruz de Tepic”. En los aledaños de Tepic, se da el prodigio de una cruz de tierra que, contrariamente al paisaje, se renueva o se marchita; el césped selecciona sus mejores tallos para señalar el lugar de los clavos. Se dice que misteriosamente brotó un manantial que hoy no existe.

1 comentario:

Unknown dijo...

¿Sería posible encontrar una traducción completa del libro de Rafael Landívar, denominado Rusticatio mexicana?

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